Reflexión sobre la guerra de Rusia en Ucrania

José Luis Orella Unzué

Conmovido y aguijoneado por una actual audición en la radio, quiero afirmar que tanto en la guerra civil española, como en los largos y crueles años de enfrentamiento de ETA con el Estado Español, como ahora en la fáctica guerra internacional de Rusia y Ucrania, hubo y hay un enfrentamiento ideológico, cultural, patriótico, político y armado, con dos bandos que se persiguieron y mataron durante décadas y se persiguen y se matan todos los días de estos meses, sin el menor escrúpulo.

En una guerra hay siempre dos bandos con dos objetivos ideológicos, patrióticos, políticos, sociales y económicos diferenciados y opuestos. Más aún, irreconciliables.

Los hubo en la guerra civil española, los experimentamos en los largos años de actuación de ETA y los hay en la actual guerra en Ucrania.

Lo podemos comprobar hoy día fácilmente si examinamos los discursos de los líderes políticos, tanto orientales como occidentales, y aun las palabras con las que las autoridades ortodoxas de Ucrania se distanciaron de las jerarquías ortodoxas de Moscú. No digo nada si comparamos las afinidades patrióticas de los republicanos y de los franquistas, de los políticos de la transición española y los ideólogos de ETA, o de rusos y ucranios.

Y es claro y diáfano que las víctimas de estos enfrentamientos tienen que ser consideradas víctimas y los victimarios de ambos bandos, tienen que ser considerados victimarios, y todos con las mismas consideraciones ideológicas, sociales, políticas y aun morales.

Porque en las guerras hay víctimas tanto de civiles como de gentes inmersas en la misma guerra porque actuaron o actúan con las armas en la mano. Hay personas que mataron y matan a sangre fría a los contrarios sin ninguna justificación, a veces por venganza, a veces por mandato de un superior ejerciendo obediencia debida, a veces por pura contraposición ideológica, cultural o patriótica.

Y por lo tanto hay que considerar por el historiador, por el periodista o por el simple poseedor de un digno razonamiento, como iguales a las víctimas y a los victimarios de ambos bandos.

Y, ¿quién es el superdios que puede afirmar la justicia de uno de los bandos y la injusticia del otro bando y conceder la justificación de las acciones de un bando y no del otro?

¿Quién es aquel historiador o periodista o simple «filósofo» que no sea dependiente de su propia ideología y que quiera ser árbitro neutral de estos enfrentamientos?

Sólo el vencedor de la guerra se atribuirá el derecho de crear un tribunal que decidirá ante «sus compaisanos de tertulia» que existe un tribunal neutral, capaz de absolver a los de un bando y condenar «personal e individualmente», a los del otro, si llegan con el poder y con la fuerza física, a someter a los del otro bando, a hacerse con ellos, a asfixiarlos dejándolos sin atmósfera que respirar, digo, llevándolos a la cárcel a los del otro bando y condenándolos a la pena de muerte, al destierro, al suicidio o al deshonor.

Estoy exponiendo una opinión de un historiador, no de un moralista ni de uno que profese (si existe) una ética universal, válida para todas las culturas, civilizaciones y religiones.
No tendrá opinión aceptable ni universalmente aceptada aquel que considere que el adagio católico «extra Ecclesiam, nulla salus» (fuera de la iglesia no hay salvación), que muchas iglesias y religiones la asumen como propia.

¿Quién puede decir que esta cultura o esta religión, la católica, la cristiana, la musulmana, la judía, la budista, la sintoísta, etc. es la única verdadera y por lo tanto a la que están sujetos todos los miembros de la Humanidad y aun todos los seres racionales que puedan existir en cualquiera de las galaxias de nuestro universo?

Más bien quiero aplicar otro adaggio de la teología católica: «Deus vult omnes homines salvos fieri» (Dios quiere que todos los hombres se salven).

Y si alguien me pregunta por qué doy aquí como existente a Dios, le responderé, que si Dios no existiera, no tendría el más mínimo interés filosófico hablar de diversidad de culturas, patrias y religiones, y sería más práctico acogerse al dicho bíblico y neo-testamentario retomado por Dante Alighieri en «La Divina Comedia» que dice «ahora fiesta y alegría, a matar novillos y corderos, a hartarnos de carne y de vino, comamos, jodamos y bebamos que mañana moriremos» y si queremos en latín «manducemus et bibamus; cras enim moriemur» Isaias 22,13 y 1ª Corintios 15,32.

En conclusión, esto no es una propaganda de relativismo, sino el testamento y la reflexión de moderación, propia de un historiador.