Le Monde publicaba ayer un sorprendente artículo de toda una página, concretamente en la once de la edición en papel, titulado “La república desafiada por los regionalismos”, en el que hacía un recuento jacobinamente amargado de la explosión del fenómeno regionalista en el hexágono.
Alsacianos, bretones y corsos desfilaban como comparsas en un texto previsiblemente alarmista y alarmado, en el que expertos de toda clase y pelaje avisaban a los lectores del vespertino parisino del “peligro” que cualquier tipo de reivindicación lingüística o nacional puede significar para la sacrosanta unidad de la república macroniana.
Pero el caso es que, leyéndolo, a mí me llamó la atención una afirmación de Vincent Laborderie, profesor de la Universidad Católica de Lovaina, conocido por sus estudios sobre el nacionalismo flamenco. Respondiendo a la pregunta sobre si las reivindicaciones regionalistas son un preludio de la demanda de independencia, Laborderie dice con rotundidad en Le Monde que «Escocia y Cataluña son casos aislados y únicos». Y afirma que, salvo estos dos movimientos, “no hay realmente independentistas en Europa. Hay una demanda de autonomía, legítima y democrática, como ocurre en Córcega, Reino Unido, España, Italia o Bélgica, pero eso no lleva a demandas de independencia”. Salvo, insiste, de los casos de Escocia y Cataluña.
Hace muchos años, el president Puigdemont, cuando ejercía de periodista y su paso a la política era impensable, ¿escribió un libro que llevaba por título ‘Cataqué?’ (1). Hablo del año 1994. En ese volumen, aquel periodista del Punt explicaba cómo trataba la prensa internacional el caso catalán. Por aquel entonces, yo escribía un artículo diario en la misma cabecera y por eso hablábamos a menudo. De modo que en el prólogo del libro explica que, después de ver la ceremonia de inauguración de los juegos del 92, yo sentencíé –dice que “por un lado como constatación de una cierta derrota y por otro como mal menor”– que “los catalanes ya somos escoceses”.
La expresión la explicaba él mismo en las páginas siguientes, cuando recordaba que, así como no necesitamos ninguna explicación suplementaria para situar a Escocia y los escoceses en el mapa, pues todo el mundo sabe qué son, independientemente de si forman parte del Reino Unido o no, asimismo los catalanes “podemos aspirar ya a evitar la inefable identificación de la nacionalidad que nos ponen en el pasaporte –española o francesa– y a poder ir por el mundo sin tener que dar las explicaciones a las que aludía Vallverdú y que muchos acostumbramos a dar cuando alguien nos interroga con esa angelical pregunta: ‘Cata…what?’”.
Es obvio que el conocimiento de Cataluña en el mundo ha crecido exponencialmente. Hoy es necesario ser una persona muy indocumentada para preguntar “Cata…what?” cuando alguno de nosotros se presenta. Y, entre lo que sería la gente regularmente informada, quienes leen diarios y siguen la política internacional, el hecho catalán es una evidencia incontestable. En todo el mundo. Existimos y todo el mundo sabe que existe un conflicto importante con España. Algo que en 1992 era un sueño.
Y no sólo eso: entre los expertos, entre los entendidos, entre los políticos, los politólogos, los periodistas y toda la fauna que se mueve en torno a la política en Europa, no cabe duda de que en Escocia y en Cataluña, y tan sólo en Escocia y en Cataluña, hay un movimiento independentista que presenta un envite serio a sendos estados y al conjunto de Europa. Un envite que será necesario resolver, que no se puede esquivar. Lo dice, entre otros expertos, Laborderie en este artículo de Le Monde. Pero lo dice también Francis Fukuyama cuando explica en su último libro que Quebec, Escocia y Cataluña son las sociedades occidentales que podrían constituir estados independientes con un alto grado de libertad. O Timothy William Waters, que en su libro ‘Boxing Pandora’ (2) alerta repetidamente al Estado español del grave error que ha cometido utilizando la violencia contra el independentismo catalán y creyendo que así frenará el proceso.
Durante mi vida, con frecuencia, ver cómo nos miran desde fuera me ha hecho entender mejor qué somos y la magnitud de la revolución que llevamos a cabo. Seguramente porque alejándonos del ruido que causan las pequeñas miserias internas, la voz del país se oye alta y clara. Seguramente porque fuera la presión arrolladora del nacionalismo español disminuye. Pero también, también, porque el paso de los años, aunque a nosotros nos resulte doloroso y lento, a los demás les hace ver que vamos en serio. Que es por ello que tras cinco años de violencia y represión Le Monde se encuentra obligado a explicar a sus lectores que en Europa hay dos naciones que son la excepción y que están dispuestas a hacer la independencia y no conformarse con la autonomía: “L’Écosse et la Catalogne” …
(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/cataque-entre-el-dni-de-puigdemont-i-les-operacions-destat/
(2) https://www.vilaweb.cat/noticies/timothy-william-waters-independencia-solucio-no-problema/
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