Vicent Partal
¿Y La Vanguardia de quién tiene miedo?
La Vanguardia se descolgó ayer con un editorial (*) en portada en favor de la moderación -un hecho excepcional-. De los moderados, decía. Era un editorial poco claro, de vez en cuando difícil de interpretar, porque no quería hablar con claridad, o no podía. Pero venía a decir, sin decirlo, que el debate sobre la independencia había avanzado mucho. Que la perspectiva de la independencia, desde su punto de vista el peligro, ya no era absurda. Y sobre todo explicaba que la terquedad del gobierno español hacía las cosas cada vez más difíciles a los que pretendían una solución distinta de la proclamación de la república. Digamos que en La Vanguardia, concretamente se preguntaba dos veces si el gobierno español tenía miedo de los moderados catalanes, podemos imaginar que refiriéndose a Duran o a según qué empresarios.
Hace once meses -¡sólo once meses!- que Enric Juliana escribía el artículo que editorializaba la posición del diario sobre la noche electoral. Tuve que levantarme y lavarme la cara después de leerlo. Se titulaba, increíblemente, ‘Gano España’, frase que, por si no lo habíamos entendido, se repetía ocho veces. En ese texto La Vanguardia llegaba a escribir: ‘Nada inquietante para el orden vigente pasará en Cataluña durante los próximos meses’.
Sólo once meses después, la capacidad de análisis del diario de los Godó se ha encontrado desnuda y comprometida por ellos mismos con el desesperado editorial de ayer. Entiéndase, sin embargo, como una señal positiva. En tres días el PSOE y La Vanguardia, poca broma, han dicho que la constitución española es inservible y que hay que cambiarla para detener el proceso catalán. El PSOE y La Vanguardia. Para los que tienen dudas acerca de si vamos bien o no, con esta señal debería ser más que suficiente. Hace once meses que pensaban que la realidad se podía cambiar a golpes de titular. Hace once meses que situaban el problema en Cataluña y hoy ya dicen claramente dónde está, en España. Hace once meses que pensaban que podrían asustar, que podrían hacer tambalear al presidente Mas, o a CiU, quien sabe si también a ERC, y hoy ya ven que nada consiguen ni conseguirán. El cambio de táctica de los que se proclaman ‘moderados’ es una señal notable y en absoluto despreciable.
La Vanguardia, sea como sea, llega tarde reivindicando a los moderados, porque los moderados ya hace tiempo que son independentistas. La obsesión ideológica no les deja ver que si el independentismo triunfa es sobre todo porque la independencia es percibida simplemente como la solución más sensata para Cataluña. No como un proyecto nacionalista, sino como un proyecto colectivo. Y eso en casa de Godó no lo quieren ver, a pesar de todas las evidencias. La última, por ejemplo, el número de DVD de la Vía Catalana que llegaron a vender y que superaba ampliamente la cifra de los vendidos por cualquier otro diario. ¿La Vanguardia tiene miedo de sus propios lectores?
EL SINGULAR DIGITAL
Los moderados
Vicent Sanchis
Una parte importante de los poderes económicos y financieros catalanes -entre los cuales están los responsables de las dos grandes entidades de crédito y los principales empresarios de prensa- miran con inquietud el proceso soberanista que vive el país, sobre todo desde el 11 de Septiembre del 2012. Aquel año la manifestación reunió a cientos de miles de personas bajo un lema inapelable: ‘independencia’. Y aquella exhibición de fuerza cívica movió a Mas a adelantar las elecciones, tras constatar el enésimo fracaso con el intento de acordar un nuevo pacto fiscal.
Algunos representantes de estos poderes -como José Manuel de Lara- constatan con acritud su rechazo a cualquier «aventura» que separe Cataluña de España. La mayoría son más prudentes y se limitan a constatar, una y otra vez, que no son nada partidarios de la «inestabilidad y que, por el contrario, el sentido común recomienda «el diálogo y el acercamiento de posiciones». Las propuestas de Pere Navarro o de Josep Antoni Duran i Lleida dan margen a estos recelos y esas prudencias. Cuando el presidente del comité de gobierno de Unió Democrática propuso y reclamó una «tercera vía» muchos de ellos se sintieron completamente identificados.
Ahora se proclaman «moderados» y preguntan tanto al gobierno de España como al de Cataluña si tienen «miedo» del «pluralismo interno» de las dos sociedades. Tanto como les es posible intentan presionar Mariano Rajoy y Artur Mas para que abandonen «posiciones intransigentes» y reanuden un diálogo necesario para evitar las crisis que se insinúan con fuerza. Ayer el editorial de La Vanguardia (*), abierto en portada, se presentaba como un manifiesto representativo de estas opciones. «Mientras tanto, son muchos los catalanes, muchos más de los que pueda parecer, que insistirán y perseverarán en la vía del diálogo, que en este momento parece levantar tantas reticencias. Señal inequívoca de que es una buena vía», concluía.
Todo ello se incluye en la buena fila de las opciones moderadas -así se proclaman-, responsables y conciliatorias. El gran problema -quizás la gran trampa- es que apelan a las dos partes -la española y la catalana- como si fueran iguales, como si tuvieran los mismos recursos y la misma capacidad de incidir una en la otra. Incluso como si tuvieran la misma responsabilidad. Y olvidan, de manera sistemática, que a un lado sólo está la reivindicación y la presión cívica, y en el otro está el poder. Todos los poderes. El Estado español se siente poderoso y por eso perpetra la intransigencia más feroz. Los «moderados», que chocan una y otra vez contra el muro de incomprensiones que está en Madrid, acaban volviendo la vista a Cataluña y corren el peligro de enfadarse con la parte más débil, de atribuirle toda la responsabilidad. Cuando lo hagan dejarán de ser moderados y se transformarán en cómplices.
Moderados e independentistas
Agustí Colomines
La Vanguardia publicó ayer un editorial (*), «¿Quién teme a los moderados?», que es de esos que pretenden marcar la agenda política. Es legítimo. Todos los diarios del mundo lo intentan, aunque no siempre lo consigan. El diario barcelonés últimamente ha errado en sus apuestas políticas. Será porque no ha creído de verdad en ellas o bien porque los zigzags en política no tienen el mismo efecto que el sistema tiki-taka tiene en el fútbol. En política se pierde el control del tiempo y del espacio cuando la actitud es errática.
La historia de ‘La Vanguardia’ es la historia de las clases dirigentes catalanas, las cuales, por cierto, no siempre han sido ni prudentes ni moderadas. Al contrario, han atizado el fuego de la violencia y la rebelión con el mismo empeño que lo hacían las organizaciones anarcosindicalistas o extremistas. La valiosa hemeroteca del diario -ahora accesible por todos- contiene todo tipo de pruebas de lo que digo. Sólo hay que poner en el buscador varios nombres, más allá del siempre recurrente y amable Gaziel. También se pueden encontrar artículos de personajes, digamos, más inquietantes, como Fernando Valls Taberner, padre de los Valls-Taberner Arnó que después de la Guerra terminaron controlando, junto con las familias catalanas Millet, Carceller y Biosca, el Banco Popular Español. De este eminente medievalista es un artículo del 15 de febrero de 1939, de antes por tanto de que terminara oficialmente la Guerra Civil, muy conocido pero sólo citado en aquella parte que da sentido al título, «La falsa ruta»: «“Cataluña ha seguido una falsa ruta y ha llegado en gran parte a ser víctima de su propio extravío. Esta falsa ruta ha sido el nacionalismo catalanista”.
No es un artículo, es un ditirambo para exaltar la Cataluña española bajo el régimen de Franco y culpar al catalanismo -ese mismo catalanismo que ahora todo el mundo pone como ejemplo de la cordura y la moderación catalanas- de todos los males de la Cataluña y la España en guerra: «“El catalanismo no logró casi nunca dejar de presentar una significación partidista; ni alcanzó a abandonar a tiempo unos derroteros que a la postre han conducido al país a la ruina. Nadie puede hoy honradamente dejar de confesar que, en fin de cuentas, el catalanismo, al término de su trayectoria, se ha vuelto contra Cataluña; y que incluso lo que un tiempo pudo tener de generosa aspiración renovadora, en medio de la general decadencia, lo que tuvo también de idealidad, desviada sin duda, pero llena, de ingenuas ilusiones, lo que haya representado en cuanto a anhelos de reforma y de perfección, bien que exaltados y turbulentos, todo ello ha sido ignominiosamente prostituido y sacrificado en estos últimos años. Lo que, en medio de la equivocación general, hubiera en él de nobles ansias renovadoras y de esencias tradicionales, ha sido muerto últimamente por los corifeos separatistas, y a consecuencia de ello el catalanismo es hoy un cadáver. Para el bien de Cataluña y de España entera no lo podemos de ningún modo dejar insepulto».
Con un diagnóstico tan severo, el antiguo diputado de la Liga Catalana llegaba a un conclusión de que sí era históricamente injusta y por completo falsa, dado que el golpe de Estado fue responsabilidad exclusiva de los militares y no de las autoridades civiles catalanas o españolas, una tesis, por cierto, que sólo sostienen los historiadores y publicistas franquistas. El remedio que proponía Valls Taberner era tan simple como irreal: «Hay que liquidar, pues, un pasado equivocado, y en sus resultados desastroso; hay que reemprender el camino, volviendo al buen sendero. Cataluña es una realidad viva y no un prejuicio tendencioso; y para restaurar su vida y redimirla y dignificarla de verdad sólo hay un camino: despojarla de sectarismos, de mezquindades y de encogimientos, devolverle el buen sentido, librarla de megalomanías y de emperezamientos, de disipaciones y de frivolidades, de chavacanerías [sic] y de ridiculeces, y hacerla andar con fe, con amor y con el mejor espíritu por la ancha vía triunfal de la Nueva España, hacia un destino común lleno de promesas y de esplendores, de gloria auténtica y de progreso positivo».
O Valls Taberner era un moderno en el sentido amplio o bien los razonamientos que se esgrimen hoy contra el catalanismo soberanista son tan antiguos, apolillados y estrujados como lo eran los de un intelectual atenazado por el miedo, las sangrientas luchas ideológicas y la profunda decepción política que le había provocado la República. Valls Taberner quiso encontrar la paja en el ojo del catalanismo sin reconocer que la viga de la dictadura que él defendía impactaba contra el régimen constitucional republicano para destruir la democracia. Digamos las cosas por su nombre, ¿verdad? Y es que falsa ruta del catalanismo nacionalista había sido, según Valls Taberner, su deriva separatista. Así pues, la guerra ya no era la consecuencia directa del golpe de Estado sino que había sido incubada en los ambientes que habían querido ir demasiado lejos. Culpabilizar al catalanismo era más fácil que culpabilizar a los inmovilistas y a los extremistas de verdad, de derecha o de izquierda. Era la explicación adecuada para explicar el fracaso de un movimiento político que, por encima de todo, había sido uno de los grandes factores de modernización del país e incluso del Estado. No lo digo yo. Me lo explicó maravillosamente bien el historiador madrileño Vicente Cacho Viu, que fue profesor mío de Historia de Cataluña cuando él era catedrático en la Universidad de Barcelona.
El catalanismo ha sido modernizador y, también, al menos en su tronco central, el principal impulsor del moderantismo. Y en este sentido es como hay que reivindicar, porque si no nadie podrá entender por qué estamos donde estamos y por qué ha tenido el apoyo de tanta gente durante tantos años y, además, por qué ha impregnado ideologías tan diversas, que van del comunismo a la democracia cristiana. Al margen de este catalanismo transversal sólo han quedado los que han negado la nación catalana y han querido hacer desaparecer sus señas de identidad, lo que incluye a los lerrouxistas, los faístas y los franquistas. Pero que el catalanismo haya sido moderado, dialogante y pactista durante años no ha supuesto que fuera bien recibido en España. Hay mucha y buena literatura histórica sobre los intentos de establecer algún tipo de alianza entre la España inteligente e ilustrada y el catalanismo. Esta misma literatura demuestra que todos los intentos han terminado en fracasos sonados o bien, como ocurrió durante la última transición, en una claudicación catalanista que tuvo que aceptar, tanto si como no, gato por liebre. A los moderados de entonces les pareció que recuperar una autonomía limitada era el precio a pagar para consolidar la democracia. Cuando se ha querido dar un salto adelante, en 2006, la reacción española fue furibunda. Y ahí comenzó la transformación de los catalanistas moderados en moderados soberanistas.
El desconcierto de ‘La Vanguardia’ es genealógico. Arranca de la naturaleza misma de lo que ha sido este diario en la historia de Cataluña. Erraron en el pasado y pueden volver a errar en el presente porque quizás no entienden que la moderación no está en sus manos ni quiere decir, necesariamente, claudicación. Que el catalanismo se haya desplazado hacia el independentismo, o al menos hacia la solución soberanista por encima de la autonomista, no lo hace más radical, simplemente lo transforma. Llegar a la conclusión de que el autonomismo ya no es ninguna solución y de que la única vía posible es dotar a Cataluña de estructuras de Estado propias y no prestadas (que van y vienen según el humor y las mayorías parlamentarias españolas), no es ninguna muestra de radicalismo. Al contrario, es la visualización del seny catalán para continuar defendiendo una Cataluña moderna, económicamente próspera y nacionalmente competitiva en el mundo de la globalización. El presidente Artur Mas no se ha vuelto loco, ni es un burócrata moderado que de repente se ha convertido en el jefe de los irredentos por las malas influencias de ERC. Esto es uno de esos gags de Polonia que sólo hace reír a los tontos.
El 1 de diciembre de 2012 -después de las elecciones, por tanto-, publiqué un editorial en la web de la Fundación CatDem titulado «Los moderados y la independencia», que no gustó a nadie porque decía cosas como esta: «La mayoría política que pedía el MHP Artur Mas no se ha logrado porque los moderados se han refugiado en otras opciones y otra franja, menor de la que se dice, se ha sentido cómoda con ERC. Que los moderados hayan decidido no fiarse del proceso soberanista encabezado por Mas es un síntoma de que el control de la velocidad es vital. Las prisas debilitan el soberanismo. Ahora hay que hacer una parada para rehacer la alianza con los moderados que tienen clara la catalanidad aunque no sean independentistas. Se equivocan los que explican el descenso de CiU por el rechazo de los electores a las políticas de contención económica o bien a las declaraciones de algún dirigente de la federación. Son muchos menos de los que ERC querría. El problema son los moderados que han dudado. Hay que convencerles como sea porque entonces la independencia sí será imparable». La cuestión hoy es la misma: obtener el control del tiempo. Después de la Vía Catalana y de la prolongada movilización soberanista ante el inmovilismo español, el único reproche que nos podemos hacer es que a veces los de la prisa persisten en querer debilitar al líder de los moderados, que no puede ser nadie más que el presidente Mas, con actitudes y reivindicaciones imposibles. ¿Qué importancia tiene fijar una fecha si la tienes que pactar, si se quiere hacer bien, con el Estado? ¿Por qué la gobernabilidad de Cataluña depende de una fecha y una pregunta cuando, de momento, el gobierno español tiene enrocado al catalán? Es el apoyo a Mas lo que debilitará la intransigencia española y hará inútil las terceras vías que tampoco atienden a Madrid.
Para decirlo lisa y llanamente. No todos los moderados somos partidarios de la tercera vía, porque, de entrada, somos independentistas. Y somos moderados porque creemos en la democracia y en el pacto para ejercer la democracia que debe traducirse en el permiso gubernamental para ejercer el derecho a decidir, que es sinónimo de autodeterminación. Y somos moderados, también, porque nos reivindicamos del catalanismo popular que ha sostenido todo lo que una y otra vez, sea después de una guerra, sea con motivo de una crisis económica, se quiere hacer pasar como una falsa ruta que sólo nos genera desgracias. El catalanismo fue víctima, ciertamente, de los extremos en una época que el historiador Eric Hobsbawm llamó así: ‘de los extremos’. Ahora también podría ser víctima de ellos, pero el extremo esta vez no es el extremismo ideológico, sino al inmovilismo, incluyendo el unionismo vitaminado que cada día se aparta más del derecho a decidir. ¿En qué periodo de la historia de Cataluña se ha intentando resolver democráticamente el pleito catalán sin condicionantes de ningún tipo? Esta es la pregunta que deberían hacerse los partidarios de la tercera vía. La incorporación de los moderados al soberanismo ha convertido en mayoritario un independentismo que en otros tiempos era minoritario. Hay moderados que aún dudan, de acuerdo. Pero el precio para esperarles no puede ser nunca retomar la cantinela de la falsa ruta. Sería un error y situaría a Cataluña al borde del abismo y de la marginalidad. Hay que controlar el tiempo, claro que sí, y los argumentos y también la gobernabilidad. Y aquí es donde convendría que aprendieran la lección de la historia ERC y CiU. Si el proceso soberanista levanta reticencias es porque a veces se tiñe de partidismo. Pero eso ya es harina de otro costal. Quizás si ERC hubiera entrado en el Gobierno desde el primer día y CiU hubiera hecho de partido moderado e independentista sin hacer seguidismo de los republicanos, ahora probablemente estaríamos en otra coyuntura, más robusta interiormente, aunque la relación con el gobierno central fuera igual de mala.
La tercera vía no es de ninguna manera la única opción que pide diálogo y pacto, que es la tesis del editorial de La Vanguardia. El presidente Artur Mas ha reclamado este diálogo para cambiar la relación con España desde 2010. Lo hizo con la propuesta de pacto fiscal cuando la mayoría de empresarios que ahora se ponen al abrigo de la tercera vía le dieron la espalda. Y lo hace en estos momentos cuando reclama negociación y diálogo para poder consultar al pueblo catalán -mayoritariamente soberanista si miramos la correlación de fuerzas en el Parlamento- sobre su futuro. Se puede ser moderado e independentista, pues. Es el gobierno español quien teme los moderados, porque por primera vez en la historia contemporánea de Cataluña se podría producir un cambio «radical» sin ningún tipo de violencia, si descontamos los insultos de la caverna mediática española y catalana. Para terminar el artículo con la misma figura retórica que emplea el editorialista de La Vanguardia: si los moderados independentistas somos tan combatidos es porque es una señal inequívoca de que vamos por el buen camino.
EL SINGULAR DIGITAL
La moderación independentista
Anna Figuera
«¿Qué sentido tiene pedir una Tercera Vía desde Cataluña si desde España ya han dicho que no? El diálogo debe proceder del Estado. Por dignidad, la Vía es la del proceso pacífico y democrático de emancipación». Esta sentencia, hecha desde la reflexión, la moderación y el sentido común, es del director de la Cátedra de Liderazgos y Gobernanza Democrática de Esade y miembro del Consejo Asesor para la Transición Nacional, Ángel Castiñeira, que ayer inició la tribuna ‘Momento cero’, un espacio para promover el debate de ideas sobre la viabilidad de una Cataluña independiente.
Creo que nadie puede tachar a Castiñeira de radical o alocado. Lejos de estos adjetivos con los que habitualmente -y, por qué no decirlo, a menudo malévolamente- intenta etiquetar a todos los políticos, politólogos, sociólogos, periodistas y a las personas que están en el camino del proceso soberanista, Castiñeira puso sobre la mesa conceptos que nos llevan a la reflexión. Citaré tres:
1. La celebración de una consulta tiene más peso y dota a Cataluña de más razones que unas elecciones plebiscitarias, desde un punto de vista internacional.
2. No todos los que están hartos del trato que España da a Cataluña votarían si en una consulta para la independencia.
3. En el actual proceso con ascendente de masa (es decir, cuando es la sociedad la que empuja) no se confía sólo en un líder exclusivo.
Las tres reflexiones podrían parecer obvias, pero precisamente son las que también se utilizan para vestir de argumentos esta Tercera Via. Esta llamada a una supuesta moderación que, en definitiva, pretende cambiarlo todo (reforma federal de la Constitución) para no cambiar nada. Lejos de apoyar este camino defendido por Josep Antoni Duran i Lleida y al que se ha comenzado a sumar la generación que vivió la transición española pero que ya no sigue la generación -treinta años más joven- de esta nueva transición catalana, Àngel Castiñeira llamó a no tener miedo. A proveer de contenidos a una Cataluña independiente para convencer, también, a quienes están hartos ya estar prevenidos por si, a última hora, llega una propuesta de España. «Si los líderes políticos no flaquean, es posible», siempre desde el sentido común y la moderación independentista.
LA VANGUARDIA
¿Quién teme a los moderados?
Editorial (27/10/2013)
Cuando la tensión parece imponerse como método y estado de ánimo, ha llegado la hora de reivindicar la moderación. Hacen falta moderados en este momento político, algunos de cuyos perfiles nos retrotraen al periodo 1976-80, cuando en España –y en especial en Catalunya– triunfó la alianza entre audacia y prudencia. O sea, el sentido de la realidad. Moderación significa voluntad de pacto; no debilidad, ni indeterminación.
La moderación es más necesaria que nunca cuando las posturas son antagónicas. Ser beligerantes en favor de la moderación constituye, pues, un ejercicio de responsabilidad. Estamos dispuestos a defender la moderación incluso con vehemencia para que emerja en medio del diálogo de sordos al que, con preocupación, estamos asistiendo.
Se aproximan tiempos de ajuste y de cambios en el marco político-institucional como consecuencia del paso del tiempo en un modelo de convivencia que ha aguantado más de tres décadas sin modificaciones sustantivas. El desgaste por el paso de los años, con los consiguientes relevos generacionales, se ha visto acelerado por el impacto de una crisis económica que la mayoría de la sociedad está encajando con ejemplar estoicismo, pero no de manera pasiva. Vienen tiempos de reajuste y probablemente Catalunya, como ya ha ocurrido en otros momentos de la historia española, esté actuando como avanzada de los cambios necesarios. Se aproxima un ciclo electoral muy azaroso y no todos los relojes marcan el mismo tiempo histórico. Unos van más adelantados que otros y hay momentos en los que su sincronización parece muy difícil.
Por primera vez en su historia contemporánea, España es hoy un país en el que parece erradicada la violencia política. España está en paz y a la vez está en tensión como consecuencia de la incertidumbre económica. Formamos parte de Europa y vivimos en libertad. En consecuencia, toda deliberación pública discurre con muy pocas inhibiciones. El ruido es hoy gratuito. Por ello, hacen falta los moderados. Los partidarios del pacto y de los puentes. Y los moderados deberán alzar la voz, puesto que la moderación es una actitud positiva. La moderación debe afirmarse en Catalunya.
El momento es interesante porque se plantean verdaderos asuntos de fondo. No es verdad que estemos ante un simple estallido emocional, aunque los sentimientos siempre han influido mucho -a veces, demasiado- en la política catalana. Se está discutiendo sobre asuntos de fondo y, a pesar del ruido ambiental, es alentador ver como crecen, en toda España, las opiniones y pronunciamientos favorables a la revisión y reforma del modelo de 1976-80, forjado con gran consenso y también bajo una fuerte presión fáctica que hoy ha dejado de existir. La fuerza de propulsión de aquel momento histórico se está extinguiendo. Hoy en día, más del 70% de los ciudadanos españoles no votaron la Constitución de 1978. Las constituciones no suelen tener cláusulas de revisión generacional, pero en las democracias avanzadas el debate al respecto no resulta tabú. La corriente de opinión favorable a las reformas va creciendo, aunque no todos sus actores digan lo mismo, ni abriguen los mismos objetivos. Y no hay duda de que Catalunya es el desencadenante de esta corriente.
Defendemos el diálogo, pero no somos ilusos. Las posibilidades de entendimiento hoy parecen bloqueadas. Mientras la corriente favorable a las reformas se va ampliando -desde un Partido Popular de Catalunya que aboga por una revisión a fondo del sistema de financiación hasta los sectores socialistas que apuestan, ahora sí, por la superación del desdichado café para todos-, la gama de propuestas es cada vez más amplia. Mecanismos de control objetivo de la solidaridad, federalismo asimétrico, reconocimiento de la singularidad de Catalunya, consulta catalana en el marco de la Constitución, revisión de la Constitución… Estas ideas hoy comienzan a aparecer en los medios de comunicación españoles. Hace cinco años, parecía imposible. ¿Quién ha dicho que nada se mueve? ¿Quién sostiene que el diálogo es imposible?
Paradójicamente, mientras crecen las ideas reformistas, el Gobierno español parece estar hoy más interesado en el choque que en el diálogo; parece preferir el hermetismo a la apertura. Parece que teme a la consolidación de una tercera vía catalana, dispuesta a una negociación real y efectiva. ¿Tiene miedo el Gobierno de España de los moderados catalanes? Esta es hoy la pregunta pertinente. Y no es de recibo el intento de desviar a terceros la solución de un grave problema político. La sociedad civil catalana es plural, también su empresariado, y se ha comportado siempre con sensatez. El Gobierno que reclama la unidad de España como bien primordial no puede apelar a terceros para afrontar una cuestión sustantivamente política que se ha agravado como consecuencia de erróneas decisiones políticas y emocionales sobre las que en su día ya advertimos. El pacto hallará siempre fuertes apoyos en la sociedad civil catalana. Pero la política de ninguna manera puede inhibirse de sus responsabilidades.
Conviene repetir la pregunta. ¿Tiene miedo el Gobierno de España del pluralismo interno de las sociedades catalana y española? ¿Tiene miedo de los moderados catalanes? ¿Tiene miedo del éxito de una tercera vía? La misma pregunta es aplicable al Gobierno de Catalunya y a los partidos que lo apoyan en el Parlament. ¿Tiene miedo el Govern de la Generalitat de los moderados catalanes? Si la respuesta fuese positiva, estaríamos ante un hecho muy preocupante. Nos hallamos inmersos en un proceso político muy complejo, afortunadamente delimitado por nuestra irrenunciable pertenencia a la Unión Europea, cuyos centros de decisión comienzan a estar atentos a lo que ocurre en Catalunya y al debate interno español. Si se confirmase un clima de renovada y sistemática hostilidad del centro político español hacia las posiciones moderadas, la deliberación del asunto catalán adquiriría la máxima urgencia en las instancias europeas. Entretanto, son muchos los catalanes, muchos más de los que pueda parecer, que insistirán y perseverarán en la vía de diálogo que en este momento parece levantar tantas reticencias. Señal inequívoca de que es la buena vía.