Da miedo. La última nota semanal publicada por los chicos de Nouriel Roubini advierte de un cambio en las dinámicas de importación y exportación de China que amenaza con desequilibrar aún más el tensionado mercado global de materias primas agrícolas. Mayor escasez a futuro que puede exacerbar las incipientes revueltas sociales en muchos países que dependen de alimentos básicos para su subsistencia. No se trata, como pueden ocurrir con los fenómenos meteorológicos de carácter cíclico, de hechos coyunturales, sino de un verdadero cambio de paradigma que amenaza con traer la desolación a una parte sustancial del planeta. Lo que importa de verdad, como siempre, oculto bajo los ramajes de la cotidianidad, que nos puede lo urgente frente a lo importante. Movimientos de calado que tendrán severas consecuencias si no cambian las circunstancias, que no parece que vaya a ser el caso. Quedan avisados.
¿De qué va el tema? China está a punto de pasar de ser autosuficiente en la producción de cereales para consumo interno a convertirse en comprador neto en los mercados internacionales. Al fenómeno demográfico de carácter natural -o incremento, llamémosle así, orgánico-, se une ahora el cambio en los patrones alimenticios que está provocando la mejora económica de una parte, aún relativamente reducida, de su población. El grano es necesario ya, no solo para alimentar a sus habitantes, sino para dar de comer al ganado que, cada vez más, forma parte por sí mismo y sus derivados de la dieta de los ciudadanos chinos. El crecimiento del 2% anual de su demanda interior que se venía produciendo desde 1980 se ha acelerado en fechas recientes, lo que ha provocado que la oferta del que es segundo mayor productor mundial esté a punto de ser insuficiente para satisfacer las necesidades del país.
A los factores de demanda se unen cuestiones de oferta. En efecto, de acuerdo con el análisis realizado por los autores, accesible previo pago, la tierra cultivable se ha reducido sustancialmente en los últimos años a consecuencia del boom inmobiliario que vive China. En los últimos doce años la superficie dedicada a tal fin se ha reducido en ocho millones y medio de hectáreas, el equivalente a una quinta parte del territorio español. El sector primario reduce su “capacidad instalada” sin que sean factibles mejoras adicionales de “productividad”. No en vano, el propio “Ministerio de Agricultura” de los Estados Unidos ha reconocido que China es, al menos por lo que al trigo se refiere, un 51% más eficiente que ellos en su cultivo. Añadan a esto los problemas estructurales de aprovisionamiento de agua que afectan a buena parte del estado y, voilá, tienen un muy peligroso cóctel servido.
Cualquier cambio que se produzca sobre esta materia tiene un impacto sustancial sobre el precario equilibrio mundial. Por poner solo un ejemplo, hasta 1995 el gigante asiático era neto vendedor de soja. Pues bien, en 2010, el 58% de todas las exportaciones mundiales del producto agrícola fueron a parar a China. Un salto brutal en apenas 15 años. Dos. Si el año pasado el país importó 1,5 millones de toneladas de maíz -que hasta 2003 mantenía saldo positivo, producción superior a demanda-, en 2011 se espera que la cifra escale hasta los nueve millones, seis veces más. Este otoño el trigo puede ser el siguiente ya que se anticipa una pésima cosecha a la que, de momento, China podría hacer frente con una parte de las “reservas estratégicas” que tiene acumuladas. Sin embargo, si necesitara cubrir vía importaciones tan solo el 5% de su consumo anual, se convertiría en el sexto comprador mundial de esta materia prima. Glaps.
Obviamente el impacto en términos de precios y de ciclo en los productos ligados a la tierra no hace falta que se explicite. Pero no es el único. China viene en los últimos años poniendo en práctica un remedo del “petróleo por alimentos” que tan de moda estuvo en la posguerra iraquí. En este caso se trata de inversiones productivas y/o infraestructuras a cambio de enormes porciones de superficie cultivable en los países africanos, acuerdos destinados a asegurar el aprovisionamiento de su mercado local. Un fenómeno que, sin prisa pero sin pausa, está cercenando la posibilidad de suministro de otras naciones carentes de tal pacto de exclusividad. El que da primero, da dos veces. Hasta que la cosa apriete. De momento el discurso sobre de dónde puede venir el siguiente conflicto bélico se han centrado en el agua. Pero, como acabamos de ver, excusas no van a faltar. Si nos atenemos al negro presagio de los chicos de Roubini, la crisis alimentaria y la falta de recursos serán una de ellas. Nunca mejor dicho, la cosa tiene “miga”.