El referéndum de autodeterminación da miedo porque es una idea demasiado buena, que toca el corazón del conflicto histórico entre Catalunya y España y no permite ambigüedades, ni pasarse el bacalao por debajo de la mesa. Si Catalunya celebrara un referéndum, el Estado sólo podría escoger entre dejarnos votar libremente o cargarse los ideales que lo han rehabilitado después de dos dictaduras y 300 años de oscurantismo.
Es curioso que los intelectuales que más lecciones de pragmatismo y de estrategia han dado no piensen que en España hay elecciones cada año y que, en una democracia, la fuerza tiene límite. También es significativo que los mismos patriotas irredentos que ven el referéndum como un recurso ingenuo crean que podrán sumar apoyos controlando el territorio a bofetada limpia o a golpe de ley orgánica, como si fueran españoles.
En el fondo es normal que los intelectuales del pujolismo estén de acuerdo con los intelectuales que vienen del mundo de Terra Lliure. Los dos son víctimas del mismo sistema de desculturización y de violencia psicológica que se impone en los países ocupados cuando resisten mucho tiempo. El referéndum no sólo vuelve a vincular la idea de Catalunya con la idea de democracia. Además pone en relación dos elementos imprescindibles en la vida de un país, que Espanya siempre ha intentado que viviéramos por separado: el elemento espiritual y el elemento material.
La realización de un referéndum contra la voluntad del Estado pediría activar tanto la tradición constitucionalista del país, como también los resortes digamos militares o relacionados con la fuerza física. Clausewitz explica bien que un ejército no es nada sin el apoyo de una cultura, igual que una cultura se vuelve pueril si no la defiende un ejército. Con las masas que el independentismo ha movilizado hay de sobras para liberar Catalunya, pero mientras los dirigentes tengan actitudes tribales siempre se podrá decir que no somos suficientes.
Los países superan su condición de tribu cuando son capaces de articularse en torno a una idea capaz de interpelar al mundo. Francia se construyó en torno a la idea de bienestar -y por eso tuvo la Revolución Francesa. La idea del sueño americano ha hecho tanto por los Estados Unidos como su ejército, y por eso ahora lo echan de menos. Sin una idea que represente una manera de estar en el mundo y legitime su existencia, un Estado no es más que una tribu o un grupo de criminales.
Si Catalunya todavía existe es porque en 1714 declaró la guerra a Francia y a España para defender una idea de libertad encarnada en unas Constituciones de más de 700 años. Hasta el golpe de Estado del general Franco, los conflictos entre Catalunya y España tenían el origen en las diferencias que en todo el mundo occidental había sobre los límites de la monarquía. Desde la caída del Muro de Berlín lo que está en discusión en Occidente son los límites de la democracia.
El problema del referéndum es que pone en evidencia que el president Mas no cumplió y que fue un paréntesis -una burbuja de aire autonomista- en el camino hacia la liberación del país. Otro motivo por el que el referéndum provoca reticencias es que estropea la hoja de ruta que el Estado había pensado para volver a la idea de que la independencia es imposible sin una guerra como las de antes.
Witold Gombrowicz ya escribió que en un país infantilizado por una historia adversa las presiones para que la gente reniegue de sus pensamientos incomodos se multiplican. Las leyes y las banderas son fáciles de resucitar, lo último que siempre se recupera después de una debacle es la libertad de espíritu. Tenemos que hacer un referéndum porque no hay nada que vincule tanto el futuro de nuestro país con el espíritu de los catalanes que lucharon por libertad en épocas más violentas.
Los catalanes estamos traumatizados porque en 1714 teníamos razón pero fuimos derrotados, y así varias veces sucesivamente, a causa de la fuerza bruta. Ahora se verá que siempre tuvimos razón y que España ya no tiene la mala leche suficiente para detenernos porque ha comprado nuestra idea de civilización.
EL NACIONAL.CAT