Ocultando el papel de la violencia española, todo lo que pasa en el parlamento se convierte incomprensible Hay un texto de T.S. Elliot en que el escritor propone la idea del «provincianismo temporal». Elliot, con aquel cuidado con el que hacía todas las cosas, adapta así al marco del tiempo la definición más común de «provincianismo», que suele referirse, digamos, a las fronteras terrestres -Quico Mira se ha referido a ello alguna vez-. Si el provincianismo tradicional era pensarse que todo lo que pasaba en tu trozo de terreno era el ombligo del mundo, el «provincianismo temporal» es pretender que el ombligo del mundo es todo lo que te pasa ahora mismo a ti, en este minuto preciso, ignorando y dejando completamente fuera todo lo que ha pasado antes o pasará después. Sin entender esta idea, creo que no es fácil de comprender todo lo que rodea a la formación del govern en Cataluña ni la política catalana en general.
Siempre me ha desorientado el cambio repentino que hicieron algunos de hoy para mañana, horas después de la proclamación de la independencia y la entrada en vigor del 155. E, intentando entender al completo cómo puede pasar algo así, sólo la teoría de Elliot me ha dado alguna pista, alguna idea para racionalizar los hechos y tratar de explicarlos. Yo -¡ojo!, como tanta otra gente- no me he movido, estoy donde estaba. No sólo donde estaba en octubre de 2017 sino donde estaba en 2006, donde estaba en 1992, donde estaba en 1979. Donde estaba, en definitiva, desde que tengo memoria política. No tengo necesidad, por tanto, de seccionar el tiempo, de compartimentarlo. No necesito separar lo que estaba y qué hacía y qué decía de lo que soy y de lo que hago y digo.
Por el contrario, todo esto que llamo «independentismo reformista» (y que disgusta e irrita a varios contertulios) tiene el problema de que no se entiende racionalmente -porque no se puede entender- cómo se pasa de decir que con 68 diputados proclamaràs la independencia a decir que con 74 diputados y el 52% de los votos no es suficiente. De manera que para hacer pasar el carro por delante de los bueyes no hay más remedio que inventar unas acrobacias intelectuales espectaculares que se sostienen solamente a fuerza de mucha voluntad, o mucha presión, e incluso esperando que la gente se vuelva amnésica y no hurgue en las contradicciones y en las, llamémosles así, trampas.
Especialmente en la trampa principal, que consiste en desviar la culpa de quien realmente la tiene. Prenten atención al argumento que dice que no somos suficientes. El argumento enmascara el debate en una coordenada falsa -pues es evidente que para España nunca seremos bastante gente. Pero sobre todo pretende hacernos ignorar la clave del conflicto catalán y, por tanto, la clave de la solución. Porque si hoy la república no es una realidad no es porque no fuésemos bastante gente en octubre del 2017, cuando ellos mismos decían que sí éramos bastante gente y se irrita si alguien lo negaba, sino por la violencia ejercida por España. Y todo se reduce a esto y cualquier explicación política que lo pase por alto es hacerse trampas en el solitario o intentar la jugada del «provincianismo temporal». La clave ya no es ni será nunca cuántos somos nosotros y si, en consecuencia, la vía es o debe ser más ancha o no tanto. La clave es la violencia española. Cómo se contrarresta. Cómo se derrota.
Por no querer encararlo abiertamente nos encontramos con que la política autonómica catalana se ha convertido en un gran castillo de arena, muy difícil de entender, cansino de seguir y decepcionante -una situación, pues, completamente alejada de aquellos vibrantes días de septiembre y octubre de 2017. Porque sería lógico y legítimo defender abiertamente que, en vista de la violencia que está dispuesta a utilizar España, el objetivo de la independencia no es deseable, por el precio que tiene. O sería lógico y legítimo decir, en suma, que en vista de la violencia que está dispuesta a utilizar España el objetivo de la independencia es posible, pero no lo es desde el marco autonómico, que en todo caso sólo debe servir para lo poco que puede servir. Pero no resulta razonable inventarse a estas alturas conceptos grandilocuentes, o prometer avances decisivos o dramatizar la importancia de formar gobierno inmediatamente sin encarar la vez el hecho central, que es cómo se derrota, o cómo se contrarresta, la violencia. Cómo se le hace frente, al menos. Y por esta razón los políticos autonómicos -¡incluso la CUP ya!- ahora ponen los avances nacionales allí al final del texto y a dos años vista, lo que desorienta y frustra a unos votantes que, en cambio, sí que sienten la república como un hecho inmediato, de la manera que explicaba Schmitt (1).
No me gustaría, de todos modos, que todo esto que digo se interpretase en términos morales, como muchos alegres usuarios de Twitter suelen hacer. No tengo ninguna intención y ya aprendí hace tiempo la diferencia entre la política de las convicciones y la política de la responsabilidad. Y ya sé que ambas pueden ser válidas. Pero a mí no me gustan las trampas y que se quiera hacer pasar gato por liebre. Porque me parece intelectualmente poco edificante, porque creo que la gente que se jugó la piel el Primero de Octubre y más tarde no se merece el espectáculo, pero sobre todo, sobre todo, porque constato que ahora la independencia se juega en un terreno diferente, que es fácil de entender si no haces provincianismo temporal y si no reduces el debate a los límites exactos que te convienen y deshaces, así, toda la lógica de este movimiento que ya lleva una década dura.
La independencia ahora se juega, y exactamente a consecuencia de todo lo que desencadenó el Primero de Octubre, en un terreno en el que la autonomía ya es tan sólo una pieza auxiliar y en el que los gestos no sirven de nada. Se juega en un campo riguroso, hecho de poder real, donde España se complica cada día más la vida, cerrándose más y más en su nacionalismo autoritario -la entrevista de La Vanguardia a Manuel Castells (2), siempre interesante, es rara porque tiene un título que luego no aparece en las respuestas, pero alerta sobre eso mismo: «Si este gobierno colapsara, que no lo hará, España se desintegraría». Atentos, sí está muy cerca sin embargo, si resulta que la supervivencia de la nación española depende únicamente de un cambio de gobierno… Se juega, con éxito, en un sistema judicial europeo que no quiere sino consistencia y rigor, hechos y no palabras, gente que sepa y no gente que aparente que sabe. Y en una calle, donde mucha gente ya ha perdido el respeto reverencial al poder, empezando por el respeto a la policía, y entrenándose así para reclamar la causa justa que llegará. Visto todo esto, no me parece extraño que algunos, creo que no sólo a mí, se nos haga tan poco atractivo todo lo que pasa estos días en el Parlament, tanta y tanta impostación.
PS1. Y todo esto no quiere decir que ya no haya cosas interesantes que pueden pasar en la política autonómica. Vaya que si lo hay, aunque ya no sean decisivas. Fue muy interesante, por ejemplo, ver cómo la nueva mesa independentista rompía la dinámica de la anterior y permitía votar a Lluís Puig. Y claro que lo es que el Consejo de la República esté en medio del debate, porque es donde debe estar, teniendo en cuenta dónde se juega ahora la independencia. Y es interesante ver que se puede reaccionar bien, como hizo Pere Aragonés e hicieron los diputados de los tres grupos independentistas, ante la presencia de Vox en el hemiciclo. Pero de decisivo, si los diputados no van al fondo del asunto, aunque ya no sean imprescindibles, nada de lo que hagan lo será.
PS2. Hoy el artículo de Joan Ramon Resina y el mío se complementan perfectamente. Sobre la violencia y España. Léanlo: «¿En qué mundo viven?»
VILAWEB
El engaño del proceso. El farol del Consejo por la República
Vicent Partal
Siempre me ha intrigado una tesis que propone el jurista y filósofo alemán Carl Schmitt en su libro ‘Teoría de la constitución’. Schmitt es uno de esos personajes tremendamente peligrosos que sin embargo hay que escuchar atentamente si se quiere entender la realidad. De todo lo que pensaba y predicaba, prácticamente no puedo comulgar en nada; y, de hecho, su obra terminó alimentando el peor totalitarismo. Pero, técnicamente, es sólida y en algunos aspectos incluso brillante. Tanto que hoy una parte de la izquierda europea reivindica sin rodeos temas schmittianos, como la irrepresentabilidad del pueblo -eso tan gastado del «no nos representan»- o la ocupación, el poder, de la plaza como contraste con el vacío parlamentario.
Pero para el caso que nos ocupa me centraré en una de las consecuencias que originó su repaso exhaustivo de las elecciones alemanas de la primera parte del siglo XX, porque Schmitt llega a la conclusión de que con los votos, los electores en realidad no hacen sino confirmar lo que consideran que ya es una realidad. Tanto si lo es como si no. Viene a decir que las circunstancias de la vida política o de la campaña hacen que los electores vivan como si fuera real lo que podría ser impostado y nada más. Y que lo sancionan con su voto. De modo que se origina la paradoja, sobre todo en el caso de las impostaciones, que los políticos llegan a encontrarse tan vinculados y obligados por el voto recibido que puede pasar que algo que era sólo gesticulación termine haciéndose realidad.
Asumamos por un momento, pues, que esto es así, que independientemente de qué piensan realmente los políticos y que estén dispuestos a hacer, hay proyectos que los dirigentes proponen en un momento determinado y que toman vida porque los votantes los hacen suyos como si fuesen una realidad que terminan forzando a existir. Asumámoslo incluso sabiendo que es una tesis muy agresiva e injusta hacia los políticos. E imaginemos, por ejemplo, que todo el proceso haya sido un engaño, un enorme farol -como Clara Ponsatí denunció, ya enseguida, que había sido el Primero de Octubre-.
Supongamos, por tanto, que la reacción a la sentencia del Constitucional español sobre el estatuto les sorprendió. Y que se incorporaron a la misma para captar aquella ola de votos pero sin intenciones reales de hacer la independencia. CiU porque veía que perderían la posición dominante en la política catalana y ERC porque salía del gobierno tripartito, de aquella horrorosa presidencia de Montilla, que había que hacer olvidar. Imaginemos que Artur Mas solo quería la lista unitaria para esquivar la derrota electoral. Imaginemos que el referéndum del Primero de Octubre, que no estaba en la hoja de ruta, aparece únicamente porque Carles Puigdemont debe aprobar un presupuesto que la CUP no quiere aprobar. E imaginemos que se acaba haciendo tan solo para presionar al gobierno español. Imaginemos, en fin, que la independencia no se proclama para hacerla, sino tan solo para continuar intentando mantener el poder, en medio de la batalla por la hegemonía partidista. Y que todo lo que viene después tiene más que ver con la guerra por el poder dentro del independentismo que con la voluntad real de hacer la independencia. Imaginemos que Junts es sólo la continuación disfrazada de Convergencia y no quiere hacer la independencia pero que ha encontrado en el rupturismo una manera de evitar la descomposición o justificar por qué su líder está en el exilio y no en la cárcel. E imaginemos que ERC, después de haber negociado con Soraya Sáenz y con Pedro Sánchez, en realidad ya sabe que no hay nada que hacer con España y que les engañarán siempre, pero ha encontrado en el reformismo el modo de acogotar finalmente a los convergentes y superarlos. Ya está. Ya lo hemos dicho todo y el engaño es monumental. Pero…
Pero imaginemos también que la observación de Carl Schmitt sea cierta. Y que en cada momento los votantes, ustedes mismos, han introducido la papeleta de voto en la urna viviendo como una realidad lo que para los políticos podía ser, no lo sabemos, un engaño. Imaginemos que votaron Juntos por el Sí, quienes lo hicieron, convencidos de que era el voto de su vida. Que se jugaron incluso la vida yendo a votar el Primero de Octubre porque querían conseguir la república catalana. Y que desde entonces han mantenido e incluso aumentado el apoyo al independentismo porque hay una realidad que ven incluso si los políticos no se la creen: que la independencia es factible y la única salida posible al malestar en que vivimos.
Suponiendo todo esto, que es mucho suponer, la pregunta sería si se puede seguir aguantando eternamente una dinámica como ésta, digamos el engaño permanente, o si hay un momento en que esta realidad creada por las decisiones de los votantes obliga de tal manera a la clase política que acaba generando realidades que quizás no querían los políticos pero que ya no pueden soslayar.
La respuesta de Schmitt a una cuestión como ésta, y es una respuesta tremendamente inteligente, es otra pregunta: y en realidad, ¿qué importancia tiene eso?
Entre el farol y el voto
Yo no soy tan conspirativo como para creer que esta dinámica entre el farol de los políticos y el voto popular es la clave de todo lo que ha pasado estos años. Esto no es verdad. Y creo haber visto bastante de cerca el proceso y sus actores para defender en público que es cierto que hay de todo, en todos los partidos, pero también que hay mucha nobleza, mucha generosidad y entrega personal e incluso fe, si se me permite usar una palabra tan esquiva. Y es partiendo de esta percepción personal como le pido que me dejen resaltar dos cosas que considero muy importantes para entender el momento que vivimos.
La primera es que, evidentemente, las consecuencias son infinitamente más importantes que las intenciones. Las consecuencias incluso del farol, si quieren creer que lo es. Porque no son ni pocas ni intrascendentes. Todo esto hace cada vez más inviable la permanencia de Cataluña dentro de España, ¿sí o no? Todo ello ha desenmascarado el régimen político español empujándolo contra las cuerdas, ¿si o no? Toda esta descomposición galopante y visible de España tiene algo que ver con las decisiones adoptadas por los ciudadanos y los políticos catalanes, ¿sí o no? Y más: ha dinamitado la lógica interna de los partidos catalanes y ha puesto fin a la placidez de la gestión autonómica, ¿sí o no? Es decir: han pasado realmente cosas trascendentales, aunque fuera a partir de un posible engaño inicial, ¿sí o no? Es este tipo de razonamiento al que se refería Schmitt cuando se preguntaba si tenía alguna importancia la intención de los políticos.
Especialmente porque resulta que las cosas que han pasado al mismo tiempo han creado una conciencia nueva, o una conciencia más profunda, han refinado el análisis y han forzado a dar nuevos pasos que a su vez aclaran aún más las cosas. Como vemos ahora, por ejemplo, qué pasa con la negociación del nuevo govern y el papel que debe tener el Consejo para la República.
La trayectoria del Consejo ha sido errática, o interesada, o partidista si así desean. Pero ha tenido la enorme virtud de marcar un camino que estoy seguro de que la mayoría de los votantes de Junts y quizás una parte de los votantes de la CUP consideran realista, en los términos propuestos por Schmitt. En la bifurcación del independentismo, el Consejo, la institucionalización unilateral a partir del mandato del Primero de Octubre, es la consecuencia lógica de defender que con Madrid no hay nada que hablar; nos tenemos que ir y punto. El Consejo es, o debería ser, la concreción de un plan que implicaría hacer real la independencia a partir de la destrucción del monstruo de la transición española por la vía del sistema de justicia europeo -una destrucción muy avanzada, como supongo que, eso sí, poca gente debe discutir-. Y el Consejo sería en este marco, o debería ser, la Autoridad Nacional Catalana, nacida y al margen de la legalidad española y responsable de hacerse cargo provisionalmente del país, cuando toque, encabezando la confrontación y emergiendo como interlocutor. ¿Ha sido eso, es eso, ahora o hasta ahora, el Consejo para la República? Más bien no. Pero, vuelta a empezar, qué importa más: ¿qué es o qué consecuencias tiene lo que la gente asume que es?
La negociación para formar govern, según avanzaba en exclusiva Odei Etxearte el jueves en VilaWeb (1), permanece parada precisamente en el papel del Consejo. De manera coherente, Esquerra quiere que no tenga casi ninguno, resaltando que la legitimidad no es Waterloo ni deriva del Primero de Octubre, sino que está en Barcelona, en el govern autonómico, y deriva de las elecciones organizadas, sí, por el gobierno español. Junts, en cambio, quiere que el Consejo tenga un papel central, si no el papel central, resaltando que la legitimidad está en el referéndum del Primero de Octubre y no en las elecciones españolas, autonómicas, posteriores. Si lo creen, los unos o todos, da igual. El hecho que cuenta es si esta es la realidad que han votado los electores respectivos y si tendrá suficiente fuerza para poner a prueba a los partidos, obligándoles a ir más allá incluso de a dónde querrían ir.
¿Encarecer la negociación?
Concretamente, y hablando ahora de Junts. La pregunta es si esta presión actual en favor del Consejo será solamente una manera de encarecer la negociación, porque en realidad sólo les interesan las sillas y las prebendas, o si de verdad han asumido que ahora es prioritario encaminarse a la confrontación con España. Hasta el punto de que están dispuestos a no entrar en el govern si no hay garantías de que se camina hacia este enfrentamiento. Será muy interesante ver qué termina pasando…
Lo será incluso en el supuesto de que finalmente se impongan los matices. Porque puede suceder que Esquerra y Junts encuentren una fórmula a medio camino, que yo no sé imaginar, para encajar los dos proyectos. Y es evidente que también hay fórmulas fáciles: por ejemplo, que gobierne Esquerra sola, pero con un pacto de legislatura cerrado con Junts, que haga posible conciliar la defensa de las posiciones tan divergentes de cada uno con el apoyo al conjunto del movimiento -en definitiva, si Junts no entra en el govern pero cierra un acuerdo de legislatura por escrito que garantice la gobernabilidad de Esquerra, nos encontraríamos con el equivalente al pacto firmado por Artur Mas y Oriol Junqueras en diciembre de 2012 (2).
Ahora, viniendo de aquella interpretación según la cual todo lo que los partidos han hecho de 2010 acá en realidad sólo tenía por objetivo conservar el poder, una decisión como ésta a la que parece que se encara Junts, si realmente termina dejándolos fuera del govern, me imagino que todo el mundo la catalogará de cambio constatable. Por lo menos, porque dejaría claro que hay cosas que una parte del independentismo ya no puede hacer tres años después, quiera o no, sea sincero o no. Y porque en la práctica implicaría que para una fuerza política mayor la gestión de la autonomía ya no tiene ningún interés ni credibilidad al tiempo que situaría dos de las tres fuerzas independentistas, Junts y la CUP, en una situación en la que gobernar dentro el marco legal español ya habría dejado de tener importancia. Y veamos quién es capaz de decir que esto no complica, ¡y mucho!, la vida al Estado español y a sus intenciones. Aparte, y este es el segundo elemento importante que quería resaltar, que llegar a este punto haría evidente que, contra lo que algunos quieren hacer ver, la presión, la persistencia y la resiliencia de la ciudadanía sí da frutos concretos, reales y constatables. Empoderando un pueblo que vivió por primera vez la democracia más real cuando la ejerció, de manera unilateral, y emocionante, el Primero de Octubre.
Atentos, pues, al desarrollo, esta semana, de un debate tan apasionante y trascendental como éste.
- Después de enviar este editorial a los suscriptores en el correo de cada noche se ha hecho público que existe un acuerdo entre ERC y la CUP para la investidura de Pere Aragonés como president de la Generalitat. Así pues, ahora el debate se centra completamente ya en la negociación entre ERC y Junts.
(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/erc-jxcat-i-la-cup-topen-amb-el-paper-del-consell-per-la-republica-en-la-negociacio/
(2) https://www.vilaweb.cat/noticia/4066583/20121218/ciu-erc-tanquen-lacord-consulta-2014.html