Entrevista a Víctor Alexandre
Víctor Alexandre tiene dos pasiones: escribir y el país. De un patriotismo de piedra picada, ha tenido que aunarlas y, desde hace años, dedica todos sus esfuerzos como escritor a remover la conciencia nacional de los catalanes. Con claridad diáfana y con un espíritu crítico insobornable, ha hecho más por la autoestima de esta nación que muchos de los que se vanaglorian. Once libros en el mercado, colaboraciones en diarios y publicaciones digitales y, sobre todo, su incansable predisposición a explicar su pensamiento por todo el país. Todo ello sin parar de pedir dignidad nacional, en el país y a su clase política.
¿Cómo ves el país?
En un proceso de cambio muy importante. La desorientación y el desilusión actuales son el preludio de unos cambios espectaculares que se están gestando y que todavía no somos capaces de detectar. Pasa lo mismo con las parejas que se separan. La separación llega casi siempre de una manera brusca, repentina, pero a menudo ya hacía tiempo que se estaba empollando sin que ninguno de los miembros de la pareja se quisiera dar cuenta. La independencia de Cataluña está más cerca de lo que mucha gente piensa.
¿Tenemos los políticos que nos merecemos?
Conceptualmente, sí. Esto no quita que haya catalanes que estén en contra de la ineptitud y de la cobardía de su clase política y que intenten concienciar el resto de la sociedad del callejón sin salida político, social, económico, lingüístico y cultural que supone la subordinación de Cataluña en España.
Tras defender a ERC, ahora eres su «martillo de herejes». ¿Ves solución en Esquerra?
No. Esquerra no tiene futuro con los actuales dirigentes. Independientemente de la edad que tengan, son todos cadáveres políticos. Y lo son no porque nadie los haya matado, sino porque se han suicidado. Han traicionado el país entregándolo a un partido nacionalista español como el PSOE y pasarán sin pena ni gloria como pasan todos aquellos que priorizan la tranquilidad de su vida a la libertad de su patria.
¿Puede ser Reagrupament una solución?
Lo tiene que ser. Para las elecciones del año próximo no hay ninguna otra opción nacionalmente consecuente que Reagrupament. Es la opción política que tiene que votar todo catalán que quiera conseguir dos cosas el día de las elecciones: una, castigar aquellos que han utilizado su voto no para independizar el país sino para engordar un partido político y sus dirigentes; y dos, poner en el Parlamento una fuerza insobornablemente independentista -la única, porque ahora mismo no hay ninguna- con la seguridad de que no pactará con nadie que no priorice la libertad de Cataluña. De hecho, suerte tenemos que exista Reagrupament. Es la única esperanza que tenemos -la única- de dejar de hacer el ridículo, de dar un golpe de timón y de convertirnos en uno pueblo adulto.
Malas lenguas dicen que querías un cargo…
Piensa el ladrón que todos son de su condición. El recurso de los cobardes es la difamación. Cuando no se tienen argumentos para justificar la claudicación, la única manera de neutralizar el disidente es intentar desacreditarlo. Por suerte, la gente que me conoce sabe que nunca querría un cargo institucional ni en los sueños más delirantes. Soy escritor, moriré siendo escritor y no quiero ser nada más que escritor. Siempre he hablado claro y lo continuaré haciendo toda la vida, a despecho del poder, y esto es incompatible con la ocupación de un cargo público. Es decir, que si alguien tenía intención de ofrecérmelo ya se lo puede quitar de la cabeza.
¿La independencia es posible?
¡Sí que lo es! Ojalá todas las cosas de este mundo fueran tan fáciles de obtener como la independencia. No hay nada más sencillo de conseguir que lo que depende de nosotros. Y la independencia, contrariamente a lo que dicen algunos para justificar su pasividad, no depende de Madrid ni de París ni de Bruselas. La independencia de la nación catalana depende únicamente de los catalanes. Fíjate si es fácil: de acuerdo con el listón puesto por
¿Somos siervos o cobardes?
Una mezcla de las dos cosas. En parte es comprensible, porque hace tantos años que no decidimos por nosotros mismos que la sola posibilidad de hacerlo ya nos asusta. Si le pides a un niño de ocho años que coja las riendas del hogar y que tome decisiones familiares también le asustarás. A una sociedad infantilizada como la catalana, inmersa en una regresión, no se le puede exigir que se comporte con la madurez de un adulto. Tiene el físico de un adulto, sí, pero mentalmente es un niño aterrorizado ante la idea de abandonar a sus compañeros de clase y ponerse a trabajar. Los catalanes son los chicos y España es la señorita que decide qué pueden hacer, qué pueden decir, qué pueden comer, qué pueden cantar, qué pueden dibujar… Y así será mientras los chavales no crezcan.
¿La unidad lo justifica todo?
Yo lo diría de otra manera: la libertad justifica la unidad. Cuando el bien más preciado de un pueblo -un bien ineludible para continuar siendo pueblo- no es respetado, hay que dejar los antagonismos de clase y los rifirrafes de salón y comprender que la fuerza para defenderlo reside precisamente en la unidad. Una vez logrado el objetivo, cada uno puede volver a reafirmarse por medio de la clase que quiera. El tripartito, por ejemplo, es un enemigo de esta unidad. Por esto está en contra de priorizar el eje nacional hasta al punto de que, en estos momentos en Cataluña, no hay fuerza más conservadora ni más inmovilista que el tripartito.
¿Tiene algún sentido, pues, olvidarse del eje nacional?
Ninguno. Es una excusa para justificar el inmovilismo. Parafrasear a Torras y Bages diciendo que «Cataluña será de izquierdas o no será» es tan ridículo como decir que «Cataluña será de derechas o no será». Cataluña, para ser algo, sea lo que sea, primero tiene que ser libre. Para saber qué soy, primero tengo que saber quién soy. Y no soy nadie si no puedo decidir por mí mismo.
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