Independientemente del final de esta historia (final feliz para los tripulantes, y felicísimo para los piratas) del atunero vasco en las costas de Somalia, historia que ha servido para exhibir impúdicamente, entre otras cosas, la ineptitud ejemplar de los responsables militares, judiciales y políticos del gran Reino de España, los hechos han mostrado la persistencia, en tiempos tan modernos como el nuestro, de uno de los fenómenos más antiguos de la navegación y el comercio. En efecto, la piratería, el asalto a las naves y a los navegantes con intenciones de secuestro o de rapiña, es una de las profesiones más viejas de la humanidad. Tanto como la prostitución, que según dicen, pero yo no estoy tan seguro, es una profesión fundacional en la historia de los gremios. La piratería sí que lo es, sin duda, al menos desde que una parte de la humanidad empezó a viajar y comerciar atravesando, como dice Homero, el oscuro azul de la mar, o de color de vino. Ya a principios de
Y recuerda, como prueba, unos versos del padre Homero, donde los navegantes, cuando encuentran un barco, preguntan a los tripulantes si son piratas. Cómo queriendo decir que era una actividad habitual, y no sólo propia de malhechores despreciables. En el Canto III de
Los versos y Tucídides muestran que la historia es así, antigua, compleja y repetida, y que el Mediterráneo ha sido a lo largo de los siglos infestado por piratas, gran problema que Pompeyo y César intentaron resolver de manera brutal y expeditiva, con campañas largas y terribles donde no ahorraban ni fuerzas ni contundencia en la represión: se jugaban las rutas comerciales del imperio. La abundancia de piratas era general durante
También en el Atlántico, y en el Caribe, y en el mar de
En cuanto a la imagen romántica en poesías y en novelas populares, también hace tiempo que circula, con formas y expresiones siempre atractivas para lectores y espectadores. De los piratas caribeños, ya se sabe, se hacen películas donde aparecen indefectiblemente generosos, inteligentes, violentos y valientes, amorosos, enemigos de las autoridades siempre malas y crueles. Son personajes heroicos, fascinantes, libres, feroces pero en el fondo muy humanos, y que despiertan más admiración y fascinación que repugnancia por el trabajo que hacen. Esto también es muy antiguo, y yo en la escuela ya aprendía aquello de «Bajel pirata que llaman / por su bravura el temido, / en todo el mar conocido / del uno al otro confín» que es uno de los pocos poemas que recuerdo enteros. El capitán pirata de los versitos románticos, por cierto, era muy mediterráneo, puesto que, cantando alegre en la popa, veía «Asia a un lado, al otro Europa /, y allá a su frente Estambul».
Todo esto está muy bien, y es muy bonito, pero estos piratas de Somalia, si es que podemos llamarlos piratas y no mano de obra de una empresa de exacciones violentas, como un tipo de mafia de la mar, me da la impresión de que no son nada literarios, ni clásicos, ni cinematográficos: son efecto de la autodestrucción de un Estado, y parte de un negocio multinacional, también dirigido por hombres importantes y honorables, instalados en el litoral, como los de Tucídides, y operante desde oficinas remotas. Y el modo de tratarlos exige unas habilidades y una inteligencia que, en el supuesto que mencionaba al principio -y que tantas semanas ha ocupado a la prensa española-, han resultado perfectamente invisibles, inexistentes, ausentes. Quizás por no saber historia, o por no recordarla.
Noticia publicada en el diario AVUI, página 22. Sábado, 28 de noviembre del 2009