La importancia de las instituciones de un país no proviene únicamente de su relevancia política. Las instituciones de un país son importantes, sobre todo, porque constituyen la expresión de los valores de la sociedad a la que sirven. En este sentido, el Parlament de Cataluña, una de las instituciones más antiguas de Europa, dice mucho, muchísimo -lo dice casi todo-, sobre la personalidad dialogante y parlamentaria del pueblo catalán. Desde el 1214, son ochocientos siete años de tradición parlamentaria catalana. A lo largo de todo este tiempo, han cambiado las personas, las formas y los contenidos, pero el Parlament de Cataluña continúa vivo. Esto último, que debería ser normal, adquiere una relevancia especial debido a que España nunca ha dejado de intentar aniquilarlo o, ‘in extremis’, como ahora, reducirlo a una ‘cámara’ de Comunidad Autónoma en la que sólo se pueda hablar de asuntos domésticos, caseros, de los que vulgarmente se llaman «de poca monta». De hecho, si España pudiera, obligaría a los parlamentarios catalanes llevar bata de boatiné (1) en los plenos. Basta con ver la persecución político-jurídica desatada por haber osado ir un poco más allá en alguna contada ocasión.
Sin embargo, las instituciones, precisamente porque son organismos vivos, están sometidas a los avatares coyunturales y experimentan momentos de más o de menos relevancia política según sean las personas que llevan las riendas. Es obvio que el Parlament de Cataluña no recuperará su máxima significación mientras Cataluña no deje de ser la colonia española que es hoy. Pero dentro de este marco esposado de actuación son muchas las cosas que, con inteligencia, principios y dignidad, se pueden hacer. Todo depende del talento y de la voluntad individual y política que haya detrás.
Aún no hace ni dos meses que Laura Borràs es presidenta del Parlament de Cataluña y ya hemos podido ver que marca un abismo con relación a la etapa presidida por Roger Torrent. La etapa de Roger Torrent es una etapa gris, remisa y sumisa, una etapa que se corresponde con la mentalidad funcionarial y subordinada de este político. Laura Borràs, como digo, es otro mundo. Roger Torrent estaba más preocupado por su persona y por su carrera política que por el cargo que representaba, incluyendo el pánico inmenso de hacer enfadar España y del riesgo de que ésta le inhabilitara. Laura Borràs, precisamente porque no es ni gris, ni remisa, ni sumisa, ya sabe que le buscarán las cosquillas por ser quien es, haga lo que haga. En otras palabras: Torrent, le es absolutamente indiferente a España; Borràs, en cambio, es la figura política catalana más odiada por el poder de ese país tras el presidente Puigdemont. Esto solo ya lo dice todo.
Es en la línea de lo que estoy diciendo que esta última semana, sin provocar ningún escándalo, sin malos modos, y con la finura que le caracteriza, la presidenta Borràs puso en su lugar el representante de Ciudadanos, el ultranacionalista español Nacho Martín Blanco. Gracias al vídeo, todo el mundo ha podido ver el ridículo espantoso de este personaje cuando pretendía hacer algo que no podía hacer, así como su ignorancia del reglamento del Parlamento del que es miembro.
El ridículo es tan gigantesco, que Martín Blanco sólo es capaz de articular palabras sin sentido, reír estúpidamente, quedarse mudo y mentir. Miente cuando finalmente dice que ha dicho que quiere intervenir por el artículo 90 pero que quizás no se le ha oído bien. Miente porque en realidad no lo ha dicho. Lo dice más tarde, sólo cuando el micrófono de Laura Borràs lo capta de boca de Eva Granados, del PSOE. Pero resulta, mira por donde, que Eva Granados, que es vicepresidenta segunda de la cámara, tampoco tiene ni idea, porque el artículo 90 no permite hablar. El artículo 90 es el de la Observancia del Reglamento. El ridículo crece. Martín Blanco, sin saber cómo salir adelante, repite de nuevo el mismo artículo y las mismas palabras carentes de sentido que ya habían provocado la hilaridad del hemiciclo hasta que alguien, a sus espaldas, le sopla que es el artículo 87. El problema es que se vuelve a equivocar, porque el artículo 87 sólo permite pedir la palabra por alusiones y él no ha sido aludido. Lo ha sido una compañera suya, Anna Grau. La palabra, pues, le es retirada, y es Anna Grau quien, nerviosa, sin saber qué decir y haciéndose un lío con la mascarilla y las gafas, se ve obligada a pedirla para no hacer aún mayor el ridículo de Ciudadanos.
Recomiendo al lector que, al ver el vídeo, preste atención al comportamiento de Eva Granados sentada a la izquierda de Laura Borràs. Granados, en sintonía con la ideología de Ciudadanos, se pone nerviosa rasa y no para de moverse y de remover papeles para intentar ‘salvar’ a Martín Blanco pretendiendo que sea la presidenta Borràs, no él, quien diga el artículo que éste debería de invocar. Pero falla, porque la presidenta no le hace caso. Sin darse cuenta, Eva Granados, en dos minutos, muestra explícitamente hasta qué punto siente como propio el ridículo de su ‘conciudadano’ ideológico.
Pero es sabido que hablar de Ciudadanos es hablar de una formación profundamente anticatalana, que nació para convertir el Parlament de Cataluña en un chiringuito de playa y para la que el reglamento de la cámara y nada son exactamente lo mismo, salvo que, por azar, pueda sacar algún provecho escaso. Por eso, a la pregunta «Señora Grau, ¿por qué me pide la palabra?», Anna Grau, tanto o más ultra en todos los sentidos que Martín Blanco y con idéntico grado de autoodio, responde con desprecio a la presidenta y al Parlament: «por el artículo 87, por alusiones, pero como si fuera por el artículo 29». No es necesario aclarar que el artículo 29 no tenía ningún sentido y que lo que ella quería decir es que habla por el artículo que le da la gana y cuando le da la gana. Sin embargo, nada nuevo. La ignorancia y la soberbia juntas siempre resultan esperpénticas.
En política hay personas que la dignifican, como Laura Borràs, y personas que la degradan, como Nacho Martín Blanco y Anna Grau. Las primeras se ganan el respeto de la gente y hacen historia, las segundas son parásitos que hacen lo que hacen porque no han encontrado otra salida que vivir a costa de la ciudadanía.
(1) https://dle.rae.es/boatin%C3%A9
EL MÓN