Como bien dice el comienzo de las coplas de Monteagudo, de 1894, Navarra fue en Europa un verdadero reino con todas las facultades propias de une estado de su época. Esta realidad que desde siempre han intentado hacernos olvidar quines nos conquistaron forma parte del imaginario popular navarro transmitido de generación en generación, aunque con las limitaciones y deformaciones propias del paso del tiempo y de la falta de autonomía. Todavía quedan presentes en ese imaginario rescoldos de las atrocidades llevadas a cabo por el Duque de Alba y sus secuaces, que impusieron el terror y la muerte en nuestro querido reino y también del secular sufrimiento de varias generaciones por intentar defenderlo.
Si durante siglos no se podía percibir claramente la realidad de la conquista y los métodos que Castilla-España empleó en ese empeño, la labor tozuda y aun sin ser ponderada debidamente de generaciones de historiadores, navarros en su mayoría, han dejado claro las artimañas y falsificaciones historiográficas de los conquistadores españoles y sus plumillas, en su empeño de hacer creíble la falsedad de los hechos históricos. Ya les quedan pocos argumentos en que sustentar su andamiaje sobre la «voluntaria entrega» y así queda patente de una vez para siempre la cruel realidad vivida por nuestros antepasados prolongada hasta el presente.
La ocupación militar directa practicada por la conquista, que duró más de cien años, dio paso a otro tipo de subordinación menos evidente pero igual de cruel, donde las ansias por recuperar nuestra autonomía perdida siempre fueron sofocadas con la violencia.
No podemos decir que nuestros antepasados fueran unos cobardes… más bien todo lo contrario y muestra de ello nos dan las crónicas de la época donde narran continuos episodios de levantamientos, resistencias y desobediencias. En el mariscal Pedro de Navarra tenemos un ejemplo de valentía y fidelidad a su rey. Cuando fue capturado el 24 de noviembre de 1522, fue llevado a la prisión de Atienza y luego a la de Simancas, donde lo asesinaron por negarse a aceptar una oferta de perdón en nombre de Carlos I, a cambio de jurarle fidelidad. Su negativa fue por escrito decía: «Una vez más suplico, con toda humildad posible a su Majestad, se sirva demostrar conmigo la magnificencia que ha de esperarse de semejante Majestad, devolviéndome la libertad entera y el permiso de ir servir a quien estoy obligado. La fidelidad, la limpieza que su Alteza quiere y estima de sus servidores, yo podré guardarla a los míos, y por ello me tornaré cautivo y esclavo de su servicio».
Los hechos históricos de insumisión fueron permanentes, llegando hasta los sucesos patrióticos generalizados de la Gamazada, que forma parte de nuestra historia más reciente. Por otra parte, tenemos la evidencia de lo que afirmamos en las fortificaciones militares que han llegado hasta nuestros días y son las Murallas de Iruñea y la Ciudadela, construidas por Felipe II en 1571 precisamente para defenderse de los navarros.
Dentro de cuatro años, en el 2012, se cumplen 500 años de la conquista y anexión de la alta Navarra por Fernando el Católico. Esta fecha emblemática no puede dejarnos indiferentes, porque aquellos dolorosos sucesos han llegado hasta nuestros días, evidenciado que nuestra realidad política es fruto de aquella lejana invasión. No son realidades disociadas sino que están encadenadas hasta que cambien los signos de esos negros siglos de ocupación.
Desde Orreaga Fundazioa animamos a nuestros conciudadanos a proclamar y reivindicar el eslogan «1512-2012, Nafarroa bizirik», dando testimonio de nuestra ansia de soberanía y libertad como parte de un reino sojuzgado.
* Nekane Pérez Salvatierra.Orreaga Fundazioa