La lengua protovasca de Urgell, Pallars y Ribagorça desapareció a causa de la evangelización de aquellas sociedades
Lleida, 30 de diciembre de 1149. Hace 872 años. Hacía escasos meses que los ejércitos de los condes independientes de Barcelona y de Urgell habían entrado en la ciudad —después de cuatro siglos largos de dominación árabe—, y el nuevo obispo Guillem Pere de Ravidats, consagraba la vieja mezquita como el nuevo templo principal de la diócesis. A partir de aquel momento se multiplicaron las misiones evangelizadoras en el territorio. Pero no en la ciudad, que había sido vaciada de musulmanes, sino en el territorio matriz de la diócesis. Desde que la mitra de Lleida es restaurada (1149), se produce un fuerte retroceso de la religión ancestral y de la lengua popular de las zonas rurales de los condados de Pallars y de Ribagorça; es decir, de la cosmogonía protovasca y de la lengua protoeuskárica.
Mapa de los pueblos prerromanos peninsulares / Fuente: Universidad de Lisboa
¿Por qué el Alto Pirineo catalán era de lengua protovasca?
El mapa de las primeras sociedades peninsulares (hacia 1000 a.C.) revela que el mundo protovasco ocupaba buena parte de la cordillera pirenaica, desde la Cerdanya (al este) hasta el Cantábrico (el oeste). Y los restos arqueológicos antiguos y medievales, nos confirman que las dominaciones romana (siglos III aC-V d.C.) y visigótica (siglos V-VIII) tuvieron una influencia muy débil en la cultura popular y ancestral del territorio situado entre el curso alto del Segre y el del Cinca; es decir, de las actuales comarcas del Alt Urgell, del Pallars Sobirà y Jussà y la Alta Ribagorça. Cuando a principios de la centuria del 800 el casal condal de Tolosa inició la expansión al sur de los Pirineos y creó los condados de Pallars y de Ribagorça, aquella sociedad era, mayoritariamente, de lengua protovasca.
La primera introducción del latín vulgar en el Alt Pirineu catalán
Decíamos que la romanización —es decir, la latinización— del territorio durante la larga dominación de la Loba Capitolina había sido muy débil. Efectivamente, la lengua latina había quedado limitada a los escasos centros urbanos creados por los romanos: Urgellia (actualmente la Seu d’Urgell), Aeso (actualmente Isona), Vetula (actualmente Vielha) y Labitolosa (un yacimiento cerca del actual Puebla de Castro, en la Ribagorça aragonesa). Estos pequeños centros urbanos (ninguno sobrepasaba los 1.000 habitantes), nunca consiguieron la misión que justificaba su creación: fueron islotes lingüísticos latinos en medio de un océano rural de lengua y cultura protovasca; totalmente refractario a la proyección y a la difusión de la latinidad (la lingüística y la cultural).
Mapa del dominio lingüístico del euskera durante la Edad Media / Fuente: Nabarralde
Un país, dos comunidades.
Cuando a principios del siglo IX los condes tolosanos (dependientes del poder central carolingio) organizaron política y militarmente el territorio, la sociedad del actual Alt Pirineu catalán estaba fragmentada en dos realidades: el mundo urbano (demográficamente minoritario, pero que concentraba el poder político y económico del territorio) que había desarrollado un latín vulgar evolucionado que prefiguraba el catalán medieval; y el mundo rural (demográficamente mayoritario) que mantenía viva la ancestral lengua protovasca. Esta dicotomía también se reflejaba en el mundo religioso: mientras que el cristianismo —difundido durante la última etapa de la dominación romana (siglo IV y V)— había arraigado en los centros urbanos; en las zonas rurales se conservaba la ancestral cosmogonía protovasca.
La evangelización y latinización del Alt Pirineu catalán.
Cuando Ravidats ocupó el sitial de Lleida (1149) ya era obispo de Roda de Isàbena, una diócesis creada en los Pirineos ribagorzanos que había hecho las funciones de la sede diocesana leridana durante la larga ocupación árabe de la capital del Segre (714-1149). El traslado de la curia ilerdense de Roda a Lleida fue mucho más que el retorno a la casa solariega. La conquista de la vieja y prestigiosa Ilerda romana y visigótica, impulsó una nueva ideología en el territorio: el trasplante de la idea catalana y cristiana —de fábrica barcelonesa y urgelitana— a las nuevas tierras del oeste del país. A partir de la restauración de la sede leridana, evangelización y latinización (que en aquel momento equivalía a decir catalanización lingüística y cultural) fueron de la mano.
Mapa de las diócesis de Lleida y de Urgell (1660) / Fuente: Cartoteca de Catalunya
Las iglesias románicas de la Vall de Boí.
Uno de los testimonios más evidentes de aquella corriente evangelizadora y latinitzadora (claramente promovida por el poder de la época) sería la fiebre constructiva de templos cristianos en la Vall de Boí. Todas las iglesias románicas de aquel territorio fueron construidas durante aquella etapa de sustitución cultural y religiosa (segunda mitad del siglo XII). Allí donde había un pequeño templo dedicado al culto de la religión tradicional, se edificó una iglesia cristiana, con aforo suficiente para meter a toda la población de la parroquia de nueva creación; y con la misión de divulgar con efectividad y rapidez los nuevos estándares que imponía el poder (el condal y el local). En el Vall de Boí, la lengua y la religión protovascas desaparecieron a finales del siglo XII.
La pervivencia del protovasco hasta la Edad Moderna.
Pero en otros lugares de la Ribagorça, la lengua y la religión protovascas subsistieron en un estadio de semiclandestinidad hasta la centuria de 1600. Los testimonios arqueológicos revelan que a principios de la centuria del siglo XVII, muchas casas de nueva edificación del valle del río Isábena (en la Franja catalanohablante de Aragón) todavía rotulaban el dintel con la inscripción protovasca «Gara, gara, gara« (que equivale al «som i serem» catalán). Pero aquella lengua milenaria, que había trascendido la romanización antigua y la evangelización medieval; desaparecería, definitivamente, durante la ofensiva contrarreformista que cubrió de penumbra el mundo católico (siglos XVI y XVII). Y el euskera del Alt Pirineu catalán quedaría sepultado en la cueva de Gavekoak (la noche de los muertos).
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