Lo digo de entrada para no engañar a nadie: discrepo radicalmente de la estrategia de ERC de pactar la abstención en la investidura de Pedro Sánchez para que pueda formar gobierno. O, mejor dicho, de abstenerse a cambio del vago compromiso de sentarse a hablar por si se llega a un acuerdo y luego hacer una consulta de fundamento y lo bastante legal incierta por completo. ¡Es impresionante ver cómo el cumplimiento del más elemental sentido democrático se puede presentar como una gran victoria negociadora!
Obviamente, no es que esté en contra de sentarse y hablar, ni de los pactos. Ni de hacer consultas democráticas, también llamadas referéndums. Por no estar en contra, ni siquiera estoy en contra del candidato Pedro Sánchez. El hecho de que no tenga principios -ni mayoría parlamentaria cómoda, que hace mucho-, de entrada lo hace más maleable a los cálculos e intereses de cada momento. Y, tal como ahora abraza un Pablo Iglesias de quien hace pocos meses decía que no le habría dejado dormir, ahora necesita la abstención de ERC como el aire que respira. Incluso puedo coincidir en que para los españoles es mejor un gobierno PSOE-UP que uno de la derecha de siempre, ahora circunstancialmente presentada bajo tres marcas diferentes.
Entonces, ¿dónde está la discrepancia? En primer lugar, no me trago el simulacro de pacto que se ha presentado. De hecho, los compromisos son cero, más allá de decir que se sentarán a hablar. Y como venimos de donde venimos, de cuando ni cogía el teléfono al presidente Torra, de cuando se levantaban de la mesa porque no querían relatores o de cuando no se cumplían los 21 puntos de aquel otro solemne acuerdo de Pedralbes de diciembre de 2018, lo lamento, pero no me los creo.
En segundo lugar, la desconfianza no es sólo en Pedro Sánchez. Puedo aceptar que a él ya le vendría bien algún tipo de acuerdo que medio resolviera la cuestión catalana, o, simplemente, que la dejara dormida para más adelante. La desconfianza de fondo es con el Estado, el profundo y el visible, con el régimen del 78, con el sistema judicial, con la policía y el ejército, con la Iglesia española, con la mayoría del sistema mediático español y, claro, con los poderes económicos que dependen del BOE. No sé cómo hará Sánchez para sobrevivir en un régimen que le es adverso, pero es obvio que no podrá enfrentarse a ellos con éxito si hace ninguna concesión a la teta de oro que es para ellos Cataluña, económica, electoral y patrióticamente.
Tercero, no es que no sepamos con qué oferta irá el PSOE al diálogo. Es que tampoco sabemos la de ERC, visto que la autodeterminación ya se ha descartado de la mesa, que ya no es posible desjudicializar el conflicto -ahora sí que vale la separación de poderes- y que la represión es imparable, como se ha visto con la decisión de una Junta Electoral Central fuera de control. El diálogo siempre ha sido una oferta del soberanismo, pero no era para renunciar al derecho a la autodeterminación sino para encauzarlo democráticamente. Si el diálogo es para negociar una autonomía como la del Estatuto de 2006, la de antes de la sentencia del TC, tengo la certeza de que ni volvería a ser aceptable para España, ni lo sería para la mayoría de los catalanes. Y, como ERC no ha puesto ninguna línea roja, tampoco sabemos qué piensa hacer si no hay acuerdo o si la consulta dice ‘no’.
ERC, más allá del lamentable acoso que sufre en la red -como todos-, tiene el visto bueno entusiasta del catalanismo moderado y, no hace falta decirlo, de la izquierda anacional. La mayoría mediática está a su favor, y su «neoconvergentismo» será aplaudido tanto por los antiguos analistas convergentes como por los intelectuales que tanto habían criticado el pragmatismo pujoliano. Ya hay quien considera que las posiciones radicales, por inútiles, son conformistas. Puro pujolismo tras Pujol. Pero ocurre que en política -como decía Tony Blair- vale lo que funciona. Y saber si quien engaña o quien traiga más frustración son los que creen en la utilidad del pacto de ERC por el soberanismo o quienes pensamos que lo hará encallar, sólo lo dirá el tiempo. Por fortuna, no hará falta ni esperar los próximos cuatro años.
ARA