¿Sabe Vd. amable lector? Yo aceptaría sin vacilar la propuesta del gobierno de la CFN. Admito el nombre «Estadio del Reino de Navarra», para el campo de fútbol de Osasuna. Obviamente me da pena perder el topónimo geográfico que en nuestra tierra se ha usado tradicionalmente para designar casa y lugares en general, pero aceptando y obrando en consecuencia podemos ganar más, como comprobará si tiene la paciencia de seguir hasta el final.
Sin embargo, mire por donde, no transijo por el arcaísmo de Reyno, ya que supone una ranciedad tras la que se esconde la minoración y el desprecio al propio concepto de reino. Pero eso, preveo, no lo van aceptar los autores de la «propuesta trampa».
¿Por qué no lo van a aceptar?
Vayamos por partes. Aunque en romance castellano, fonéticamente, suena igual «reino» que «reyno», son palabras que no quieren decir lo mismo. Los españoles definen su Estado como «Reino de España». Tienen un Estado cuya forma de gobierno, según su constitución, es la monarquía; en este caso «Reino» equivale a «Estado», a un Estado que a todos los niveles ejerce como sujeto político en el campo internacional.
El Estado independiente de Navarra, hasta que fue conquistado y sometido, tuvo también la monarquía como forma de gobierno y ejerció como sujeto en dicho campo. Frente al «Reino de España» tenemos un contencioso histórico, no resuelto todavía y que se manifiesta con crudeza en lo que se ha dado en llamar desde el siglo XIX como «conflicto vasco». Se inició con las sucesivas conquistas y el aniquilamiento final del «Reino de Navarra» y sus instituciones por el de España y, ¡ojo!, también por el Estado francés, tanto en sus formas monárquicas como republicanas, y condujo al sometimiento generalizado de nuestra sociedad y a su minoración.
Por eso escriben «Reyno». «Reyno», resulta gracioso, suena a antiguo y, ¿por qué no?, a rancio. Huele a formol o a alcanfor. Sabe a grasa vieja, a cualquier cosa menos a algo vivo. Es un intento más de reducir nuestra estatalidad e independencia, arrebatadas violentamente, a un elemento «folklórico», en el sentido peyorativo de la palabra.
Por consiguiente, aunque suenen igual, son dos término contrapuestos. Uno indica claramente sumisión, sometimiento y reducción. El otro, por el contrario, puede indicar emancipación, soberanía e independencia. Frente al «Reino de España», recuperamos el «Reino de Navarra», como un ente soberano y a su mismo nivel.
Posiblemente me dirá Vd., amigo lector y con toda la razón, que hoy en día no estamos para reyes. Pero supongo que los españoles, británicos, suecos u holandeses tampoco. Me explico, pienso, como Vd., que la monarquía es una forma de gobierno obsoleta y que debe ser sustituida por la república, pero el hecho de que españoles, británicos, suecos u holandeses tengan su «forma de gobierno» propia (como los italianos, suizos o alemanes en el formato alternativo) indica que tienen su propio Estado independiente.
En este sentido, en su último libro y recién publicado («Soberanía o subordinación». Pamplona-Iruñea 2005), Tomás Urzainqui expresa claramente:
«Hasta bien entrado el siglo XIX el Reino es el Estado. No se puede decir que son conceptos antitéticos. El Estado está allí donde existe un sistema jurídico e independiente de otros poderes o Estados. Así, el Estado del Vaticano, o el Estado de Andorra, el Estado de Luxemburgo, el Estado de Suiza, el Estado de Chequia o el Estado de Liechtenstein.
Para un europeo conceptos como ‘Reino’, ‘Estado’, ‘Nación’, se confunden entre sí, tienen el mismo significado.» (pag. 76)
Y ahí es donde quería llegar. Recojamos el guante y pongamos «Reino de Navarra», eso sí en romance castellano actual y correcto, sin arcaísmos. Y obremos en consecuencia: el «Reino de España» para los españoles. El nuestro, como sinónimo de Estado propio, para nosotros para todos los navarros, o lo que es lo mismo, para todos los vascos.
¡Ah!, y si el cambio de nombre del estadio de fútbol de Osasuna es sólo para tres años, vale, de acuerdo, siempre tendremos tiempo de volver a Sadar. Pero para el Estado navarro, libre e independiente, esperamos una larga, fructífera y solidaria trayectoria.