El ejercicio de la crítica política necesita una notable dosis, si no de ingenuidad, sí de confianza en algunos principios democráticos de referencia. Si no fuera así, si no hubiera una más que razonable esperanza de que las cosas pueden ser de otro modo, ciertamente, sería para cerrar la barraca. Y es que para hacer de testigo cínico y desesperanzado de tal y como es la cruda realidad de la vida política, más valdría dejarlo correr. Sí: a la vista del clima político general de nuestro país, la mayor tentación tanto del ciudadano de la calle como del articulista que firma sería llegar a la conclusión que no hay ni un palmo limpio. Y, en consecuencia, lo más fácil sería que arraigaran todavía más –si esto es posible– los sentimientos antipolíticos.
Ciertamente, la vida política, la de los partidos, es turbia. Hay una mezcla de idealismos e intereses, de proclamación de principios y de negociación de miserias, de buena fe y de maquiavelismo, de lucidez y de autoengaño, de voluntad de servicio y de apetencia de poder, que son difíciles de discernir porque, en el fondo, unas dimensiones descansan sobre las otras. En este sentido, quizás la política no es muy diferente del resto de la vida social, en la cual la realidad cotidiana también se construye sobre la ambigüedad de las personas y la ambivalencia de los hechos. Ahora bien, la naturaleza pública de la política, por el liderazgo moral que se espera, por la responsabilidad que tiene sobre los destinos de las personas, explica que se le exija un comportamiento ejemplar. Y, ahora mismo, estamos muy muy lejos de esta ejemplaridad.
El caso es que el descubrimiento del comportamiento ilícito de los dirigentes del Palau de
Sea como sea, la repugnancia que produce este tipo de procedimientos, sólo explicable por el nerviosismo de los operarios de la maquina de mandar que es el PSC ante la posibilidad de perder la alcaldía de Barcelona y el gobierno de
Aun así, parece más que demostrado que el sistema actual de partidos no da señales de ser capaz de regenerarse desde dentro. CiU no fue capaz de hacer una ley electoral en veintitrés años, pero el tripartito ha demostrado la misma incapacidad en seis años más. Y el grave problema de la financiación de unos partidos políticos sobredimensionados e ineficientes sigue sin solución porque no es habitual que alguien quiera ser el cirujano que se amputa la propia pierna. En definitiva: el descrédito no para de crecer. Y es precisamente en este punto del drama que, una de dos: o aparecen líderes rupturistas desde dentro de los mismos partidos –por ahora, un hecho improbable en la política catalana– o se crea un movimiento desde la sociedad civil para hacer posible la grieta que tendría que permitir la entrada de aire fresco dentro de un sistema en el cual se acaban asfixiando incluso los que esperaban vivir protegidos. Un movimiento que, atención, no puede ser antipolític, sino todo al contrario: radicalmente político, radicalmente democrático y, a la vez, sin tentaciones de ocupar el espacio que corresponde a los partidos. No se trata de promover salvapàtries, sino de hacer un gesto de extrema generosidad, de ganar mucha fuerza por, después de contribuir a oxigenar el sistema, cederla a quien legítimamente la merezca. Hablo, esclar, de aquello que podría ser, a las próximas elecciones, el papel Reagrupamiento. Cómo que se trata de un movimiento en proceso de formación y de deliberación interna sobre él mismo, no soy nadie para aventurar en que acabará. Pero creo que sería un error que se repengés en el antipolítica o que tuviera tentaciones antipartidistes y, en este sentido, populistas, al estilo del discurso de Ciudadanos o de Nebrera. Una oferta electoral que se propone la independencia del país y la radicalidad democrática del sistema –dos objetivos indestriables–, tiene que tener claro que su éxito final implicará, necesariamente, su desaparición.
Entiendo que, cuando la impostura y palabra cínica planen sobre la política de nuestro país, opiniones como esta parezcan patéticamente ingenuas. Pero me pido si, a estas alturas, no es a través de un gesto de esperanza casi ciega que podemos salir de la tentación antipolítica.
* Profesor de sociología de