Comprendo y comparto la voz de quienes consideran que estamos en un cenagal y que hemos ido más hacia atrás que hacia adelante. La cúspide de octubre de 2017 nos dejó un movimiento independentista en descomposición por razones diversas y complementarias. La fragilidad de un independentismo institucional demasiado pendiente del retrovisor, la fuerza represiva de un Estado español nada democrático, la cantidad nada despreciable de dirigentes independentistas pendientes de abrir una negociación con el gobierno español en lugar de culminar la independencia, el exceso de confianza de la calle en una ejecución institucional, la trampa del 155 con unas elecciones como señuelo para la batalla de los partidos, el error de no situar a todo el govern en el exilio actuando como gobierno provisional de la República, el chantaje del proceso judicial contra los dirigentes encarcelados… Podríamos estar bastante rato enumerando las razones de la descomposición y el retroceso que siguieron el gran momento de octubre del 17. Pero ahora es necesario recomponer las bases para un nuevo envite que ya pueda ser definitivo.
De entrada, creo que es honesto constatar que el único camino que conduce a la independencia es la ruptura democrática unilateral. Ya en 2015 –cuando se configuró Junts pel Sí y su hoja de ruta de dieciocho meses para una declaración unilateral de independencia– habíamos llegado a la conclusión –bastante motivada tras siglos de ver los dientes del adversario– que no existía una vía pactada hacia la independencia. No existe ninguna negociación ni diálogo que pueda tener como resultado la autodeterminación. Y esto lo saben sobradamente aquellos que ahora –no se sabe por qué– defienden lo contrario. La independencia será el resultado de un proceso democrático y pacífico pero de determinación y resistencia unilateral, rupturista y popular. España nunca negociará nada que pueda hacer peligrar la gallina de los huevos de oro o, dicho de otra forma, su viabilidad económica. Esta constatación no es nueva, pero parece que existe una parte del independentismo que nos obliga a recordar las cosas más elementales.
Se podría contradecir esta idea con la letanía que algunos interesados se han afanado en instalar en el imaginario colectivo del fracaso de la vía unilateral. Pero, por supuesto, las evidencias ponen al descubierto estas estrategias de renuncia. Y una de las pruebas más evidentes es que la vía unilateral no puede haber fracasado en la medida en que no se ha llegado a poner en práctica. Todos recordamos –o deberíamos recordar– que en octubre del 17 lo que no se decidió hacer efectivo fue precisamente la vía unilateral; es decir, la ejecución y la defensa del resultado del referéndum de independencia en las calles y en las instituciones. La vía unilateral está por probar, y estarán de acuerdo conmigo en que, vista la estafa descomunal de la mesa del diálogo, es una vía que debemos explorar pronto. Cuando alguien nos pregunte cuál es nuestro plan alternativo al diálogo (por poner un nombre) con el Estado español, díganle que es lo que no acabamos de ejecutar, pero que es lo único realista y posible. Un verdadero pragmatismo independentista, ‘el seny’ (‘la cordura’) independentista, es tomar el camino de la ruptura unilateral. Cualquier otra opción es ‘rauxa’ (‘arrebato’ o ‘rabia’) y sueño o, directamente, engaño.
Otro obstáculo que ahora podríamos poner sobre la mesa es el de la famosa unidad del independentismo. Si bien es cierto que una voz unificada de todo el independentismo haría las cosas más fáciles, lo cierto es que no fue la unidad lo que nos permitió llegar más lejos que nunca el Primero de Octubre. Me atrevo a decir que quizás fue precisamente la falta de unidad lo que lo favoreció. Se produjo una situación en la que las tres marcas institucionales del independentismo (los espacios de Junts, Esquerra y CUP) se vigilaban mutuamente en un marco de desconfianza constante. Era esta desconfianza, este irse mirando de reojo para ver quién sería el primero que se echaría atrás dados los riesgos que había que asumir, que todos iban avanzando gracias a la potencia motora de la ciudadanía organizada en la calle. Esta desunión funcionó como una especie de competición en la que nadie quería ser el primero en bajar del tren o tratar de frenarlo. Mucho más importante que la unidad de los partidos es el liderazgo de las propuestas o la fuerza de unas ideas centrales y la determinación de la gente organizada al margen de los partidos.
El proceso de independencia, además de la fuerza movilizadora y la concreción democrática (los votos en las urnas), exige una culminación institucional. La voluntad democrática debe convertirse en realidad legal (una nueva legalidad) e institucional (una administración republicana). Y es ahí donde frenamos en octubre del 17 y donde yo no encontré la voluntad ni la disposición de la mayoría independentista –resultante de las elecciones convocadas por el 155– para terminar el trabajo. La creación del Debate Constituyente con Lluís Llach al frente (nueva legalidad) y la constitución del Consejo de la República con una asamblea de electos con el president Carles Puigdemont al timón (nueva administración republicana) eran las dos vías de acceso a esta institucionalización del mandato del referéndum. Pero no encontré la complicidad que esperaba de la mayoría de mis compañeros de viaje para asumir todos los riesgos necesarios para hacerlo.
Y es aquí donde actúa otro de los vectores que explican que avanzamos, que nos quedamos atascados o que, lamentablemente, retrocedamos. ¿Quién da más miedo a los políticos que toman la responsabilidad de liderar el proceso? ¿A quiénes temen más: al voto de la ciudadanía o la junta electoral, la fiscalía y los tribunales? Antes de octubre del 17, la ola popular de movilización obligaba a los partidos a mover ficha y concretar. Tenemos frases que han pasado a la historia: «President, ponga las urnas», por ejemplo. La creación de Junts pel Sí (¡con Convergència i Esquerra en una misma lista!) no se explica sin la presión de las entidades soberanistas y las movilizaciones multitudinarias. Hoy la actuación de los aparatos de poder del Estado español tiene un efecto muy grande en los políticos independentistas. En algunos casos, un efecto paralizador. Y todos sabemos que la represión debería ser utilizada políticamente para dar aún más fuerza y mayor relieve internacional al combate por la libertad. Si queremos la independencia deberíamos tener asumida la represión. Y actuar con mayor fuerza y energía a cada golpe represivo. A mayor represión, mayor avance independentista. Y es por eso por lo que hay que volver a un ciclo movilizador de la ciudadanía que ponga la política institucional en la mencionada dicotomía: ¿quién me puede echar del lugar que ocupo, la fuerza de la gente o la represión del Estado español?
Y me parece que, entre los independentistas, debemos estar de acuerdo en que uno de los principales problemas hoy es la falta de credibilidad. Es necesaria una renovación de caras y nuevos liderazgos. No porque sean nuevos, sino porque deben ganarse la credibilidad y, por tanto, actuar con coherencia y en consecuencia a las propuestas que hagan.
Sin embargo, como conclusión, pienso que es necesario que los ciudadanos tengamos la oportunidad de confiar en una política institucional que haga suyas estas ideas:
Primero. La unilateralidad es el único camino realista.
Segundo. La vía de la ruptura democrática no ha fracasado porque no se llevó a la práctica.
Tercero. Es más importante el liderazgo de las ideas y la movilización que la unidad, que es una consecuencia del mismo.
Cuarto. La represión debe utilizarse en favor de la independencia, no para frenarla.
Quinto. Es necesaria una plasmación institucional, electoral y política que canalice estas ideas.
Sexto. Ante todo, es necesario que esta estrategia sea encabezada por personas creíbles.
Séptimo. La reunión de este independentismo rupturista debe realizarse en torno a un programa y no a unos nombres concretos. Es necesario que este espacio tenga la generosidad de abrazar a todo el que se comprometa con este programa.
Octavo. El objetivo debe ser recuperar el liderazgo de todo el independentismo. Si hay un independentismo que se acomoda a la autonomía, es necesario denunciarlo. Pero la solución es recuperar la idea con la que se llegó más lejos que nunca y terminar la tarea.
Los “unilateraristas” –que en 2015 sumaron unos dos millones de votos, afianzados el Primero de Octubre– deben ser capaces de encabezar el relato, la esperanza y la confrontación. Y deben combatir el nuevo autonomismo camuflado de independentismo (autollamado pragmático) que nos lleva a la nada, es decir, a la gestión autonómica de siempre. Es necesario volver al camino que nunca debíamos haber abandonado. Y hay que ser consecuentes, en la calle, en las urnas y en las instituciones.
Quim Torra i Pla
131º president de la Generalitat de Catalunya
https://www.vilaweb.cat/noticies/programa-independentista-debo-quim-torra/