Algo más de 130 años después del descubrimiento de Thomas Edison de la bombilla eléctrica que hiciera posible la luz artificial, podemos decir con vergüenza, que casi una cuarta parte de la humanidad todavía carece de electricidad. Éste es también un tema importante a considerar durante las conversaciones sobre el clima que, durante estos días, se están celebrando con ocasión de la Cumbre de Copenhague sobre el Cambio Climático.
Quizás no seamos muy conscientes de ello, pero todavía existen vastas regiones del mundo que, además de no tener acceso a la electricidad, tampoco tienen acceso a algunos combustibles fósiles como el gas natural, el queroseno o el propano. En estos países, la principal fuente de energía, sobre todo, es la madera o el carbón vegetal.
El cambio a fuentes de energía que sean más eficientes y menos perjudiciales para la salud humana es un requisito previo para sacar a miles de millones de personas de la pobreza. Una tarea que los países desarrollados se comprometieron a hacer pero que están todavía muy lejos de haber cumplido. La mayoría ni siquiera lo han intentado. Sus compromisos fueron palabras huecas. De las muchas que se acostumbran a decir en estos tiempos.
Por otra parte, a partir de los datos que público, hace un mes, la Agencia Internacional de la Energía en su último informe ‘World Energy Outlook 2009’, el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas dio a conocer su propia compilación de datos sobre el acceso a la energía, dándole un particular enfoque a los países en vías de desarrollo. Las estadísticas presentan un panorama sombrío.
Se estima que el 79% de las personas que habitan en el Tercer Mundo —los 50 países más pobres— no tienen acceso a la electricidad, a pesar de décadas de trabajo de desarrollo internacional. El número total de personas sin energía eléctrica se estima en alrededor de 1.500 millones de habitantes, o lo es lo mismo, un cuarto de la población mundial. La mayoría de ella concentrada en África y Asia meridional.
Estos 1.500 millones de personas sin acceso a la electricidad representa una mejora respecto a los datos de años anteriores. Sin embargo, ello no se ha debido a ningún esfuerzo concertado para ampliar las conexiones de energía. Más bien, es una consecuencia de los movimientos migratorios hacia las ciudades que han dado origen a una rápida urbanización.
La cantidad de electricidad que se consume en un día en todos los países del África subsahariana —exceptuando a Sudáfrica— es casi igual a la que se consume, también en un día, en la ciudad de Nueva York. Se trata pues de un indicador muy significativo que nos ilustra sobre la enorme brecha que se ha producido en lo referente al uso de la electricidad en el mundo.
Sin duda, donde el problema se presenta de una forma más aguda es en el África subsahariana. En dicha región, son varios los países enteros que no están electrificados. En once países, todos situados en África, más del 90% de la población no tiene electricidad. En seis de ellos —Burundi, Chad, República Centroafricana, Liberia, Rwanda y Sierra Leona— tan sólo un 3-5% de la población tiene acceso a la energía eléctrica.
En catorce países de todo el mundo, menos del 10% de las personas tienen la opción de utilizar combustibles modernos para cocinar, lo que alivia algo el fuerte consumo de madera de las zonas rurales. En total, unos 2.500 millones de personas en el mundo subsisten gracias a la madera o al carbón. Una cifra lo suficientemente alta como para que no sea ignorada en las conversaciones sobre el clima.
Podríamos decir que ana cuarta parte de la población mundial está desconectada de los debates sobre la energía limpia porque su realidad es mucho más básica y elemental. Para subsistir deben llevar pesadas cargas de agua sobre sus espaldas porque no tienen otro medio de transporte. Cocinan con leña que extraen de sus cada vez más deteriorados bosques, lo que hace que aumente la erosión de sus tierras más fértiles.
Es cierto que bastantes países lograron la electrificación masiva de sus vastos territorios sólo por medio de esfuerzos a gran escala. Dichos esfuerzos los realizaron los gobiernos centrales para potenciar la electrificación rural, tal como ocurrió, en la década de 1930, en Estados Unidos, y más recientemente, como ha ocurrido en China. Sin embargo, los expertos consideran que este modelo no es adecuado para África, porque los gobiernos centrales no tienen el dinero suficiente como para hacerlo realidad.
La ironía más sarcástica de todo ello es que, para bastantes asistentes que acuden a la Cumbre de Copenhague estos días, el hecho de que haya 1.500 millones de personas sin acceso a la electricidad es una buena noticia ya que con ello se impide que se expulse a la atmósfera un mayor volumen de gases de efecto invernadero.
Sin embargo, otra parte de los asistentes rechaza de plano este cínico razonamiento. Insisten en que el acceso a la electricidad, por parte de este sector de la población mundial, incluso en el caso de que mayoritariamente las fuentes de energía fueran debidas a los combustibles fósiles, tendría un efecto minúsculo sobre el calentamiento global, ya que las emisiones de CO2, a nivel mundial, tan sólo aumentarían en un 0,9%.