Serían las protagonistas de un fenómeno migratorio temporal y circular que modernizaría sus comunidades de origen
Auleron e Senta Maria (País de Bearn-Aquitania), finales de agosto de 1883. Hace 140 años. Llegaban las Golondrinas Alpargateras, grupos de chicas procedentes de la vertiente sur de los Pirineos (Navarra y Aragón) y que habían hecho el trayecto a pie para trabajar en las fábricas de alpargatas. Aquella migración se iniciaba en agosto —con la finalización de las tareas agrarias— y culminaba en abril —con la reanudación de la actividad en el campo. Por este motivo, esas chicas temporeras fueron llamadas «Golondrinas» («Ainarak» en euskera e «Hirondelles» en francés). Este fenómeno migratorio, de naturaleza temporal y circular, sería especialmente intenso entre 1880 y 1930, y convertiría a sus protagonistas en agentes de transformación social, cultural y económica de sus territorios de origen.
¿Por qué en las fábricas de alpargatas?
Los historiadores y antropólogos que han estudiado este fenómeno (Perales, Linas, Lanot, Inchauspe, Viers) explican que el origen de esta historia se remonta a la época en la que el sur de Aquitania (Euskadi Norte, Bearn) se incorpora de lleno al proceso de industrialización (segunda mitad del siglo XIX). Aquella revolución impulsaría la transformación de los tradicionales obradores familiares de «espadrilles» en fábricas destinadas a absorber docenas de trabajadores. Pero la misma investigación explica que la demanda de mano de obra no sería cubierta por las sociedades locales, ya que las condiciones salariales que ofrecían los patrones no podían competir con las oportunidades que brindaba la emigración a Argentina y Uruguay. Sería en este punto cuando aquellos industriales vascos del norte y bearneses promoverían la emigración de una mano de obra temporal, barata y dócil.
¿Cuál era el perfil de las golondrinas?
Las Golondrinas Alpargateras eran, en su mayoría, mujeres jóvenes y solteras, originarias del mundo rural y de clase humilde, que realizaban el camino de la emigración para reunir un mínimo capital. El profesor Perales Díaz explica que eran «hijas de pastores, leñadores y madereros» que estaban acostumbradas a una vida sencilla y humilde, porque a pesar de las difíciles condiciones de trabajo, eran conocidas por su jovialidad. Uno de los últimos testigos del fenómeno, afirma que eran «mujeres jóvenes (…) que traían la alegría de vivir (…) y tenían las manos hábiles para coser alpargatas«. En las fábricas de Auloron (Bearn) o de Maule-Letxarre (Euskadi Norte) trabajaban más de doce horas diarias (de siete de la mañana en ocho de la noche) y cobraban a destajo. En 1914, una «golondrina» rápida y experimentada podía ganar siete francos diarios (el 70% de lo que percibía un trabajador local).
¿Cuál era el camino de las golondrinas?
Si las condiciones laborales eran malas, el camino desde sus regiones de origen hasta los centros industriales no era mejor. Los investigadores han recuperado el trazado de los caminos de las golondrinas. Dichos caminos, que esas mujeres valientes y decididas cubrían a pie, tenían varios puntos de origen (valles aragoneses de Echo y de Ansó y valles navarros de Erronkari, Zaraitzu y Baztan). Y, tras cruzar los pasos pirenaicos, culminaba en varios centros de la industria alpargatera. En el mejor de los casos, suponía una distancia de casi cien kilómetros y un desnivel acumulado de 2.000 metros (Erronkari-Auleron) que tardaban cinco días o seis días en cubrir. Y en el peor de los casos, tenían que cubrir una distancia similar, pero con un desnivel acumulado de 3.000 metros (Echo-Maule) y necesitaban siete u ocho días para recurrir dicho trazado.
¿Por qué iban a las fábricas de alpargatas?
Cuando ese fenómeno empieza a tomar forma (décadas de 1860-1870), el paisaje económico y social del Pirineo central y occidental es descorazonador. Los censos de la época revelan una extraordinaria presión demográfica sobre el territorio (presentan cifras con el triple de población que en la actualidad) y un aparato productivo de monocultivo económico limitado a la ganadería y a la explotación forestal (ausencia de industria y, por supuesto, de turismo). Con estos mimbres, las posibilidades de progreso eran mínimas o nulas, sobre todo para las clases humildes, y, todavía peor, para las mujeres, condenadas por la falta de oportunidades. Las golondrinas iban a las fábricas de alpargatas con el objetivo de reunir un capital propio, que invertirían en la creación de una familia, que en aquel contexto equivalía a decir en la creación de una unidad de producción.
¿Qué compraban las golondrinas?
Lejos de los grandes centros urbanos, el cambio de moneda (de francos franceses a pesetas españolas) era muy complicado. Por ello, las golondrinas alpargateras invertían sus ganancias cerca de la fábrica. En Auleron o en Maule compraban el ajuar de su futuro hogar, que en aquel contexto histórico y cultural era un elemento imprescindible para negociar un buen matrimonio. Para evitar los aranceles o, aún peor, la requisa, lo situaban en alguno de los muchos baserris de la muga. Y allí, en plena noche, lo recogía un familiar, cruzaba la frontera y lo llevaba hasta el pueblo de origen. Quien conoce los pasos fronterizos entre Zugarramurdi y Ainhoa, por poner un ejemplo, sabe que esa zona siempre se ha prestado al contrabando, por la dificultad de impermeabilizar la muga y la facilidad para pasar de uno a otro lado evitando los controles.
¿Por qué se acabó el fenómeno de las golondrinas?
El gran crac de 1929 acabó con muchas cosas. Con el fenómeno de las golondrinas alpargateras también. Gran parte del tejido industrial del territorio desapareció, y las fábricas de «espadrilles» no fueron una excepción. Durante la década de 1930, aquellos grupos de chicas que partían de Echo, de Ansó o de Isaba, que viajaban juntas —en grupos del mismo pueblo o del mismo valle—, se fueron reduciendo hasta desaparecer. Pero durante el medio siglo largo de su existencia, escribieron una página muy importante de la historia local de sus comunidades. El profesor Perales Díaz, a través de uno de los últimos testigos del fenómeno, relata que: «En Isaba, los chicos salíamos a recibirlas en la entrada del pueblo y, para nosotros, no eran golondrinas, sino simplemente las chicas que iban a Francia». Chicas que trajeron capital, innovación y modernidad a sus pueblos.
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