¿Qué lío han montado en Sudán?

Dos impresiones simples que nos llegan de Sudán. La primera es que diferentes sectores del ejército se están peleando por el poder. En esencia sí, la impresión es correcta. La segunda estampa, como suele ocurrir con los conflictos africanos, es que de repente ha estallado una matanza en un país tranquilo. Es lógica y natural la impresión de que las trifulcas surgen de la nada, porque hasta ahora lo que nos ha llegado de Sudán ha sido básicamente nada. Pero esta es una falsa impresión, claro, porque la confrontación tiene raíces que se remontan al pasado, y vale la pena tratar de entenderlo.

La guerra civil que se está larvado en el país africano tiene un nombre, el del general Hemedti. Este personaje incandescente es originario de Darfur, una región del oeste que durante muchos años ha vivido un largo conflicto étnico, religioso y económico con el gobierno central. Pues bien, Hemedti fue un miembro destacado de las milicias ‘Janjaweed’ que el gobierno de Jartum, bajo una dictadura islamista y culturalmente árabe, lanzó contra los rebeldes de Darfur. Él mismo provenía de una minoría del Darfur, pero que tradicionalmente había luchado contra las etnias mayoritarias, básicamente de agricultores que no eran ni árabes ni islámicas. Él se convirtió en el azote castigador que los islamistas y centralistas armaban para reprimir y masacrar a los pueblos ‘diferentes’.

Los ‘Janjaweed’ de Hemetdi, después de cometer un montón de excesos con toda impunidad, formaron unos grupos paramilitares llamados Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) y se especializaron en tareas antidisturbios y en exportar mercenarios bregados a otros teatros bélicos. Su importancia creció en todo el territorio de Sudán. Se empezaron a coordinar con el ejército regular, y en 2019 se confabularon para echar a la dictadura islamista de Omar al-Bashir, que había durado treinta largos años. Debían abrir el país a una democracia parlamentaria, y así fue al principio, pero el experimento fue fugaz. Al cabo de un par de años, Hemetdi unió fuerzas con el general Burhan, jefe del ejército profesional, y cogidos del brazo acabaron con las votaciones y los partidos políticos.

Ambos aliados no tardaron en disputarse el poder entre ellos. Había una cierta lucha generacional, porque Hemetdi tiene 47 años y Burhan 63. Pero lo que hay detrás del choque actual, a partir de los conflictos antiguos que hemos relatado más arriba, es ‘pugna por el poder’ entre los dos hombres y sus cuerpos armados. El más joven nunca ha terminado de aceptar ser el número dos del más veterano, alegando que debían actuar desde la igualdad de poderes; y se ha resistido a someter las RSF a la disciplina y a la jerarquía militar. De hecho, la integración en las filas regulares acabaría con su independencia; la fuerza de las RSF proviene de su financiación autónoma, dado que controlan minas de oro y reciben divisas de los diversos países allí donde operan.

El general Hemedti se esfuerza en presentarse como un líder carismático, moderno y laico, ante el ‘establishment’ de siempre, los dinosaurios autoritarios e islámicos de toda la vida. Ha alquilado empresas de relaciones públicas y lobbies para que le construyan una imagen joven y reformista de cara a la opinión pública, y sobre todo de cara a los medios occidentales. Veremos si el esfuerzo le compensa, porque de momento nadie quiere ni puede esconder la realidad de los hechos. Puestos a competir en ferocidad y despotismo, no está claro quién se llevaría la palma. Unos y otros tienen las manos manchadas de sangre, y no están interesados ​​en ceder fuerza y ​​volverse vulnerables. Quizás esto es lo que les ha llevado a este encontronazo entre Señores de la guerra, un encontronazo en el que la población civil se ve impotente, e intenta quedarse encerrada en casa con la esperanza de que la escabechina entre militares se resuelva y todo se acabe pronto.

EL MÓN