Incredulidad y consternación. Ataque de locura colectiva. Irresponsabilidad política. El efecto de años de adoctrinamiento educativo. Una jugada de póquer a la desesperada para obtener más recursos. Un puro anacronismo sin sentido. La reacción española de sorpresa ante la eclosión del independentismo catalán ha sido muy primaria porque ha sido sincera. Errores de inteligencia aparte, debemos imputar esta sorpresa al convencimiento generalizado de que cualquier expectativa de construir un Estado catalán había quedado definitivamente liquidada, que sólo sería defendida por una minoría nostálgica y radical, y que, en cualquier caso , resultaría completamente estéril. Ahora mismo, las percepciones están cambiando.
Cuando hablamos de anacronismos tendemos a referirnos a hechos que habrían encontrado un contexto más adecuado en el pasado. Esta es la perspectiva que adoptan la mayoría de detractores de la aspiración catalana de disponer de un Estado propio. Consideran una única especie de estado, tomando su como modelo. Y creen, con razón, que a Cataluña se le ha hecho tarde para el Estado nación. Que los estados de esa clase ya les ha pasado el tiempo histórico; que ya no toca hacer eso. Olvidan, sin embargo, que la forma Estado no es inmutable. Pierden de vista que la propuesta catalana de disponer de un Estado propio no capitanea la vieja burguesía. Que los sectores sociales que impulsan la soberanía en Cataluña quieren el Estado como instrumento de homologación internacional y, a efectos internos, como garantía de control de los propios recursos, de la capacidad de decidir, y de la capacidad de conformar un modelo económico y social que priorice el bienestar y los objetivos de carácter colectivo. Desde esta perspectiva, el referéndum para validar la voluntad mayoritaria de disponer de un Estado catalán no sería un anacronismo de carácter atávico o caduco, sino un anacronismo de anticipación. Quizás premonitorio de una plausible evolución democrática de la forma Estado.
Por ello, es necesario definir bien el proyecto de la especie de estado y de sociedad que queremos. El movimiento catalán hacia la independencia y la construcción del Estado no es un movimiento de imitación. No es el resultado del triunfo de una determinada ideología con un recetario acabado sobre la forma de organización social del poder. La construcción del Estado catalán, tomando en consideración las experiencias que puedan orientarla, deberá asumir también el carácter de experiencia original y fundacional. No llegamos tarde ni vamos atrasados. Nos hemos decidido ahora, y no actuaremos en clave de pasado sino de presente y, sobre todo, de futuro.
Imponernos la obtención del apoyo mayoritario en una consulta democrática es la singularidad más anacrónica del acceso catalán al Estado propio. La explícita hostilidad de las autoridades españolas y su disposición a boicotear incluso la consulta son un buen ejemplo de la otra clase de anacronismo.
La nación -cualquier nación- es un proceso histórico abierto y cambiante. En determinados momentos de su trayectoria, la nación -aquellos que forman parte o quien los representa-adopta algunas características como especialmente significativas y distintivas. Incluso, por su profundidad, visibilidad, o carácter tópico, puede llegar a atribuir la condición de marca permanente; como si se tratara de una especie de ADN de la nación. Pero, al margen de las tentaciones de fijar unos arquetipos, en el sujeto colectivo nación lo más relevante es siempre la renovación de los vínculos de grupo y su capacidad de adaptación, de incorporación y de identificación.
La necesidad de afrontar la construcción del Estado sobre una base democrática nos ha ayudado a superar la actitud conservadora, defensiva, respecto a la nación heredada. La necesidad de convencer a los conciudadanos indiferentes ha actuado como un estímulo poderoso. Hemos tenido que abrir y hacer más poroso y permeable el viejo marco de la nación para adaptarlo a la globalización, para ajustarlo a nuestra diversidad interna, para hacerlo más inclusivo y atractivo para todos aquellos que acaban de ‘entrar en contacto. Para crecer como una nación electiva y para ganar el referéndum, legítimamente, nos hemos propuesto atraer la libre voluntad de muchos conciudadanos con quien habíamos tejido hasta ahora complicidades insuficientes. El país nuevo y el Estado nos han exigido ensanchar nuestra concepción de la nación para que el trayecto de futuro pueda resultar más viable, más estimulante y más ampliamente compartido.
Para poder construir el Estado, pues, estamos rehaciendo finalmente la nación. Ya era hora. Había que hacerlo y no habríamos podido encontrar una oportunidad mejor.