Irak, 2005, Enero: elecciones votocráticas, que no democráticas, comunes en los últimos tiempos a otras habidas en amplias zonas del planeta «democratizadas o liberadas», con objeto de legitimar de algún modo las instituciones impuestas por la ocupación ilegal y terrorista que dirigen los EEUU. En dicho dantesco escenario, en el que la insurrección armada al Orden que tratan de imponer los ocupantes acomete con una media de un centenar de ataques diarios, algunos de los partidos interiraquíes, como el PC u otras organizaciones comunistas y socialistas; los partidos kurdos mayoritarios como el PDK o la UPK; los partidos chiíes como Al Dawa o el Consejo Supremo para la Revolución Islámica de Irak (CSRII) participan de dicha farsa electoral, mientras la mayoría de los partidos suníes son ilegales o las boicotean. Es decir, a pesar de que las condiciones para unas elecciones democráticas son nulas; de que estas elecciones han sido organizadas por los mismos que han arrasado el país con sus bombardeos, han asesinado a más de 100.000 personas desde marzo de 2003 (y más de ¡un millón! durante la década pasada de embargo genocida), han deshecho toda la estructura institucional y disuelto los servicios estatales básicos; han promovido un caos delincuencial que impide los mínimos de seguridad básicos para la población; vulneran sistemáticamente los derechos huma- nos en sus prisiones opacas, y han impuesto a sus funcionarios colaboracionistas, a pesar de todo ello, muchos partidos que hacen suyo este diagnóstico deciden participar por «pragmatismo», por no quedar fuera de lo que «quizá pueda ser». El coste de dicho «pragmatismo» es la legitimación de los planes de la ocupación, el definitivo punto final al periodo de «limbo jurídico» que va del 20 de marzo de 2003, con la invasión y ocupación ilegal de Irak, a la actualidad. El peor servicio que podían hacer a su país; legitimar el expolio imperialista a cambio de teórica estabilidad, teórica paz y teórica reconstrucción o lo que es lo mismo, legitimar lo ocurrido a cambio de práctico poder, a pesar de que éste esté sometido a la nueva metrópoli.
El CSRII, por ejemplo, es la fuerza chii mejor implantada y con más adeptos. Su discurso ha sido siempre crítico con la ocupación, pero nunca la ha combatido. Sus paramilitares, las brigadas Bader, importante y bien organizada milicia de más de 20.000 efectivos, son hoy colaboradoras de las fuerzas de policía y seguridad que han instituido los ocupantes en el sur chií. El resumen de su doctrina respecto a la ocupación es el muy conocido por aquí sofismático «acato pero no cumplo», que tan bien conocemos y tantas desgracias nos ha traído. Si su determinación contra la ocupación hubiera sido otra, hoy probablemente los EEUU estarían fuera de Irak.
Así es. En la mayoría de los procesos de liberación, de las luchas sociales existen, según el diccionario políticamente correcto del actual modelo votocrático, dos polos que describen el arco político: «pragmáticos» e «idealistas» o «moderados» y «radicales», o lo que es lo mismo «políticos» y «militares» o «evolutivos» y «numantinos». Y en esa lógica, los partidos pragmáticos iraquíes «acometen con responsabilidad» y «dejando incluso convicciones en la gatera» un nuevo ciclo político, mientras que los insurgentes, «los terroristas», o sea la resistencia legítima, lucha «contra un enemigo imbatible» contra el que «hay que usar otros procedimientos».
Euskal Herria, o sea la Navarra plena, no ha sido la excepción. Desde las invasiones castellanas de 1200, en este país ha habido «pragmáticos». Diegos López de Haro, Ignacios de Loyola o Goicoecheas y Orioles que entendían que era mejor legitimar el Orden ocupante, para evitar sufrimientos al pueblo y de paso «hacer negocio». Tras 804 años de ocupación en este país sigue habiendo «pragmáticos» y «utópicos», y se resiste a pesar de todo. Los polos referenciales mencionados del país siguen un ciclo similar generación tras generación. Pero a la larga siempre se demuestra que las tesis de los «idealistas» se abren paso a pesar de que han de «arrastrar» décadas de «políticas pragmáticas» legitimistas, incluso cuando es en esa legitimación circunstancial, que brindan los «pragmáticos» al proyecto español, sobre la que pervive el actual Estado español, además de la fuerza militar, claro está. ¿Quién apostaría hace año y medio porque el Estado español estaría abocado al «debate de la reforma constitucional»? ¿A qué viene un «debate» así, en un estado «tan asentado» con una Constitución «tan asentada»? Desgraciadamente «reformas pragmáticas» sin fondo, pero reflejo de la debilidad estructural del proyecto.
La Historia demuestra que algunos escenarios teóricamente firmes e inamovibles, y que por su apariencia animan a políticas «pragmáticas» con la disculpa del «largo plazo» son como «Tigres de papel». La derrota de EEUU en Vietnam, la disolución de la URSS, los nuevos estados europeos del EsteŠ En pocos años hemos sido testigos de procesos fulminantes por los que pocos meses antes nadie apostaría. ¿Es el proyecto global neoliberal imperialista anglonorteamericano tan omnipotente como parece ser? ¿Tras el 11-S, su huida hacia delante no es síntoma de arrogancia pero a su vez de mediocre debilidad? ¿Acaso el proyecto nacional español, incapaz de asentarse como nación tras 500 años de «unidad nacional garantizada por las armas», no es otro «Tigre de papel» que hacemos insuperable nosotros mismos? ¿Por qué hemos de someternos a «pragmatismos» posibilistas cuando es posible lograr lo «radical», o sea, la esencia de toda voluntad, lucha o derecho?