Salvador Cardús: «Esto ya no va de argumentos; va de fuerza»

Quita hierro a la división del independentismo, que atribuye a la represión y cree que habrá que esperar a que pasen las elecciones para reconstruir el relato. Rehuye las hojas de ruta pero se declara convencido de que tarde o temprano se abrirá una ventana de oportunidad y habrá que estar preparados para aprovecharla. Un consejo: «tenemos que poner el foco en Escocia»

El sociólogo Salvador Cardús (Terrassa, 1954) está embarcado en la ampliación del informe de la IEC sobre la cohesión social de estos primeros 20 años del siglo para completarlo con un estudio sobre el impacto de covid-19. A la vez continúa inmerso en proyectos de más largo recorrido como la investigación en torno a la conformación de las identidades en sociedades complejas y diversas como la nuestra. También quiere poner las ideas finales sobre el papel porque hace años que le da vueltas pero, como suele ocurrir, las cosas urgentes dejan las importantes en un segundo plano. Asimismo, la docencia en la Universidad Autónoma de Barcelona ​​le comporta mucho trabajo.

Con él, que ha seguido de cerca el proceso no sólo como analista sino también desde el Consejo Asesor para la Transición Nacional y yendo en las listas de Juntos por el Sí (2015) y Juntos por Cataluña (2017) en posiciones simbólicas, hablamos de política, de educación y de la pandemia.

 

-Empecemos por la universidad. ¿Cómo se ha adaptado a los cambios forzosos en la manera de enseñar por la pandemia? A pesar del desbarajuste, ¿tienen algunas virtudes?

-Si las formas de enseñanza on-line añaden algo a lo que hacíamos, fantástico; si quitan cosas a lo que hacíamos, mal. La relación entre el profesor y el alumno es fundamental. El papel del profesor es el de buscar un vínculo directo con el estudiante para acompañarlo en su crecimiento personal e intelectual. Si nos hemos pasado toda la vida reclamando grupos pequeños para que esta interacción fuera mejor que con grupos de 100 estudiantes, ahora de repente no aceptaremos un mundo que nos masifique aún más. Las tecnologías permiten incorporar nuevos elementos como materiales audiovisuales y eso me parece bien si favorece como con Covid-19 o en otros escenarios resolver problemas de distancia, lo que me cuesta es ver si una cosa puede sustituir la otra. Cada materia es diferente pero por el tipo de contenido que yo imparto necesito establecer una vinculación lo más directa posible y, por tanto, de carácter presencial. Por suerte esto nos ha pillado en un momento en que tenemos recursos que nos han permitido continuar las clases a pesar de la distancia. Si esto nos hubiera pasado hace 15 años no hubiera sido posible ni el teletrabajo ni la docencia a distancia. El drama habría sido mucho mayor.

 

-Nos encontramos ante unas elecciones que no sabemos ni qué día se acabarán haciendo porque la decisión está en manos del TSJC. ¿Qué reflexión le genera esta incertidumbre?

-Lo primero que muestra esta situación es que desde 2017 este país ha perdido o le han quitado su capacidad de autogobierno. Aquí son los tribunales los que ponen o quitan presidentes al margen de los resultados electorales, son los que dicen quién va a la cárcel o no, los que incluso nos dicen si debemos estar confinados o no. Ahora hay polémica por si los derechos políticos están por encima de la salud pública y si se puede ir a mítines fuera del municipio. El Gobierno en esto no tiene capacidad de decisión porque esto se decide en otro lugar. Y el colmo de todo es esta objeción a un aplazamiento de unas elecciones por razones de salud pública. Aquí los que mandan son los tribunales y los márgenes de maniobra, si ya eran estrechos y discutibles antes de 2017, ahora ya se ha puesto en evidencia. Y esto tiene un impacto directo sobre las elecciones porque quiere decir que el ciudadano, a poco que se fije, se dará cuenta de que la capacidad de poder real de este Gobierno y de este Parlamento es escasísima. Ya lo veíamos antes que cualquier ley que tuviera un poco de relieve se llevaba al Constitucional. No es que la situación fuera buena pero ahora es aún más visible. Y si la percepción del ciudadano es que aquello en eso para lo que le llaman es irrelevante no tiene motivación para ir a votar.

Pero, además, esto genera dudas de carácter práctico, si se hacen más tarde se tendrá que rehacer el censo, volvería a saltar el voto por correo y la gente que ha hecho todos los trámites quizás se lo repensará. También se han tenido que reorganizar los espacios, se tendrá que ir a votar en lugares diferentes a los habituales, hay miedo al contagio. Son muchos los elementos de desánimo y desaliento.

 

-¿Nos podemos encontrar con una muy baja participación como ha ocurrido en las presidenciales portuguesas?

-Aquí puede pasar algo parecido y, si es así, lo más grave es que será muy fácil decir que los que gobiernan y los que están en el Parlament tienen una legitimidad muy escasa. Si sólo votara un 40% y si quien avala el gobierno no pasa del 20% de la población esto puede dar lugar a una situación de una extraordinaria y grave debilidad política.

 

-Al margen de esto, que evidentemente condicionará y mucho estas elecciones, ¿qué está en juego en esta cita con las urnas? Algunos hablan de un plebiscito interno del independentismo sobre la estrategia a seguir.

-Está en juego más que eso. Cada vez hacemos decir en las elecciones más de lo que nos preguntan, es lo del juego de los disparates, porque te preguntan quién quieres que gobierne y por otro lado te dicen que son por si quieres la independencia. Si quieren saber quién quiere o no la independencia que nos lo pregunten explícitamente pero es que ahora nos preguntan qué partidos y qué políticas queremos que gobiernen este país. La independencia y la dependencia están detrás de este debate pero no podemos forzar tanto las cosas como para hacer decir lo que no se nos ha preguntado, porque hay gente que votará comunes y quizás si le preguntaran por la independencia diría que sí y ahora hemos visto en las encuestas que hay gente que votará ERC pero que si le preguntan si quiere la independencia dice que no, por lo tanto podemos pensar que el voto de ERC es mayoritariamente independentista pero también los hay de ERC que votarían que no. Y en el otro lado, en el centro derecha, será también muy difícil contarlo porque los votos que vayan al PDeCAT, que probablemente se perderán pero se podrán contar, ¿podremos decir legítimamente que son votos independentistas? Son una especie de independentismo en diferido. Porque la independencia en diferido a largo plazo es como los que quieren el socialismo pero en otra vida. Será complicadísimo contar qué votos son independentistas porque la paleta de colores no es tan precisa como había sido en 2017 o en 2015.

 

-Por tanto, eso de fijarse en si se supera el porcentaje del 50%, ¿es engañoso?

-Tengo la impresión de que hace tiempo que nos metemos en líos de los que no medimos ni su necesidad, ni, sobre todo, su efectividad. La discusión y el debate del 50% del voto independentista en un escenario como el actual en el que la abstención será enorme tiene poco interés. La legitimidad de un 50% con un 40% de participación puede servir para gobernar pero no para hacer la independencia. Y además la fragmentación del espacio independentista en el caso del centroderecha y el incremento de la ambigüedad en el centro izquierda con esto de la Vía Amplia, que quiere decir que incorporas muchos voto que de hecho no quiere la independencia, hace muy difícil que este 50% se pueda deducir del voto a unas siglas determinadas. Yo no me metería en estos laberintos porque no tienen una efectividad práctica, son jardines retóricos.

 

-¿El independentismo se encuentra, pues, atrapado por esta retórica y por la fragmentación?

-La fragmentación es resultado de las condiciones políticas en las que nos encontramos. Tampoco es que seamos un grupo de inútiles y que cuando todo era posible no lo hicimos bien y entonces nos hemos puesto a pelearnos entre nosotros. La división es resultado del marco represivo en el que nos encontramos. Si no hubiera una situación de represión, de coacción y de escasez de poder, ya iríamos todos juntos, no tengo ninguna duda. No es que seamos especialmente imbéciles desde el punto de vista político, somos como cualquier otra nación y esto lo podemos ver en cualquier otro país. En momentos de crisis se producen estas fragmentaciones y, en cambio, cuando hay capacidad de tomar decisiones, se producen procesos de cohesión política. Ahora pagamos las consecuencias de la represión. Si no tuviéramos a los líderes de los partidos en la cárcel o en el exilio, ¿tú crees que las lógicas políticas serían las mismas? De ninguna manera. Que la política catalana se tenga que decidir desde la prisión o desde el exilio o en el caso del PSC se decida desde Madrid, dificulta la cohesión.

 

-Cuando le inhabilitaron al presidente Torra señaló la autonomía como uno de los obstáculos para la independencia. ¿Se entendió lo que quería decir?

-Si alguien no lo entendió es que no lo quería entender. Los había que estaban en contra del president Torra dijera lo que dijera. La política fundamentalmente es relato pero desde un punto de vista objetivo es exactamente así. ¿Por qué en 2003-2004 el president Maragall emprende el camino de reforma del estatuto? Pues porque la autonomía había quedado muy disminuida, gobernaba Aznar, había una invasión de competencias constante, y se reforma el estatuto para ver si se pueden poner muros de contención en el poco poder que ya tenía la autonomía. Esto no fue posible porque en Madrid le pasaron el cepillo y luego el TC se lo cargó. Y en 2017, con el 155, el recorte ya fue espectacular. En estos momentos lo que queda de autogobierno o gobierno autonómico es verdaderamente el obstáculo principal para, primero, gobernar bien, lo que llaman gobierno efectivo, y es muy difícil ser efectivo cuando no tienes los instrumentos fundamentales y ahora se ha visto que no se tenían; es un obstáculo porque hace muy difícil la transformación de este marco político.

 

-¿Es importante continuar gobernando a pesar de estas limitaciones?

-Más vale administrar los cuatro recursos que tienes aunque sean limitados y vengan muy condicionados, que no hacerlo. Pero, por ejemplo, ¿cómo se puede gestionar bien la pandemia si las vacunas te las compran fuera, los materiales vienen de fuera, los presupuestos y el margen de déficit te lo deciden fuera. Diría que no a dejarlo pasar, aunque sólo fuera por mantener la estructura institucional. Renunciar a la Generalitat me parecería un error excesivo. Por muy vacía que esté de contenido, mantengámosla, saquemos el máximo partido y hagamos lo mejor posible con lo que tenemos, eso es relevante. Ahora bien, lo complicado es cómo se supera esta situación. Si lo supiera me presentaría a las elecciones.

 

-Teniendo en cuenta las limitaciones del autogobierno, ¿qué papel cree que puede jugar el Consejo para la República?

-El Consejo para la República me parece un buen instrumento o lo habría sido si hubiera cohesionado al independentismo, si hubiera sido aceptado por todo el independentismo como un instrumento útil. Podría haber sido muy eficaz, y ya lo es, pero de manera muy limitada. Si de los dos actores principales del independentismo hay uno que no quiere estar porque tiene la impresión de que es ceder el liderazgo de la independencia a uno de los partidos, el del señor Puigdemont, nos encontramos con un instrumento fallido en algún sentido y no es extraño que no tenga la fuerza suficiente porque la mitad del independentismo no se siente vinculada por más que estuvieran en su constitución, pero no comparten esta estrategia. Si es posible rehacerlo, fantástico, si no se puede rehacer, si el Consejo se percibe como un instrumento de parte, su eficacia será muy limitada.

 

-Si el Consejo para la República no puede hacer este papel, ¿haría falta otra institución similar?

-Este espacio no existirá mientras las lógicas políticas actuales se mantengan. Quizá lo que haría falta es un relevo de los liderazgo para que esto fuera posible. No sé qué es lo que haría falta para que se reconocieran los unos a los otros: para que el espacio de ERC reconociera el de Junts y el de Junos el de ERC. Quizás deben pasar las elecciones porque es verdad que las elecciones son un momento de máxima confrontación y de intentar marcar perfiles en una lógica competitiva. Cuando hayan pasado las elecciones y según sea la magnitud de la tragedia, tanto en abstención como en resultados, tal vez después alguien se replanteará qué más hay que hacer. A mí la idea del Consejo me gusta sobre el papel y en los objetivos pero esto es como cuando se hizo la ‘Crida’ (‘Llamada’), sobre el papel también debía ser un espacio de cohesión de todo el independentismo pero si no lo es pierde su vigor político. El problema de las ideas no es que sean buenas o malas sino que se les haga caso.

 

-Más allá de los partidos parece que las entidades soberanistas que impulsaron el proceso han perdido vigor. La pandemia, que impide la movilización en la calle, ¿ha sido un freno?

-Veníamos de una lógica asociativa y organizativa que se fundamentaba en la movilización, y si no hay calle, no hay nada. Puedes ser activo en las redes y hacer manifiestos y lo que quieras pero todo ello desde un punto de vista de capacidad de coacción para forzar a los partidos o para forzar al Estado, es ridículo, nadie hace caso. Puedes decir es que es para mantener la moral pero más bien desmoraliza ver tantas iniciativas que no tienen una traducción en la calle. Por lo tanto, es un problema grave, si no hay calle no hay movilización, y si no hay movilización no hay capacidad de presionar al poder, ni al de aquí ni al de fuera. La otra cosa es que las organizaciones de la sociedad civil desde el primer momento, a veces de manera más discreta o menos en otras, siempre han estado sometidas a la intromisión de los partidos y eso hay momentos en que se ha podido disimular más o que no ha tenido unas consecuencias tan grandes pero en estos momentos les ha ocurrido algo que es peor, que es la indiferencia de los partidos. Lo peor es que te quieran controlar pero si te quieren controlar es porque tienes alguna fuerza y ​​cuando no la tienes te abandonan. Yo creo que el problema que tenemos es que estas organizaciones se han ido convirtiendo en relativamente irrelevantes y si son irrelevantes merecen poca atención de la gente y de los partidos. Más que buscar explicaciones de carácter individual, que también se podrían hacer, sobre los liderazgos de la ANC y de Òmnium creo que hay que poner el acento en las condiciones objetivas, las estructurales, creo se encuentran en una situación de espera; no están muertas pero se mueven sin tener una gran capacidad de incidencia política.

 

-Ha dicho más de una vez que no es partidario de las hojas de ruta porque siempre hay hechos inesperados que las desconciertan pero, ¿cuál puede ser el desatascador para volver a avanzar?

-Esto de las hojas de ruta siempre me ha parecido un error porque para existir primero es necesario que haya un camino fijado. Si tú tienes un mapa para subir a un monte puedes trazar una trayecto pero nuestro mal es que para nuestro objetivo no hay mapa y, por tanto, no hay hoja de ruta, y cada vez que hemos querido fijar uno o no ha funcionado o ha forzado a hacer cosas cuando no tocaban. No sabemos qué hubiera pasado si no se hubiera hecho el referéndum el 1 de octubre pero forzar hacerlo en un plazo y una fecha concreta fue seguramente un error y una vez los políticos lo han aceptado y luego las cosas no han ido bien se lo reprochas o les dices que no habían previsto según qué. Yo precisamente, en su momento, no era favorable a empezar con un referéndum porque costaría que fuera aceptado internacionalmente, primero se tenían que hacer otras cosas, y el referéndum venía después. Cuando alguien de la misma sociedad civil pensó que debía forzar al Govern a fijar una fecha entonces no es legítimo quejarse de lo que tú mismo has provocado.

 

-Usted que ha estudiado bien esto de la gestión de los tiempos, ¿considera que tuvimos un problema de calendarización?

-No sé calendarizar cuál debía haber sido la sucesión de eventos, se precipitó algo antes de tiempo, o antes de tener atados algunos otros aspectos que permitieran el control de la decisión del referéndum para poderla aplicar. Yo creo que aquí las responsabilidades no son sólo de los partidos y del Govern de ese momento sino que deberíamos ver quién estaba implicado en forzar un calendario cuyas consecuencias no se podían controlar.

Yo estoy convencido de que esto acabará bien pero que acabará de manera no prevista. Esto no quiere decir que no se hayan de establecer estrategias para aprovechar la debilidad del Estado. Es verdad que tienen la policía y el ejército pero desde un punto de vista institucional el Estado español está ahora en un momento débil y esto se debe saber explorar y explotar. Pero la ruptura, el momento de la ruptura, se producirá de manera inesperada, si tú crees que lo puedes planificar debes saber con qué fuerza cuentas, y si das pistas al adversario puedes ayudarle a impedir que lo puedas hacer. Si en la Alemania del Este hubieran sabido cómo se produciría el desbordamiento del muro lo habrían impedido y si el muro se derrumbó y la gente empezó a ir hacia el otro lado de muro es porque no lo tenían previsto. Porque hubo un momento de desconcierto y ese momento fue bien aprovechado. Creo que no seremos Irlanda sino que seremos Berlín, nosotros lo haremos, si pasa -que pasará- de esta otra manera: un día o unas semanas habrá alguno o algunos eventos que facilitarán esta oportunidad para dar el salto. Alguien se equivocará o acertará mucho, no lo sé, pero pensar que esto lo podemos planificar, dibujar y explicar es de una ingenuidad que clama al cielo.

 

-Hace unos días en una entrevista aquí en ‘La República.cat’ el historiador Jaume Sobrequés se declaraba muy preocupado por la naturalidad con la que se está aceptando la represión y reclamaba más firmeza. Hablaba de la necesidad de una violencia pacífica. ¿Lo comparte?

-Esta firmeza tiene muchas caras, no es una firmeza sólo de resistencia directa, que en algunas cosas quizás haría falta, pero, por ejemplo, hay que empezar por hacer más visible el marco represivo. Uno de los dramas, desde mi punto de vista, es lo que decía Sobrequés, esta pasividad con la que se aceptan según qué dimensiones represivas. Ahora lo hemos visto con el intento de aplazar las elecciones. Una parte del país ha reaccionado diciendo que no habíamos sabido hacer bien el decreto en lugar de poner el acento en lo que hacía falta poner, que es que un tribunal decidirá cuándo pueden hacer o no unas elecciones, y denunciar la estrategia de Estado que hay detrás, hay gente que se ha dedicado a tirar piedras sobre el tejado obviando este marco represivo en el que se produce esta situación. Lo mismo ocurrió con la inhabilitación del presidente Quim Torra, al final parecía que el culpable era él por colgar una pancarta. Había gente que decía que hacía un gesto inútil. La interiorización de este marco represivo hace que nos autoculpabilicemos de todas las debilidades en que nos encontramos. Hace falta un trabajo ingente para cambiar esta situación, para hacer más visible que estas cosas no pasan porque sí, pasan porque hay un marco en el que no puedes poner una pancarta o no puedes retrasar unas elecciones aunque sea por razones sanitarias. Porque el decreto estaba tan bien hecho como cualquier otro, pero hay quien en vez de eso critica que el decreto ‘no sé qué’. Es un decreto para una situación excepcional y los tribunales no se deberían meter, al final se meten porque un particular hace un recurso, francamente la arbitrariedad es tan obvia que no verla o no denunciarla es ser cómplice de esta represión. Y la lógica de la desobediencia civil debe considerarse con fuerza también, así como hacer más visible internacionalmente la situación en la que nos encontramos. Nos pueden ayudar circunstancias que no tenemos suficientemente presentes. ¿Por qué, por ejemplo, no ponemos más el foco en Escocia? Escocia nos vuelve a ser una ventana de oportunidad porque al final acabarán haciendo una independencia a la catalana, con la ventaja de que los ingleses no son tan bestias como los españoles.

 

-Además, Escocia, por conveniencia, puede contar con la complicidad de la UE tras el Brexit.

-Yo leo cada día el ‘The Nacional’ y el ‘The Herald’ y el debate es muy similar, se deberían seguir más de cerca, las dificultades dentro de los partidos, la relación con los unionistas, nos están ofreciendo un marco más consistente democráticamente, comparado con nuestro y que nos da argumentos. Al final muchas de las críticas que hemos hecho aquí resulta que es que lo que están haciendo en Escocia, que por otro lado seguro que han aprendido mucho de nosotros y podrán hacer las cosas de otra manera, o relativamente diferentes. Pero en lugar de estar pendientes de Escocia, como estuvimos su 2014, porque tenían que hacer un referéndum, dentro de poco se plantean hacer otro y ahora parece que nos incomode hablar de Escocia, y es porque tenemos interiorizado este marco represivo en el que estamos. Y quizá sí tenemos que pasar por una cierta purga, por una cierta clarificación de los espacios.

Hay mucho terreno para conocer mejor la realidad, para denunciar mucho mejor la situación en la que estamos. Se pueden hacer muchas cosas y se puede pensar en qué tipo de acciones se pueden hacer para demostrar fuerza. El problema aquí ya no es de argumentos; es de fuerza.

 

-Vicent Partal insiste últimamente en que hay que concebir el combate teniendo claro que hablamos de un conflicto de nación contra nación, no de Cataluña contra una determinada España. Esto se ha entendido lo bastante bien?

-Hubo un momento en que parecía que lo habíamos entendido pero lo hemos desentendido. Efectivamente una de los retrocesos importantes de estos últimos tres años es la pérdida de esta dimensión nacional del combate. Ponemos mucho énfasis en las cuestiones sociales, en la dimensión social de la lucha, pero es que cuando seamos independientes las dimensiones sociales aún estarán por arreglar y seguiremos luchando para que haya más igualdad, mejores escuelas y mejor sanidad.

 

-Como hacen en cualquier Estado independiente, ¿no?

-Nadie debe pensar que la independencia arregla el mundo porque hay muchos países independientes y muy mal arreglados. Por tanto, no digo que ahora no se deba hablar de eso, pero que nadie piense que la independencia implica eso. Con la independencia vete a saber qué votarán los catalanes de aquí a una generación. Cada generación hará el país que quiera, esto no lo podemos predeterminar. Por tanto, el combate es un combate entre naciones, entre proyectos nacionales, nuestro proyecto nacional y su proyecto nacional, que ya hemos visto que tanto si es a la derecha, a la izquierda, a la extrema derecha o a la extrema izquierda es el mismo, porque es su espacio de supervivencia. Aquí hemos perdido un poco de perspectiva por parte del mismo independentismo porque ha querido invitar a más gente por la vía equivocada, a base de disolver la dimensión del combate. Se habla poco de la nación, da pereza hablar de la lengua, y hablar de la cultura parece que dé pereza también, pero finalmente sé de lo que estamos hablando, no queramos engañar al personal porque tampoco se dejará engañar. Hace falta mucho trabajo para reconstruir el relato.

 

-Uno de sus campos de estudio ha sido también la educación. ¿Cómo ha visto el retorno a las aulas al principio de este curso ante las voces apocalípticas que lo cuestionaban? ¿Se ha querido enviar un mensaje de que la escuela es importante?

-En parte es eso y en parte también es una cuestión de logística. Es importante que no se cierre la escuela porque es importante la escuela. Esto me parece una evidencia que no sé por qué se debería discutir. Pero es que, además, si cierras las escuelas no sólo no hay escuela sino que no sabes qué hacer con los niños y a veces parece que las cuestiones prácticas no sean relevantes. ¡Y lo son mucho! ¿Dónde los pones estos niños? ¿Los padres deben quedarse en casa? ¿Las madres deben dejar el trabajo? ¿Los dejamos con los abuelos poniéndoles en riesgo? Al final nos falta a todos un cierto sentido más pragmático de lo que es la vida de cada día. A mí me ha parecido, especialmente en la educación pero también en general, que la ideologización de los debates es como una huida hacia delante.

Esto hace que no hablamos en concreto, de la verdad, de lo que en sociología llamamos las consecuencias no queridas de la acción social. ¿Cuál sería la consecuencia de cerrar las escuelas? Esto se debe pensar. Tenerlas abiertas tiene unos riesgos; con el cierre deberíamos ver si no serían aún peores. O este debate de escuela pública-concertada. Esto Guillem Lopez Casanovas lo explica muy bien: esta dualidad de pública y concertada seguramente lo que hace es evitar una polarización aún más radical de nuestra sociedad. Imagínate que sólo hubiera escuela pública y privada. ¿Cuál sería el resultado? Que tendríamos dos polos mucho más opuestos. Ahora tenemos una cierta línea de continuidad de la escuela pública con la concertada que es medio pública-medio privada y esto seguramente limita la polarización y favorece la cohesión. Menos discurso ideológico y un poco más de los pies en la tierra. El debate sobre los impuestos sobre sucesiones y todas estas historias las acabamos discutiendo en términos ideológicos y no analizamos bien cuáles son las consecuencias no queridas de estas decisiones. En el campo de la educación esto ocurre muy especialmente.

 

-Dejando al margen esta excesiva carga ideológica que enmascara el verdadero debate, hace 20 años, con el libro ‘El desconcierto de la educación’ sintetizaba que «educar es poner límites» y ahora veo que centra la mirada en el exceso de emocionalidad. ¿Cuál es ahora el verdadero fondo de la cuestión?

-Hay varias cuestiones que son las mismas pero con lenguajes diferentes. Una es la de desemocionalizar toda la retórica educativa porque finalmente parece que todo se reduce a ser felices, haría falta también revisar esta idea del debate entre la competencia y el contenido. ¿Los conocimientos son importantes o no son importantes? Traslademos esto a conocimientos como por ejemplo el inglés, si se enseña inglés, hay que saberlo o simplemente enseñarlo, porque al final como resulta que la gente no lo aprende acaba yendo en una academia porque allí no están por puñetas de si las competencias o las no competencias, sabes o no sabes; aprendes o no aprendes. La revalorización del papel del conocimiento yo pienso que es muy importante y en cambio hay un menosprecio de lo que son los contenidos, nos quedamos en las competencias. Es verdad que hoy en día se debe tener una flexibilidad que no era necesaria quizá hace algunos años y, por tanto, debemos tener unas competencias no tan ligadas a unos conocimientos estrictas pero hay conocimientos que son básicos. En parte la cohesión social también tiene que ver con esto: en ser capaces de vincularnos a una tradición literaria, musical, científica, paisajística, y creo que estos son objetivos importantes que deberían plantearse en el mundo educativo. Y el tema de los límites ahora seguramente lo digo de otra manera, es la cuestión de las virtudes básicas. Yo creo que hemos perdido mucho tiempo hablando de valores, que siempre son abstractos y no hemos tenido suficiente presente que el debate de verdad era el de las virtudes, el de las capacidades prácticas de llevar a cabo determinadas cosas, no tanto el de las retóricas abstractas.

LA REPUBLICA.CAT

Salvador Cardús: “Això ja no va d’arguments; va de força”