La operación para “reconducir” la revuelta popular del Primero de Octubre, puesta en marcha prácticamente al día siguiente, se ha alimentado de relatos falsos y anticuados. Todo ello se ha vendido con un cóctel de mentiras y coñitas, aderezado con buenas dosis de ingenuidad, estupidez e ignorancia. Ahora, para volver al camino correcto y dar continuidad a la lucha por la independencia es necesario, entre otras cosas, revertir el mal causado en el campo de las ideas.
Una de las cosas tóxicas que se ha propagado con nuestro dinero (a través de tertulias subvencionadas y medios concertados) es el rechazo a los símbolos y acciones simbólicas. Quizá había que llegar al punto en que muchos barrios que estaban llenos de esteladas, pancartas o lazos amarillos ya han vuelto a la “normalidad” para tomar conciencia del papel que la simbología juega en cualquier lucha política.
Efectivamente, existe una constante histórica en las sociedades humanas. Y es que el poder se ejerce y representa con simbología de todo tipo. Aún está por inventar la sociedad en la que se ejerza el poder sin símbolos. Si no, ¿cómo se gana y se ejerce el control del territorio? Por eso es tan tóxico el relato que menosprecia el simbolismo. Renegar de los símbolos demuestra nula ambición de poder y una gran ignorancia sobre cómo funciona el mundo.
Durante los momentos de mayor movilización independentista y/o antirrepresiva el unionismo hizo de la retirada de nuestros símbolos de todas partes una prioridad absoluta. Hasta el punto de que por este motivo llegaron a inhabilitar a un president de la Generalitat. Pero también hemos visto a funcionarios del Estado retirando esteladas, lazos o pancartas a cara descubierta. Y la no menos significativa brigada de retirar lazos que organizó la líder del principal grupo del Parlament.
Esta necesidad que tenían de “limpiar” el país de nuestros símbolos debería habernos hecho sospechar que no era una batalla intrascendente. Como decía, ahora que han logrado imponer en parte esta “limpieza” quizá sea más fácil de ver cuál era el objetivo real. Y aquellos que desde el ámbito independentista han colaborado de buena fe (que no es todo el mundo) deberían reflexionar un poco. Todo lo que decían sobre la neutralidad del espacio público era, eufemísticamente, otra expresión de la lucha por someternos políticamente.
En efecto, la batalla por poner, quitar o mantener símbolos en el espacio público era una manifestación inequívoca del carácter de territorio en disputa que tenía la Cataluña pre y post 1-O. Quitar o dejar que quiten estos símbolos es una expresión más de la desmovilización de muchos y la rendición de algunos. Es, en definitiva, la prueba de que en estos momentos no estamos disputando el poder ni el control del territorio al Estado.
Para entendernos, si mañana el país volviera a despertarse lleno de esteladas como hace unos años, ¿cuál sería el efecto político? ¿Cuál sería el efecto psicológico en todos los independentistas desanimados, desengañados, asustados o cabreados? ¿Cuál sería el efecto en los unionistas que se sienten ganadores de todas las batallas que les hemos planteado? ¿Cuál sería el impacto en el turismo y la opinión pública internacional?
La respuesta a estas preguntas, de tan evidente que es, debería hacernos reflexionar y reaccionar. No se trata de ponernos a colgar esteladas u otros símbolos compulsivamente antes de tener un plan digno de tal nombre. Se trata de entender cómo nos han desactivado, desempoderado y desmovilizado. Y sobre todo se trata de ser conscientes de que hacer la independencia es, en definitiva, conquistar el poder en un territorio y que el poder va intrínsecamente ligado a luchas simbólicas.
Durante los últimos años los activistas hemos ido viendo cómo se desmovilizaba al país de forma consciente y deliberada. Paralelamente, se ha ido extendiendo la idea de que nada que no sea activar inmediatamente la declaración de independencia merece nuestro esfuerzo. Quizá sea hora de interiorizar que todo lo que hicimos desde el principio del proceso de independencia tenía un sentido y una utilidad. Los errores, si acaso, no están en la lista de cosas que hemos hecho sino en la de las que no hicimos.
EL MÓN