La pérdida por parte del independentismo de la capacidad de explicar la situación política actual ha hecho que se den por buenas las interpretaciones del adversario. Y entre las jaculatorias más repetidas y menos discutidas hay tres que determinan gravemente las actuales estrategias de las organizaciones políticas y sociales. Una, que el independentismo no tiene mayoría social. Dos, que se equivocó al tomar decisiones unilaterales. Y tres, que engañó a los mismos independentistas.
Si alguien aún no había entendido lo que significa que la historia la escriben los vencedores, ahora lo puede comprobar en directo. Y aunque en mi opinión el actual relato no será el definitivo, duele ver la escasa resistencia que merece entre los que son sus víctimas. Repasemos cada una de estas interpretaciones a priori. En primer lugar, la estricta verdad es que no sabemos cuál es el apoyo democrático que tiene la independencia. Cuando más nos hemos acercado, el 1-O, se votó bajo amenaza y violencia. Y en el caso de las últimas elecciones parlamentarias del 21-D, todo el mundo sabe que aquel espléndido 48% se obtuvo a pesar del carácter ilegítimo de la convocatoria; las condiciones adversas de participación de los partidos represaliados; con el árbitro comprado; exasperando falsos temores entre la población hasta entonces políticamente indiferente, y con muchos votos republicanos perdidos en partidos ideológicamente ambiguos. Hasta que no haya un referéndum sin coacciones, no sabremos qué mayoría tiene cada uno. Y si se quiere intuir la respuesta con una encuesta, sugiero una pregunta que es la única democráticamente decente: «¿Qué votaría en un referéndum de autodeterminación si supiera que se respetaría el resultado sin represalias por parte del Estado español ni de la Unión Europea?»
La segunda idea que se ha impuesto es la de la unilateralidad, que implica aceptar acríticamente un marco mental español. Desde una perspectiva estrictamente catalana, haber sometido una decisión política a referéndum y actuar en consecuencia no tiene nada de unilateral. De hecho, la primera y principal unilateralidad es la del Estado al no aceptar un referéndum pactado, aplicando el 155, y ahora vetando a los candidatos a la presidencia que legítimamente tienen mayoría parlamentaria. Finalmente, es inaceptable que se trate de estúpidos a quienes confiaban en un mayor comportamiento democrático por parte de España y de Europa. Después de todo, estamos donde estamos por los sucesivos engaños -ahora sí- del Estado: que sin violencia se podía hablar de todo; que era posible una España federal; que se respetaban las convenciones de derechos civiles y políticos… Alguien ha dicho que la independencia había sido una puerta pintada en una pared. No: es la autonomía lo que era un horizonte abierto pintado en el techo de una celda cerrada.
Independentismo ahora acomplejado, que incluso esconde el nombre bajo las faldas de una República que lo presupone, se ha tragado estas tres falsedades. Cobardemente, «reconoce» que quizá sí que engañó un poco, en lugar de recordar las mentiras de donde se escapaba. También dice que «renuncia» a una unilateralidad, delatando su renuncia al autocentramiento. Y en lugar de hacer frente al brutal desafío del Estado, cambia de tema sugiriendo que hay que esperar a una mayoría que, en las condiciones de coacción actuales, no llegará nunca por mucho que se vaya a hacer la pelota a comunes y PSC, y que si lo que busca es la reconciliación interna, tal vez debería empezar por C’s.
La primera victoria necesaria para recuperar la iniciativa por el derecho a la autodeterminación es la del relato, que es lo que permitiría salir del pedregal.
ARA