Principado de Viana

Al hilo de la «guerra civil» en la que anda metida ahora mismo la Denominación de Vinos de Rioja, de la que los viñedos de Alava parece que quieren independizarse, he imaginado un ejercicio de política ficción.

Imaginad que el reino de Navarra sigue existiendo, y por lo tanto también el Principado de Viana. Imaginad ahora que a lo largo del tiempo sí que se constituyó en un dominio territorial inmutable y que el heredero de la corona navarra poseyera en la actualidad las rentas provenientes de los mejores vinos de Navarra y Rioja.

¿Os parece que imagino demasiado? Pues -salvando todas las distancias de población y poderío económico- comparemos el Principado de Viana con el Ducado de Cornualles, cuyas rentas sostienen desde la Edad Media y hasta el día de hoy al heredero de la corona inglesa. Ya sabemos que desde hace pocos meses el príncipe de Gales es Guillermo de Inglaterra.

La extensión total de la región de Cornualles es de 3.500 kms cuadrados, y vemos en el mapa que tiene una situación geográfica periférica, fronteriza respecto al reino. La principal actividad del ducado es la administración de sus tierras y propiedades. El ducado tiene una cartera de inversiones financieras y posee tierras que suman 540,9 km².

Al ser parte de la corona, el ducado está exento de pagar impuestos. El ducado fue establecido en 1337 a partir del anterior condado de Cornualles por Eduardo III de Inglaterra para su hijo, Eduardo, Príncipe de Gales, el Príncipe Negro

Una ley de la Edad Media establece que las tierras de todos aquellos que mueran sin hacer testamento y sin herederos que las reclamen en la región de Cornualles pasan a ser propiedad del príncipe de Gales. En el resto de país, las propiedades cuyo dueño muere sin hacer testamento y sin herederos que las reclamen se las queda el Estado.

Una ley establece que el hijo mayor del monarca hereda el título de duque de Cornualles y una finca de más de 53.000 hectáreas (530 Kms cuadrados, la misma extensión del Príncipado de Viana). Los ingresos anuales del príncipe como duque de Cornualles ascendieron a 18,3 millones de libras (22,8 millones de euros) en 2018, la mayoría por el alquiler de propiedades en la finca. Además, el actual rey Carlos III de Inglaterra explotó durante décadas una gran parte de la finca con el cultivo de productos biológicos que se comercializan con el nombre de Ducado («Duchy») de Cornualles, de cuya venta también obtuvo pingües beneficios.

Por su parte, el Principado de Viana, como veis en el mapa, tenía la misma posición fronteriza y contaba con la misma y exacta extensión del actual Ducado de Cornualles. Si se acepta la cifra de 120.000 habitantes para el conjunto del reino de Navarra a mediados del siglo XV, correspondía al Principado un 6,25% de la población (7.500 habitantes), mientras que —con sus 500 km2— la configuración territorial del mismo equivale al 4,27% de la extensión total del reino.

Sin embargo, y a pesar de que quizás el rey Carlos III el Noble pudo tener en mente que las rentas del principado de Viana sirvieran para sostener económicamente al heredero de la corona, no parece que hubiera, al menos que yo sepa, ninguna administración propia de ese nuevo «estado» dentro del Estado, que hiciese pensar en la existencia de una voluntad decidida para crear un auténtico «principado territorial».

La realidad se encargaría de demostrar, cómo el conjunto de rentas —evaluadas en unas tres mil libras— no llegó en ningún caso a satisfacer las necesidades del príncipe de Viana. En 1426, los gastos ocasionados por el hostal de don Carlos ascienden a 7.248 libras, 9 s., cifra muy superior a los recursos de su patrimonio navarro. Y, diez años más tarde, el Príncipe de Viana, recibía del erario regio para el mantenimiento de su estado nada menos que 14.000 libras.

En 1448, la villa y castillo de Corella fueron vendidos por su titular —el Príncipe de Viana— a don Juan de Beaumont, su tío, con todas las rentas y derechos por valor de 6.000 libras de carlines 85; sin embargo, a finales de octubre del siguiente año, el rey, ante las quejas de los vecinos de Corella, la reincorporó a la corona. Entre los motivos esgrimidos por el vecindario para conseguir dicho propósito se argumenta que esta villa fue el primer lugar que pisó el Príncipe en su entrada al reino de Navarra, y de acuerdo al derecho de España, los lugares donde primeramente arribasen los príncipes primogénitos, éstos deben ser suyos. Con todo, estas fidelidades fueron muy tornadizas, pues el pueblo de Corella siguió al partido agramontés, en favor del rey don Juan y en contra del Príncipe de Viana, en justa correspondencia, quizás, a los desplantes y altanería de don Carlos.

Pero si la formación de un señorío fuerte y uniforme no ocurrió en el principado de Viana, quizás fue porque encontró serias reticencias en la propia familia real. Los mismos padres del príncipe de Viana, doña blanca y don Juan, contribuyeron decisivamente al fracaso de tal iniciativa, al incumplir lo dispuesto por el rey Noble en favor de su nieto sobre que no podría enajenarse en el futuro ninguna villa del principado, pues ya en 1430, la villa de Peralta, con todas sus rentas y derechos, fue entregada a mosén Pierres (desde entonces llamado «de Peralta») y su descendencia.

Y en 1446, a los veintitrés años de instituido el Principado y sus otras concesiones señoriales, Juan II enajenó Cadreita a favor de Jaime Díaz de Aux, escudero y caballerizo del Príncipe de Viana

Y ya he dicho que ni el propio don Carlos fue capaz de respetar y mantener los bienes propios que le conferían los títulos de Príncipe de Viana y señor de Corella y Peralta, pues también vendió la primera villa a Johan de Beaumont. Las cláusulas impuestas por el mandato de creación del Principado de Viana sobre la prohibición expresa de vender, enajenar, dividir o distraer fueron, como acabo de señalar, papel mojado.

Tampoco hay que olvidar que esa posición fronteriza del principado buscaría reforzar la defensa de esa zona frente al siempre amenazante y anexionista Reino de Castilla que, efectivamente, en 1461 se apoderó de la Sonsierra de Navarra -que nunca más soltó-. Algo hasta cierto punto lógico, porque la invasión se hizo aprovechando la guerra civil entre beaumonteses y agramonteses, saldada con la victoria final del rey usurpador Juan II, un castellano de pura cepa (nunca mejor dicho) al que engrandecer Castilla a costa de Navarra le pareció siempre estupendo. Además, ¿qué podía importarle a él que se le arrebatase la mitad del principado a su hijo? Al contrario, mucho mejor para él, porque así Carlos se quedaba sin la mitad de sus rentas. Menudo pájaro estaba hecho Juanito…

Pues justo ese precioso y rico paraje es el que ahora mismo hierve en su enfrentamiento enológico por la Denominación de uno de los mejores vinos del mundo que, quizás, de no haberse producido esa desdichada invasión del año 1461, ahora no conoceríamos como Vinos de Rioja, sino como Vinos de Navarra.