Salud, riesgo y autonomía personal

Más allá de las consecuencias dramáticas, y sea cuando sea que se pueda dar por terminada la pandemia, Covid-19 también debería hacernos cuestionar la relación que tenemos con la propia salud para mejorar la forma en que la gestionamos. Mi tesis es que la extraordinaria extensión y mejora que ha vivido el sistema sanitario en las últimas décadas, paradójicamente, ha producido un gran retroceso en la cultura popular del cuidado personal. Ahora Covid-19 nos recuerda la enorme responsabilidad individual que tenemos de velar por nuestra propia salud, pero la deberíamos hacer también extensiva a otros ámbitos cotidianos que hemos cedido al sistema sanitario hasta ser excesivamente dependientes del mismo.

La doctora María Neira, directora de Salud Pública de la OMS, afirmaba en la entrevista en el ARA de este domingo que «cada uno de nosotros debe ser su propio gestor del riesgo». Ella lo sostenía en relación a las medidas relativas a la pandemia. Pero yo lo haría extensible a todas las dimensiones de la propia salud. No digo que hayamos de ser los únicos gestores, pero creo que tampoco es bueno que hayamos quedado casi desnudos de toda responsabilidad. ¿Qué educación para la salud se recibe actualmente en relación a las enfermedades más leves y comunes? ¿Qué hábitos de salud se transmiten en casa? ¿Qué conocimientos sanitarios consideramos elementales y son mayoritariamente compartidos?

Mi generación ha vivido el cambio radical de pasar de la autogestión de la mayoría de enfermedades leves a la cesión total de su cuidado al sistema de salud. Antes ir al médico era una decisión de carácter excepcional. Las fiebres -tener décimas-, los dolores de estómago -un empacho-, los dolores de garganta y las anginas, las diarreas o los vómitos leves se resolvían gracias a una cultura popular transmitida oralmente. Las sudadas, los laxantes, los zumos de limón con miel, las dietas de arroz hervido, el agua del Carmen, las infusiones y, claro, los días de cama se utilizaban con una inteligencia práctica producto más de la experiencia que de la ciencia. Y el médico de cabecera sólo era llamado cuando se agotaban los recursos propios. No lo recuerdo con nostalgia vistos los resultados de una medicina científica y de un sistema sanitario eficaz que en un siglo han conseguido doblar nuestra esperanza de vida. Pero tampoco veo clara la dependencia en el caso de las enfermedades leves y comunes ahora dejadas en manos de un complejo y costosísimo sistema sanitario o, peor, de la publicidad en los medios de comunicación y en unas redes sociales sin control.

Entre aquella cultura popular autosuficiente y esta dependencia de ahora que hace llevar a una criatura con décimas a Urgencias acompañada de unos padres angustiados porque son absolutamente ignorantes de lo que tiene, debería haber un punto intermedio. El debate actual sobre la salud se ha focalizado en la alimentación y el ejercicio físico y últimamente también en los horarios, pero a menudo más como una moda que como un hábito, tal como muestran los problemas crecientes de obesidad, entre otros. Y a pesar de la intromisión de teorías confusionistas, de dietas peligrosas o de negocios pseudomédicos engrasados por todo tipo de miedos irracionales, estos debates señalan progresos en la buena dirección. Pero, desde mi punto de vista, sigue desatendida esta franja que va de la enfermedad leve a la que necesita atención médica profesional. Habría que empoderar al ciudadano con una cultura sanitaria básica que le permitiera ser el gestor de sus riesgos más elementales para garantizar un cuidado adecuado. Pienso en unas pautas de higiene mejoradas -manos limpias, horarios de sueño, mascarillas en caso de enfermedades infecciosas…-, pero también en la respuesta autónoma a resfriados, gripes, dolores de cuello, leves indigestiones, desinfecciones de pequeñas heridas… la idea es que más autonomía personal fundamentada en una buena formación en salud doméstica también derivaría en un comportamiento más responsable que podría contrarrestar la actual insensatez a la que invita la fácil y a menudo compulsiva dependencia del sistema sanitario.

ARA