¿Pero todavía hay catalanes?

Desde 1714 Cataluña es un país ocupado. O desde 1707, si se acepta la denominación ‘Cataluña grande’, arrinconada por el concepto de Països Catalans que empezó Joan Fuster para contrarrestar la disgregación espiritual de unos territorios que un día fueron efectivamente catalanes. Quien encuentre descabellado hablar de ocupación es porque toma el éxito de la asimilación como referente de una historia fijada para siempre. Y sí, es un hecho que Cataluña ha sido asimilada en gran medida. Lo ha sido sobre todo la ‘Cataluña grande’, hipérbole de una realidad sociocultural debilitada y hoy políticamente inexistente. Sin embargo la asimilación no es homogénea. Es más aparente en algunas partes de los “países” que, a pesar de un rechazo a menudo violento, algunos insisten en llamarlos “catalanes”. El rechazo no es sólo una secuela de la conquista repetida de estas tierras, sino el síntoma de una descomposición que viene de más lejos. Pues la catalanidad no es tan sólo una herida en el cuerpo de la nación española; es también el “mal” que aqueja al pueblo que, según dicen, se extiende de Salses a Guardamar. Pueblo sin embargo difícil de reconciliar consigo mismo, pues traspasando el Ebro prefiere identificarse con los topónimos, acariciando rancios orgullos, nutriendo viejos rencores y disputándose por anacrónicas preeminencias de cuando las ciudades eran reinos y las naciones cofradías universitarias, como las ‘theme houses’ que mantienen su recuerdo en los campus contemporáneos.

Fuster se encaraba con una nación disgregada. Consciente de que la casa no se podía empezar por el tejado, se esforzó por poner sus cimientos con los únicos materiales que tenía a su alcance, encajándolos como podía, como un ‘bricoleur’ de la nacionalidad y no un arquitecto del Estado como Richelieu, Felipe V o Bismarck. El bricolaje es el método de los aficionados, de quienes intentan modelar la nación sin disponer de las herramientas del poder. También fue ‘bricoleur’ Prat de la Riba, con efectos más sólidos que Fuster. Basta con prestar atención a que la nacionalidad, que Prat empleó como sinónimo de nación sin Estado, fue consagrada en la constitución del 78, después de haber sido perseguida durante buena parte del siglo XX. Al concepto de nacionalidad se vinculó explícitamente la recuperación del régimen autonómico en el texto constitucional, sin embargo desvirtuado por la ambigüedad de unas “nacionalidades y regiones” no identificadas. Pero no cabe duda de que la arquitectura del estado de las autonomías fue consecuencia del bricolaje pratiano.

El bricolaje sirve para encarar trabajos pequeños como componer muebles y porcelanas agrietadas, montar pequeñas estructuras y organizar el espacio doméstico, pero no sirve para edificar estados de nueva planta. A diferencia de la ingeniería política, capaz de levantar estructuras centenarias, el trabajo del ‘bricoleur’ debe renovarse continuamente para mantener los resultados conseguidos. Con el tiempo incluso el hecho diferencial, piedra de toque de la nacionalidad según Prat, ha perdido relieve y se ha vuelto indefinido. Catalanes, valencianos y mallorquines son cada vez más indiscernibles de los «otros catalanes», eufemismo con el que Paco Candel designó a los españoles trasladados a tierras catalanas en los años sesenta del siglo pasado. Candel estaba convencido de que esa gente se encontraba en un estadio de integración asegurada. El tiempo le ha dado la razón sólo parcialmente, porque si bien muchos inmigrantes de aquellas hornadas asumieron el deber del inmigrante y transitaron decididamente hacia la catalanidad, otros colonizaron los lugares donde se establecieron, desvirtuando su carácter hasta a hacerlo extraño a los autóctonos. Desde la publicación de su libro se impuso la frivolidad de calificar de catalán a cualquiera que ponga los pies en el país, independientemente del tiempo de residencia y del grado de integración. En los años ochenta Candel remachó el error desplegando el concepto de unos “nuevos otros catalanes”. Muy influyente en la mentalidad de un país sin herramientas eficientes de integración y acostumbrado a jugar a la defensiva, Candel dejó una herencia ideológica por ahora inatacable, que impide concretar el ideal fusteriano de un solo pueblo con un mínimo de grosor empírico.

La manipulación de la alteridad por todos los partidos del arco parlamentario catalán ha acabado reduciendo al absurdo la idea de nacionalidad. La alteridad idealizada ha hecho añicos no ya la posibilidad de construir la nación, sino incluso de articular la idea de Països Catalans con alguna eficacia. Idea sin igual en los estados confederales que inspiraban a Valentí Almirall y los republicanos del siglo XIX, o en los clusters de tipo regional como los países escandinavos o los bálticos. Ni siquiera tiene correlación alguna con las antiguas asociaciones de ciudades como la Liga Hanseática. Fuster no podía reconocer esto sin dañar la intención confesada de revertir la decadencia y proyectar un futuro de cooperación política y convergencia cultural entre las tierras que un día compartieron la lengua áulica y popular. Desgraciadamente, el hecho diferencial de los países catalanes respecto de los países federados u otra asociados es representar en el siglo XXI las ruinas de un Estado que se estancó en la fase formativa y declinó cuando en toda Europa las monarquías combatían la disgregación feudal y se preparaban para fundar las naciones modernas. Desde el Renacimiento que Cataluña, o los Países Catalanes, si insisten en la denominación de compromiso, van tirando, sobreviviendo en tanto que rareza política, como pueden serlo Andorra o Liechtenstein, pero con el maleficio de pertenecer a un Estado que, como Dios, estrangula pero nunca ahoga del todo, porque necesita catalanes, valencianos y mallorquines trabajando para las glorias barrocas de la corte española.

A esta supervivencia en el limbo de la Europa contemporánea, algunas personas lo llaman un milagro. Y lo es, si se compara con los tropezones de la desaparición de otros pueblos absorbidos por los estados nacionales. De esta “mala salud de hierro” se puede realizar una lectura eufórica y derivar la certeza de infinitos retornos. Para los optimistas siempre será bueno el dicho de Francesc Pujols que «el pensamiento catalán rebrota siempre y sobrevive a sus ilusos enterradores». La frase pinta bien, pero se vuelve absurda cuando se pregunta si este pensamiento de carácter nacional no presupone un sujeto colectivo, es decir una comunidad lingüística y social. Porque el pensamiento no es ninguna entidad autosuficiente. Bien entendida, la frase resulta de un candor conmovedor, pues no expresa más que la esperanza de que Cataluña disponga de un futuro más holgado que los dos estados que actualmente se la reparten. La afirmación, pues, tiene la misma profundidad fiduciaria que aquella otra de Verdaguer sobre el monumento de Dios: “La tormenta, la ventisca, el odio y la guerra en el Canigó no lo echarán al suelo”. Rousseau, por el contrario, ya había advertido en el ‘Émile’ que lo que ha hecho el hombre, el hombre puede destruirlo.

También se puede hacer una lectura más serena -que algunos tildaránc de catastrofista- de la supervivencia en condiciones muy inclementes, recordando que la salvación pasada no es garantía alguna de indemnidad en el futuro y que cualquier juicio histórico debe someterse a la prueba de la evidencia. Dicho de otra forma: el deseo es un factor en historia, pero no es el único factor de la historia. La resistencia pasiva, que permitió a los catalanes transitar las décadas más tétricas del franquismo descendiendo al fondo del sueño, que decía Espriu, y esperando con fe y paciencia ‘un alzamiento de luz en la tiniebla’, fue eficaz en 1965, cuando Espriu publicó el poema. En la primera mitad de los años sesenta la mayoría de la población todavía era culturalmente catalana y esto permitía rehuir la realidad impuesta refugiándose en el sueño de una Cataluña que volvería a salir a la luz del día.

Pero hoy, con cada vez menos jóvenes con ‘labios abiertos’ para hablar la lengua del sueño, es temerario entregarse a la pasividad creyendo poder pervivir en estado de latencia. Convertida en una yerma designación administrativa, la catalanidad ya no reúne a muchos fieles en el templo del espíritu. Por el contrario, los dispersa, exponiéndolos a incitaciones irreconciliables que esconden un enfermizo impulso de autodestrucción. Entendida en estos términos tan esquemáticos como vacíos de sentido, la «nueva catalanidad» que promueven los partidos no sólo bloquea el camino hacia la independencia, sino que impide preservar un bien más esencial, que Prat e incluso Espriu todavía podían creer asegurado. Este bien era la convicción de una catalanidad inquebrantable, esto es, de una continuidad histórica proyectada hacia el futuro, una voluntad de ser que debía preservarse como el fuego que durante siglos nunca se apagaba en los hogares, a fin de que los descendientes encontraran calor.

En la primera mitad de los años sesenta la mayoría de la población todavía era culturalmente catalana y esto permitía rehuir la realidad impuesta, refugiándose en el sueño de una Cataluña que volvería a salir a la luz del día.

(*) Los textos citados por Joan Ramon Resina proceden del poema «Inici del cntic`» de Salvador Espriú.

Un poema que Salvador Espriu escribio en 1964
Como homenaje a Joan Salvat-Papasseit
El titulo es Inici de cantic en el temple
Inicio de cantico en el templo
Ahora decid
Florece la retama doquiera por los campos
Hay rojo de Amapolas
Comenzad a segar con hoces nuevas al trigo ya maduro
Con el las malas yerbas
A los jovenes labios que se abrieron despues de la tiniebla
Si supierais cuanto ha tardado el alba
Cuan largo es esperar que se eleve la luz entre lo oscuro
Mas nosotros viviamos para poder salvaros las palabras
Para daros de nuevo el nombre de las cosas
Y para que siguierais por el recto camino
Que conduce hacia el pleno dominio de la tierra
Miramos a lo lejos del desierto
Descendimos al fondo de los sueños
Las cisternas sin agua son ya cima subidas por peldaños de horas lentas
Ahora decid escuchamos las voces del viento
Por el alto mar de espigas
Ahora decid
Nos mantendremos fieles para siempre al servicio de este pueblo
Ara digueu: «La ginesta floreix
Arreu als camps hi ha vermell de roselles
Amb nova falç comencem a segar
El blat madur i amb ell, les males herbes
Ah, joves llavis desclosos després
De la foscor, si sabíeu com l’alba
Ens ha trigat, com és llarg d’esperar
Un alçament de llum en la tenebra!
Però hem viscut per salvar-vos els mots
Per retornar-vos el nom de cada cosa
Perquè seguíssiu el recte camí
D’accés al ple domini de la terra
Vàrem mirar ben al lluny del desert
Davallàvem al fons del nostre somni
Cisternes seques esdevenen cims
Pujats per esglaons de lentes hores
Ara digueu: «Nosaltes escoltem
Les veus del vent per l’alta mar d’espigues
Ara digueu: «Ens mantindrem fidels
Per sempre més al servei d’aquest poble
Ara digueu: «Ens mantindrem fidels
Per sempre més al servei d’aquest poble
Ara digueu: «Ens mantindrem fidels
Per sempre més al servei d’aquest poble
Ara digueu, Ara digueu, Ara digueu
Fuente: Musixmatch
Autores de la canción: Ramon Pelegero Sanchis / Salvador Espriu Castello

Música de Raimon: https://www.youtube.com/watch?v=sg4u2Bprriw

VILAWEB