En estos días tenemos más presentes que en el resto del año los hechos de octubre de 2017. El referéndum (con todos los hitos previos), los golpes violentos de la policía española y la Guardia Civil, la resistencia heroica de la ciudadanía en los colegios, el paro de país del 3 de octubre con una movilización inédita en nuestro país, el pleno del 10 de octubre como una generosa oportunidad para una salida pactada del conflicto, la declaración parlamentaria del 27 de octubre, con las idas y venidas de los días previos… Todo esto y más cosas que ahora no procede detallar nos vienen a la cabeza estos días, ahora que ya hace tres años.
Y es en el recuerdo y la conmemoración como acostumbramos a hacer balance. Es entonces cuando tratamos de extraer lecciones aprendidas y aprovechar la ocasión para la autocrítica. Todo, si se hace de buena fe, a fin de afrontar los desafíos y los propósitos que vendrán con la mochila mejor equipada.
Uno de los objetivos centrales de la represión -en cualquier rincón del mundo y en España también- es hacer retroceder al adversario o al disidente en su reivindicación. Es decir, que deje de dedicar su esfuerzo y atención a la causa política original y los dedique a reivindicar cuestiones más básicas y fundamentales. Por poner un ejemplo gráfico, es como si se reivindicara una buena calefacción y buenos cierres de las paredes de casa, el represor le destrozara la casa, y la persona en cuestión pasara entonces a exigir un techo donde dormir.
En nuestro caso, los independentistas, pasamos de querer construir una República libre, próspera y justa, ejerciendo el derecho de autodeterminación, a pedir la libertad de los presos y el retorno de los exiliados, y a mendigar una mesa de diálogo que se presenta siempre sin contenidos. De alcanzar el sueño, a pedir que nadie pase tres años en prisión por haberse subido a un coche. De ejercer la autodeterminación de un pueblo empoderado, a pedir con las manos vacías una reunión para dialogar sin ninguna garantía de nada. Si bien todavía hay una voluntad obstinada de muchísima gente -en la calle, en las instituciones y en las entidades- de avanzar decididamente (como diría Estellés), es cierto que el miedo ha calado y no permite avanzar colectivamente como se había hecho antes del otoño del 17. Por lo tanto, recuperar el carril de la República y no permitir que las consecuencias de la acción represiva frenen su avance es uno de los propósitos que nos debemos hacer a partir de ahora.
Otra lección que podemos extraer de este periodo vivido tras el referéndum es que el conflicto y la represión pueden llevar también a una frustración que nos conduzca a la trifulca interna. Para decirlo de una manera diferente: como no hemos conseguido vencer del todo el adversario, que se oponía al objetivo original -la República independiente-, nos dedicamos a continuación a acentuar las diferencias entre independentistas, a una batalla agotadora de reproches y a buscar constantemente una pírrica victoria interior que, al fin y al cabo, no nos lleva a ninguna parte.
Es decir, aquel al que han destrozado la casa y sus proyectos de mejora se pelea ahora con los otros convivientes para endosarles las culpas del desastre. Y pasan después a disputarse la habitación más grande de un hogar sin techo.
Es así como añadimos una distracción fatal del objetivo que se había convertido en el motor original de la acción y la movilización políticas y la apertura de una batalla estéril e ineficiente. El resultado: nos hemos olvidado que el objetivo era la República y que el adversario es el Estado español y no el otro independentista.
Así que, como hemos dicho más arriba, el objetivo debe ser ahora volver a enfilar el carril de la República, y tenemos que añadir un compromiso explícito y real de establecer una nueva alianza republicana -de partidos, instituciones, entidades, sociedad civil y ciudadanía- que haga frente conjuntamente al represor.
Sin estas dos cosas que parecen tan lógicas y razonables, no hay salida al callejón sin salida actual. Crean que han sido mis dos obsesiones mientras he tenido el honor y la gran responsabilidad de ser president de la Generalitat. Sin estos dos elementos tan elementales -disculpen la redundancia-, cualquier gesto o acto de valentía está destinado a mantener tan solo la llama encendida. Y no se trata de eso. La llama encendida la han mantenido miles de personas valientes y valientes a lo largo de los siglos de lucha desde la pérdida de la libertad nacional de los Países Catalanes. Ahora no se trata de mantener ninguna llama, sino de ganar la libertad completa.
Es a este objetivo y con esta mentalidad a lo que dedicaré mi tiempo a partir de ahora, liberado de determinados equilibrios, decidido a tejer alianzas, a soldar solidaridades, a explorar nuevos caminos, y convencido de que lo conseguiremos, porque, como decía el president Lluís Companys -este miércoles recordaremos que hace 80 años que fue asesinado por el régimen fascista- tenemos la razón y tenemos la fuerza. La razón de las palabras y la fuerza de los votos. Vayamos a por ello.
*131 PRESIDENTE DE LA GENERALITAT DE CATALUÑA
EL PUNT-AVUI