La celebración, este año, de los ciento cincuenta años de la unidad italiana, el momento más glorioso del Risorgimento, está encontrando dificultades muy serias, entre la indiferencia y en algunos casos la hostilidad, al menos en una tercera parte del territorio, las regiones del valle del Po. Esto fue que Cavour y el rey del Piamonte pensaron que convendría hacer un Reino de Italia tal y como tocaba (Napoleón había dicho que Italia era sólo una expresión geográfica), los burgueses lombardos dijeron que por ellos encantados de la vida, y con la ayuda de Francia, de Garibaldi y de las óperas de Verdi (Vittorio Emmanuele Re De ITalía: VERDI), hicieron efectivamente un reino nuevo. El príncipe de Salina, bailando con Claudia Cardinale, descubrió también que había que ser modernos, incluso en Sicilia. Entonces dijo Massimo d’Azeglio, sucesor del gran Cavour: «Ya hemos hecho Italia, ahora tenemos que hacer italianos». Y pasado un siglo y medio, aún no los han acabado de hacer. No por falta de patriotismo encendido , de Bersaglieri desfilando, de monumentos, de Mussolini, de partigiani y de todo lo necesario, incluida una I Guerra Mundial como gran guerra patriótica.
Pero no lo han hecho del todo, y la Italia del norte camina con un paso, la del sur con otro, y Roma ni de una manera ni de otra: no camina. La Italia del Po funciona como Holanda o como Baviera, o eso creen. Y el antiguo reino de Nápoles y Sicilia funciona como si fuera el antiguo reino de Nápoles y Sicilia. Entonces, en el Norte, los comerciantes, los obreros, los pequeños empresarios, las secretarias, los diseñadores y los empleados de Benetton y de Olivetti, se ponen una túnica de guerrero medieval y acuden en masa a escuchar las soflames del condottiero Umberto Bossi. El escudo y emblema de la Lega es, en efecto, un guerrero con escudo y espada, y el partido es conocido como Il Carroccio, que era el carro de guerra de los municipios lombardos, con campana y altar.
Alerta: son las regiones de industria más moderna y más próspera, el pueblo cultísimo y rico, el país de la electrónica y de la moda, son irónicos e inteligentes, están llenos de museos y van muchísimo a la ópera. Y llega Bossi, uno don nadie, un saltamontes tocado de genio político, saca la espada y el escudo, recuerda batallas medievales, habla de dinero y de finanzas, y en pocos años pasa de hacer reír a proclamar el nuevo país o patria de la Padania, el país del Po. Esto es Europa occidental. Como si en las regiones del valle del Rin anunciaran la secesión de la Renania, como si de Lyon a Marsella amenazaran con crear el país de la Rodania, como si desde Cataluña, Aragón y La Rioja proclamaran la Iberia (del Ebro: ¡pero aquí nos han robado hasta el nombre!). Ya sé que los italianos tienen un sentido de la escenografía muy desarrollado, y que los números que organiza Bossi son irrepetibles: ¿quién saldría aquí en la calle con espada y escudo? Bossi es un poco loco, pero no del todo. Un poco silvestre y primario, pero no tanto que no colabore con Berlusconi y la Italianisima Forza Italia, ahora Popolo della Libertà, incluyendo al superpatriota italiano Gianfranco Fini, cuando le conviene gobernar ciudades y consejos regionales.
El proyecto, la fantasía, no tenía ni nombre, y se lo inventaron: Padania. No es que sea la primera vez que un proyecto de país no tiene nombre y se lo inventan: desde Bolivia hasta Euskadi, y alguna docena más. Pero es la primera vez que en Europa -y esto de Europa es importante: debería ser una garantía- una idea de país, además de no tener nombre, no tiene ni historia, ni pueblo o etnia, ni lengua ni cultura, ni tradición, ni territorio definido, ni ninguna de esas cosas que suelen formar la base o materia para la existencia de una nación. O de un movimiento nacional, proyecto de nación, o reclamación de soberanía. Será por eso que nunca le he tenido gran simpatía al señor Bossi. Bueno, quizás sí que le tenía un poco hace muchos años, cuando dirigía sólo la Liga Lombarda, y le daba un aire de folklore sensato y de reivindicación autonomista o federal más sensata aún. Después la Liga Lombarda se llamó Liga Norte, y eso ya es bien revelador: de Génova a Venecia, o de Ferrara a Milán, el único factor común era ser del norte. Una condición accidental, pero que todo el mundo entendía: el norte es trabajador, el sur es ineficaz (por no decir cosas peores), el norte paga y el sur cobra, el norte es el corazón de Europa, el sur es medio africano o no se sabe qué, y el norte está de todo hasta la coronilla. Y además el Estado, que es Roma y un poco de mafia, no funciona. Por lo tanto el norte reclama una reforma sustancial de todo el insoportable montaje.
Ahora bien, las exigencias de reforma del Estado son una cosa, y la existencia de una nación es completamente otra. Cuando Bossi y sus ideólogos más apasionados se inventaron la Padania, sabían perfectamente que estaban haciendo eso: un invento. Debían conocer la historia de Italia, y por tanto no ignoraban lo que sabe todo el mundo: que el Norte es el norte, y poco más. Que nunca ha tenido la más remota forma de unidad política, que no es un territorio definido desde ningún punto de vista (la Padania es el valle del Po: pero también es Liguria, ¿y Toscana, y Umbria y las Marcas?, ¿y por qué debería serlo?), que no tiene una lengua común que no sea el italiano formal sobre un conjunto de dialectos distantes y dispersos, que no ha tenido ninguna unidad cultural, y que nadie nunca ha dicho que fuera padano. No ignoran, supongo, que de ahí salieron precisamente… la unidad de Italia y el más directo, combativo y eficaz nacionalismo italiano. Italia, en definitiva, el moderno Estado italiano, es obra de gente del norte. No ignoran nada de eso, y sin embargo se han decidido a inventarse un país. Un país fruto de la frustración ante el bloqueo de las reformas necesarias, de la desesperante ineficacia romana, y de la sensación de ser víctimas de una maquinaria sin reparación posible.
Pero con estas sensaciones no se construyen pueblos ni naciones, ni se proyectan independencias. La nación y el nacionalismo, para bien y para mal, son cosas mucho más serias. Y querer proclamar un futuro estado de Padania sin nación padana puede llegar a producir los lamentables ritos fluviales que oficiaba hace algunos años el gran sacerdote Umberto Bossi (con algunos acompañantes de nuestra casa que deberían haber tenido más cultura política y saber un poco más de historia). Y Umberto Bossi, después, se ha convertido en un tipo menudo bárbaramente histriónico, grotescamente xenófobo, y actualmente perfectamente impresentable. Hace pocas semanas, en este mismo diario, un buen señor, doctor en historia, aseguraba que «Antes se tendía a buscar un Kennedy catalán [¿?]. Ahora el referente no es el Quebec ni Escocia, es el norte de Italia, la Liga Norte.». Que Santa Lucía le mejore la vista.