El independentismo no ha ganado porque a partir del 1 de octubre no supo, o no quiso, construir un proyecto comunitario (nacional) y defenderlo, aunque disponía de las bases para construir uno. Tener un proyecto político es primordial para la estrategia del movimiento (véase la tercera y última entrega de la serie) y para dar respuesta a las necesidades de la comunidad (véase la segunda parte de este artículo).
El debate que tenemos sobre si el independentismo es nacionalista es un obstáculo para construir este proyecto: si todavía no sabes qué eres, difícilmente podrás saber qué quieres, qué necesitas y hacia dónde vas. Si todavía ahora yo, así como otros autores hombres (por desgracia hay pocas articulistas que hablamos), tenemos que volver a escribir artículos sobre la cuestión, que suelen ser resúmenes de lo que hemos detallado manta veces, es porque el independentismo se ha hecho suyos los principios del españolismo cultural. El españolismo cultural es una ideología pensada para evitar la creación de un proyecto soberano catalán imponiendo su visión sobre conceptos clave en la construcción nacional. Mientras el independentismo los utilice, será imposible que se emancipe. Es como si intentáramos curar el estreñimiento recetando Fortasec, el medicamento que frena la diarrea. Así pues, lo primero que hay que hacer para construir un proyecto comunitario es entender las trampas discursivas que el nacionalismo dominante intentará que adoptemos.
- Patriotismo contra nacionalismo. A grandes rasgos, el patriotismo haría referencia al sentimiento de pertenencia a una comunidad construido a partir del amor en lo común. El nacionalismo, en cambio, remite al sentimiento de pertenencia erigido a partir del odio a una alteridad. Esta división, absolutamente falsa, la han promovido los estados con la finalidad de normalizar (convertir en norma) su nacionalismo y naturalizarlo (hacer que esté tan integrado en la vida cotidiana que se perciba como inexistente, de manera que la adhesión al nacionalismo estatal sea totalmente inconsciente y marque la forma de relacionarnos con el mundo). Pasa que el estado liberal occidental se ha construido sobre jerarquías de género, etnia y clase que han dado pie a sesgos excluyentes y opresores en la construcción de las instituciones. Decir que el nacionalismo es cosa sólo del supremacismo o la extrema derecha es des-responsabilizar a los estados, la sociedad y los partidos del statu quo de las divisiones raciales, de clase y de género que han fomentado a lo largo de la historia, hasta el punto que se encuentran en la génesis de su ideal de ciudadano. Hablando claro: el patriota Macron no es lo opuesto a la nacionalista Le Pen; Le Pen y Macron están en puntos diferentes del mismo espectro.
Por otra parte, el nacionalismo ha servido a los estados para estigmatizar la identidad de los pueblos subalternos dentro de sus fronteras, caracterizándolas como ideologías de odio que quieren desestabilizar la comunidad. Así, la soberanía de las naciones subalternas se presenta como privilegio o muestra de tribalismo y egoísmo, y el asimilacionismo de las naciones poderosas es considerado como necesario para garantizar la convivencia y el progreso.
- Valores cívicos contra valores étnicos. Se dice que hay dos maneras de construir una nación, a partir de los valores cívicos (con respecto a la democracia, laicidad) o a partir de los étnicos (lengua, historia). El nacionalismo/patriotismo de los estados tiende a presentar los valores cívicos como los más adecuados (buenos, positivos) para construir una nación; los étnicos son considerados excluyentes y susceptibles de generar supremacismo. La división es una trampa. En primer lugar, todas las naciones, y los estados que se derivan de ellas, son una combinación de valores étnicos y cívicos. Como dice Ramón Máiz, a veces pueden destacar unos más que otros, en función de los intereses estratégicos o de la amenaza a la cual se enfrente la comunidad. En segundo lugar, porque el supremacismo y el odio a la alteridad siempre han tenido un componente cívico. Es más, normalmente las características étnicas (la biología, por ejemplo) se hacen servir para justificar el supremacismo cívico. El colonialismo construyó la noción de raza para justificar el dominio político, económico y cultural de los estados europeos. El nacionalismo catalán más reaccionario ha basado su defensa de la nación catalana en la supuesta superioridad de los valores catalanes por encima de los españoles, que consideraba inferiores siguiendo el imaginario europeo que pinta España como un eximperio decadente. Como muestra de eso, hay catalanes que ahora se alegran de que Holanda le cante las cuarenta a España durante la crisis de la Covid-19. Otra muestra es la idea de que la mejor manera de ampliar la base independentista es promover medidas sociales y destacar los valores positivos catalanes, como si el sentimiento de pertenencia a la nación española fuera fruto de la pobreza material o una muestra de barbarie. Dicho esto, si los valores étnicos de una nación fueran perjudiciales, el estado español no se esforzaría tanto en eliminarlos: parte de la opresión de Catalunya se ha basado en los intentos de eliminación de la lengua catalana, el relato españolista de su historia y las trabas para que Catalunya se explique fuera de sus fronteras (violencia epistémica). Recordad siempre la cita de Ngugi wa Thiong’o: «Controlar la cultura de un pueblo es controlar las herramientas con las cuales se autodefine en relación con los otros».
Nacionalismo contra la desposesión
Precisamente, autodefinirse en relación a los otros es importante en el contexto de globalización neoliberal en que estamos inmersos. La globalización neoliberal constituye el triunfo de una visión del mundo articulada a partir de la exaltación de ciertos valores cívicos que ha creado un modelo de ciudadanía global que tan sólo es disfrutable por aquellos sujetos que ya eran privilegiados en los respectivos estados, generalmente en razón de género, etnia, clase y sentimiento nacional.
A grandes rasgos, la globalización neoliberal constituye una especie de patriotismo internacional. Clara Ramas apunta que eso ha generado procesos de desterritorialización y desarraigo por todo el mundo. Es decir, los pueblos están perdiendo tanto su identidad como su soberanía para gestionar los recursos materiales. Los partidos e ideologías del estado liberal han contribuido a ello: la izquierda cosmopolita, sobre todo, en la desposesión cultural e identitaria; la derecha y la centro-izquierda especialmente en la desposesión material y económica. El españolismo político y cultural también se rige por estas lógicas de desterritorialización y desarraigo. El proyecto españolista tiene como objetivo desposeer de identidad pueblos como el catalán, el vasco, el aranés o el gallego, con el fin de crear, con la complicidad de las élites locales, comunidades dóciles ante la gestión española de sus recursos materiales.
En este sentido, soy de la opinión de Jule Goikoetxea sobre la defensa del nacionalismo como algo estratégico: la nación, hoy por hoy, es la forma de constituir una comunidad con más capacidad para tejer un proyecto capaz de frenar y revertir estos procesos y satisfaciendo las necesidades de la población, partiendo de un diagnóstico presente y compartido que tenga en cuenta de donde venimos y hacia donde vamos. Al fin y al cabo, los efectos de la globalización neoliberal, así como su imposición, no son iguales en todas partes, sino que vienen marcados por la evolución histórica, cultural y social de cada pueblo. Lo mismo pasa con el españolismo y su impacto en las comunidades autónomas que pertenecen a una nación subalterna.
La clave de la cuestión es cómo articular un nacionalismo que no destaque los elementos más reaccionarios tanto de los valores cívicos como de los étnicos. Es por eso que, en el próximo artículo de la serie, hablaré del 1 de octubre como ejemplo de práctica nacional-soberana que expuso los riesgos y las posibilidades de los procesos de emancipación nacional que pretenden dar respuesta a los retos del siglo XXI.
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