Sacar provecho del lío

La proximidad de las elecciones intensifica la actividad política interna de cada partido, acentúa las gesticulaciones de campaña hacia fuera y multiplica los discursos interpretativos en los medios según sus preferencias. Todo ello hace difícil que los ciudadanos discernamos entre los acontecimientos probados y las representaciones simuladas o las trifulcas disimuladas. En el combate político se hace reinar la confusión por aquello de «si hi ha maror, peix en abundor” («a río revuelto, ganancia de pescadores»).

Pedir aguas transparentes en períodos electorales, pues, es soñar. En cambio, sí es posible conocer las circunstancias que las enturbian. Mencionaré algunas. La primera es la del falso supuesto de que todo el mundo está interesado en la política y, todavía lo es más suponer, que todo el mundo lo entiende según los códigos expertos. El lenguaje político es altamente esotérico y su comprensión depende no tanto del contenido explícito como de mecanismos de adhesión o rechazo que responden a principios de percepción y apropiación que ni siquiera suelen ser políticos, como ya advertía Pierre Bourdieu en ‘La distinction’ (1984). ¿Cuántas personas y de qué perfiles entienden qué se cuece realmente en un debate parlamentario? De ello pongo un ejemplo vivido. Un día, hace tiempo, en un bar que, cosa rara, tenía el televisor puesto en un canal que emitía un debate de política general. De repente, un cliente joven se dirigió al mismo extremadamente irritado y le increpó porque a él le gustaba la caza y pensaba que toda aquella gente la quería prohibir. Sí: la caza como criterio único y último. (Ya saben a quién votará en las próximas elecciones, ¿verdad?)

También contribuye a la confusión el hecho de que la mayoría de encuestas y los análisis que de ellas se derivan parten de preguntas que responden no a la lógica del interrogado, sino a la de quien hace la pregunta. No sólo se confunde opinión con acción, sino que las respuestas se encauzan según lo «políticamente pensable» desde una lógica institucional. Basta imaginar cuán diferentes serían las preguntas si cambiara el sistema electoral con propuestas como las que hacen los profesores de matemáticas Xavier Mora y Rosa Campos de la UAB en su blog ‘Ars Electionis’. Ahora nos hacen elegir una única sigla. Pero, ¿y si votáramos nombres combinados de varios partidos en una lista abierta? ¿Y si pudieran votar nuestra primera opción y la segunda? ¿Y qué pasaría si a la pregunta sobre un referéndum de independencia se añadiera la garantía que sería vinculante, sin represalias y que la separación se haría de manera amistosa?

En tercer lugar, hoy en día la percepción del debate político está marcado -y distorsionado- por las redes sociales. El análisis de las «conversaciones», de las «densidades relacionales», de las «interacciones entre comunidades» y otros nuevos patrones de observación nos muestran dinámicas de adhesión, rechazo, fragmentación y cohesión políticas mucho más complejas y volubles que las tradicionales. Jordi Morales, en ‘Cohesión social, análisis de redes y Twitter’, un anexo del ‘Informe sobre la cohesión social en la Cataluña del siglo XXI’, hace una aproximación muy interesante a partir del análisis comparado del comportamiento en las redes en los atentados del 17 de agosto y en las elecciones del 21 de diciembre. Dónde se representa mejor la política hoy en día: ¿en el Parlamento o en Twitter?

Finalmente hay que advertir de la tentación informativa de poner la atención más -o sólo- en el conflicto que en el acuerdo. Cada vez se informa más de política como si estuviéramos en la sección de hechos varios. Es decir, se sobreinterpreta y dramatiza el enfrentamiento político en unos términos que a menudo convierten el juego sucio en categoría de análisis trascendental. Es una vía que invita a la desconfianza, que polariza la percepción de la realidad y las formas de adhesión partidista y que fomenta la antipolítica. Y no creo que nada de esto convenga a una cultura democrática tan débil como la nuestra.

ARA