Los críticos con el gobierno critican que sólo se enseñe la versión oficial del exterminio de 800.000 tutsis a manos de 200.000 hutus
En enero un joven quería reformar la casa heredada de su abuelo en el pueblo de Ngoma. Contrató a un albañil para abrir una zanja donde poner una valla, pero al hacerlo tocó en un hueso de lo que parecía una pierna. El dueño de la propiedad le dijo que dejara de excavar y le pidió que la construyera dos metros más allá. Pero cuando lo hizo, se encontró con una calavera. Asustado, el propietario volvió a pedirle silencio, pero esta vez le envió a casa. Basta de excavar. El albañil supo que no podía callarlo y se lo dijo al alcalde del pueblo. Se activaron los protocolos y, en tres días, cien voluntarios desenterraron hasta 119 cuerpos de personas que fueron asesinadas hace 30 años.
“No es fácil entender cómo podían seguir viviendo”, dice al ARA Naphtali Ahishakiye, el secretario general de Ibuka, la asociación matriz de supervivientes del genocidio en Ruanda. “La ideología genocida todavía está ahí. Cada vez hay menos casos y a medida que pasan los años se reducen, pero aunque sólo hubiera un caso, seguiría siendo un problema”, explica Ahishakiye.
MAPA: https://es.ara.cat/internacional/africa/ruanda-anatomia-genocidio-30-anos-despues_130_4990594.html
No es un caso único. Entre 2018 y 2019, encontraron 84.437 cuerpos en una montaña a las afueras de Kigali, cerca del aeropuerto internacional, bajo unas casas en reforma. “El 95% de los ruandeses son cristianos y cuando entramos en las casas había una sala de oración, biblias… y tenías los cadáveres justo debajo. Nos preguntamos: ¿Cómo es posible? Era horrible”, recuerda.
Estos cuerpos descansan hoy en el Centro Memorial de Nyanza, sede de Ibuka desde la que habla el secretario general. Éste es uno de los múltiples centros de conmemoración donde se enseña qué pasó y se ofrece descanso a los que murieron asesinados.
Cien días de infierno
El número oficial de personas que murieron del 7 de abril al 15 de julio de 1994 en Ruanda no deja de crecer con los años, con casos como el del pasado enero. Las estimaciones son de 800.000 personas asesinadas. El genocidio lo perpetraron unos 200.000 hutus, el grupo comunitario que formaba parte del 85% de la población, frente a los tutsis, que eran sólo el 14%. El odio creció con los años a medida que se asociaba a los tutsis a una clase más alta que supuestamente oprimía a los hutus. El 70% de los tutsis fueron aniquilados en cien días.
“No es fácil saber cuántos faltan por desenterrar, pero tenemos muchos supervivientes que dicen que no han encontrado a sus familiares”, afirma Ahishakiye. Treinta años después todavía se siguen encontrando cuerpos y el país de las mil colinas sigue recordando cada día lo ocurrido para que no se vuelva a repetir.
Este domingo el presidente Paul Kagame volverá a encender la antorcha que, como cada año, marca el inicio de los actos de conmemoración de ‘kwibuka’ –que significa recordar, en el idioma local–. Todos los días hay actos de conmemoración que traspasan fronteras. Incluso la ONU dedica el 7 de abril al Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de 1994 contra los Tutsis en Ruanda con actos en Nueva York.
Para Ruanda, los actos de recordatorio son importantes para poder avanzar en la reunificación y curar las heridas del pasado. “Si no organizamos ‘kwibuka’, podemos olvidarnos, porque no tendríamos este foro. Si no recuerdas, no puedes reunir el valor para construir lugares conmemorativos y preservar la memoria”, dice Ahishakiye.
Sin embargo, el recuerdo del genocidio no se limita a los actos conmemorativos cada año durante cien días, sino que es una parte central de la política del gobierno. La memoria histórica es algo que se trabaja a diario desde el gobierno, las asociaciones e incluso en las escuelas. «La memoria es muy importante en la vida humana porque nos ayuda a aprender», considera.
Una parte importante es la educación. El gobierno de Ruanda considera que lo que se enseñaba en las escuelas fue vital para que cientos de miles de personas aceptaran asesinar a machetazos a sus vecinos. El 70% de la población actual en Ruanda ya ha nacido después de 1994 y no ha vivido el genocidio, por lo que enseñarlo en las escuelas es vital. En 2008 el gobierno de Ruanda incluyó en el currículo nacional de Historia el genocidio contra los tutsis.
Sin embargo, la medida no está exenta de polémica. Los críticos del gobierno consideran que lo que se enseña es sólo la versión oficialista. “Tuvimos dos crímenes: el genocidio contra los tutsis y los crímenes contra la humanidad antes, durante y después del genocidio. Este segundo es ignorado por el gobierno”, asegura al ARA Victoire Ingabire, opositora del régimen de Kagame.
Para la oposición, el ejecutivo teme admitir cualquier muerte que no sea la de un tutsi, entre ellas las causadas por el Frente Patriótico Ruandés (FPR), el movimiento rebelde de Kagame que acabó con el genocidio y gobierna desde entonces con mano de hierro. Ingabire critica que sólo hace dos años Kagame mencionó por primera vez la muerte de algunos hutus moderados que ayudaban a los tutsis por parte de sus compatriotas. “Si no podemos redimir a todas las víctimas de nuestra historia más oscura, no podemos estar unidos. Por eso tenemos tantos refugiados fuera de Ruanda”, alega.
El trauma perdura
La educación en las escuelas es sólo una parte, pero asociaciones como Ibuka trabajan por la justicia, la memoria, la documentación y la defensa de los derechos de los supervivientes del genocidio. El secretario general asegura que las necesidades han ido avanzando con los años. Si en un principio los problemas eran urgentes, de comida y hogar para los huérfanos, hoy en día emerge un nuevo problema de salud. «Los supervivientes se hacen mayores y hay problemas nuevos como diabetes y presión arterial», dice Ahishakiye.
Un problema que persiste es el de la salud mental. En Ibuka cuentan con un psicólogo y realizan sesiones en grupo para compartir lo que pasó. «El trauma es una barrera importante: no se puede pensar en ingresos ni educación si se tiene un trauma», lamenta.
Treinta años después, la memoria por el genocidio sigue presente y sigue afectando a la vida de miles de ruandeses. Preguntado por el mayor reto a futuro, Ahishakiye lo tiene claro. “El mayor desafío es acabar con la ideología de genocidio. Ya no tanto en Ruanda como en el extranjero”, finaliza.
ARA