Carles Puigdemont: «Después de las elecciones habrá condiciones para restablecer la unidad estratégica»
Al terminar la entrevista que el domingo hacía Esther Vera, directora de este diario, al president de la Generalitat en el exilio, Carles Puigdemont, y en relación al reciente tira y afloja por las presidencias del Senado y el Parlamento españoles, Puigdemont afirmaba: «No han entendido qué pasa en Cataluña». Es así. Sea que no quieren o no pueden, lo cierto es que la lectura -sincera o interesada- de quienes tienen la unidad del Estado en la cabeza -y en el puño- sobre el conflicto político entre España y Cataluña es errónea. Sólo así se entiende la inhabilidad que demuestran para resolverlo, aunque fuera a su favor.
El último caso que muestra esta incapacidad de comprensión ha sido, efectivamente, querer convertir en un hecho políticamente relevante que los futuros presidentes del Senado y el Congreso sean personas nacidas en Cataluña. No es la primera vez que asistimos a este tipo de gestos. Ya lo habíamos visto a la hora de nombrar ministros del gobierno con cuota de catalanes, como si esto satisficiera las aspiraciones del catalanismo. Y quizás es bueno recordar que el presidente Jordi Pujol no se dejó enredar nunca en este tipo de trampa.
Porque, ¿dónde está el error del planteamiento? Pues en el hecho de pensar que la raíz del conflicto político es de naturaleza étnica. Es decir, que haber nacido en Cataluña es la condición y la garantía de la adhesión a las aspiraciones nacionales catalanas. O, si se quiere, el error es creer que la actual reivindicación soberanista es de carácter identitario y que, por tanto, se puede satisfacer poniendo personas nacidas en Cataluña en puestos de poder destacados.
Lo más paradójico de este punto de vista es que sea desde la defensa radical de la unidad de la nación española donde se localice la razón política en la etnia. En cierto modo es comprensible porque proyectan la propia concepción de la nación española en el adversario. Pero haciéndolo, implícitamente, atribuyen a una adscripción territorial no voluntaria -el lugar de nacimiento- una naturaleza política que contradice, precisamente, el unitarismo que defienden.
El viejo conflicto político de España con Cataluña tiene otros fundamentos. Históricamente, el conflicto nace de un proceso de anexión territorial hecho en contra de las propias instituciones de los catalanes. Económicamente, el carácter colonial de la relación ha derivado en una prolongada explotación económica empobrecedora convertida en estructural. Y culturalmente, la voluntad asimilacionista española ha derivado en políticas genocidas, especialmente en el terreno de la lengua. Pero, precisamente por las características demográficas de Cataluña, ni la identidad ni la etnia han fundamentado ni alimentado la razón básica del conflicto político. Sin negar, ciertamente, que hayan existido algunas expresiones excepcionales, minoritarias y reactivas.
Dejando de lado el nacionalismo exacerbado de la derecha y la ultraderecha españolas -el PP, Cs y ahora Vox-, la dificultad del nacionalismo español de izquierdas que representa el PSOE para enfrentarse al conflicto político con Cataluña es doble. Por un lado, cualquier gesto de diálogo, incluso cuando lo hace sobre bases equivocadas, es aprovechado por la derecha -no se ponen en ello por poco- para acusarles de traición a la patria. Por la otra, como no puede encarar el conflicto a partir de su verdadera naturaleza, necesita trasladarlo, como vemos, al terreno étnico e identitario. Con esta maniobra retórica, lo intenta descalificar intelectualmente. Pero por esta misma operación queda atrapada buscando soluciones por una vía no sólo equivocada, sino contradictoria. Esto no va de favorecer personas nacidas en Cataluña, va de derechos y dignidad nacionales de los catalanes, hayan nacido donde hayan nacido.
Entender la naturaleza del conflicto, sin embargo, obligaría a la parte española a encararlo por una vía que pondría en crisis su obcecación unitarista. Y, por tanto, opta por no querer entenderlo. Sencillamente, porque no puede.
ARA