Esta última semana ha tenido lugar, en Madrid, el debate sobre el «estado de la nación», de la que es propietaria en exclusiva de su Estado: el español. Han intervenido todos los grupos, y, como siempre, se ha oído lo de siempre. Hace más de un siglo que siempre se dice lo mismo y, por supuesto, nada hace pensar que pueda escucharse otra cosa.
Durante cien años, el catalanismo político, conservador o progresista, ha manifestado su voluntad de colaborar en la política española, aportando europeísmo, modernidad, pragmatismo, cultura democrática, interés por el tejido productivo y el dinamismo económico, así como respeto por la diversidad lingüística, cultural y nacional. Pero sólo ha recibido represión física y legal, expolio económico, inversión pública vergonzosa, desprecio por la cultura nacional y minorización permanente de la lengua por parte de la estructura administrativa, judicial, policial y militar del Estado.
Lluís Companys, jefe de la minoría parlamentaria catalana en el Congreso, en 1931, fue fusilado nueve años después por el gobierno de un Estado al que él intentó hacer aportaciones positivas y del que fue ministro. Las tentativas de la izquierda catalana, de corte federalista, han sido todas un fracaso, ya que en España no hay federales, más allá de la coartada retórica federal, incapaz de federalizar nada cuando gobierna: ni dos vagones de tren, un pedazo de aeropuerto, cien metros de vía o media docena de guardias civiles, aunque sea de paisano y sin tricornio. El federalismo requiere tradición federal, cultura federal y voluntad federal y, en España, nunca han existido.
España es un negocio para la minoría que, en Madrid, se ha quedado el Estado y lo ha hecho de acuerdo con sus intereses, que lo chupa todo y que vive del nacionalismo español y de la catalanofobia como elemento de cohesión, donde el marco legal y la práctica jurídica se basan en la «unidad de España” y no, como en los países democráticos, en la defensa de las libertades básicas y los derechos fundamentales. Un Estado donde se falsean pruebas, los jueces hacen política y parte del poder nada en la corrupción, desde el nacionalsocialismo hasta el socialnacionalismo: casa real, políticos, empresarios, escritores, periodistas, deportistas, tertulianos, militares, jueces, policías, espías, conferencia episcopal y todo el lumpen del mundo de los toros, amantes de famosos, cantantes que desafinan, personajes musculados y telebasura, con el grupo de subordinados que le ríen las gracias a España y a las naciones periféricas de la península, porque los ‘botiflers’ (traidores) siempre han hecho negocio con la dependencia nacional. Y la minoría privilegiada mantiene parte de la sociedad española en el subdesarrollo económico, tecnológico, cultural y democrático, mientras hace volar la “rojigualda” como anestesia efectiva. Ninguno de los intentos catalanes por modificar la situación y buscar una posición menos incómoda en el interior del Estado, lo ha logrado nunca. Todas las propuestas de Estatuto de Autonomía surgidas aquí (1918, 1931, 1978 y 2006) han sido desfiguradas, mientras el artículo 145 de la constitución impide federarse a Cataluña, al País Valenciano y a las Baleares: la única vez que en toda la constitución se habla de federalismo es, justamente, para prohibirlo.
Solo votando nunca llegaremos a la soberanía. Necesitamos una mínima estrategia nacional-popular de acción unitaria, parlamentaria, antirrepresiva, internacional, acompañada de gestos masivos de desobediencia civil, de miles de microacciones coordinadas, de una voluntad clara de lucha hasta la victoria y, ahora ya empieza en ser hora, enseñar los dientes, de lo contrario nunca nadie creerá que un día seamos capaces de morder. Se dialoga con los amigos, en un marco de comodidad y confianza, pero sólo se negocia con los enemigos o adversarios, en conversaciones donde se acude no para hablar del tiempo, sino con elementos suficientes sobre la mesa para obligarlos a negociar en serio: una cosa a cambio de la otra. Y, ¿qué fuerza tenemos ahora? De otro modo, los próximos cien años, todo será como siempre y continuaremos picando en hierro frío. Si a los 100 años de la fundación de Estat Català, volviera Macià, quizás nos espetaría: pero, ¿todavía estamos así?
EL PUNT-AVUI