¿Pactar en Madrid? La realidad ha tumbado el principio de realidad

De la partición del independentismo en 2017 emergieron dos corrientes contradictorias: la unilateralista y la pactista. Redefinir el proceso no era simple, y menos en nuestro caso, donde todo se complica con una cruenta batalla por la hegemonía administrativa y depende de un sistema intelectual y mediático que funciona a la búlgara -el partido no es la expresión práctica y de acción de un análisis honrado sobre la sociedad, sino que el discurso público, el análisis, tiene la función de apuntalar ‘a posteriori’ la voluntad del partido.

Todo ello origina una niebla espesa en la que hace dos años y medio largos que vivimos. Sin embargo, con el paso del tiempo la realidad se impone sobre el voluntarismo ideológico y llega un día en que un rayo estalla y disipa las dudas. Parece que ayer pasó esto con la ruptura del pacto que llamaban de legislatura, que había hecho pivotar alrededor del PSOE no sólo a Podemos sino también a partidos como ERC, Compromis o Bildu. La humillación de Bildu ya en la madrugada de hoy es especialmente significativa. No se puede hacer el ridículo de una manera mayor.

Ayer la vía que una parte del independentismo había teorizado como una vía de diálogo con la izquierda española se topó con la realidad. Pedro Sánchez es un caradura de una dimensión tan excepcional que nadie puede asegurar que mañana no cambie de opinión, si le conviene. Pero parece, parece, que ya no queda margen. Visto lo que vivimos ayer, la vía de entenderse con las izquierdas españolas, de buscar un camino hacia la independencia que sea moderado, sin prisa, que evite a toda costa el enfrentamiento y busque complicidades en Madrid se estrelló contra la pared. El discurso de Gabriel Rufián, uno de los que, junto con Oriol Junqueras, más ha hecho por encontrar y dar forma a este posible encaje, fue claro. Pedro Sánchez ha elegido, y ha elegido Ciudadanos, la unidad de España, la represión y el acuerdo con la derecha, es decir, todo aquello donde el PSOE se encuentra cómodo. Fin de trayecto.

Con ello se cuestiona el complicado concepto freudiano que llamamos ‘principio de realidad’, concepto que había sido invocado hasta ahora como la enseña de esta decisión en favor del diálogo -aunque yo siempre he dudado si quienes utilizaban este término eran conscientes del significado original, pues el principio de realidad se enfrenta al de placer de manera manifiestamente represora y yo no logro ver que esto sea un programa estimulante…

Disquisiciones conceptuales aparte, la realidad -no el principio de realidad sino la realidad- parece que ha aparecido finalmente. En Madrid no hay nadie de fiar con quien pactar y España es, a efectos de los catalanes, simplemente un imposible. Irse tiene precio, claro. Ya lo vamos pagando quedándonos con ellos. Pero quedarse ya sabemos que no lleva ni llevará a ninguna parte. No hay manera. En poco más de cuatro meses Sánchez lo ha dejado muy claro -todo un récord-.

Por lo tanto, la cuestión es: ¿y ahora qué? Lo que pasó ayer en el congreso español certifica el final de la vía pactista, pero esto, a pesar de ser mucho, no es suficiente. Porque una parte del independentismo institucional ha mantenido solamente el eslogan, vaciándolo de contenido; pero sobre todo porque ninguno de los partidos políticos que tenemos hoy, ninguno, sabe encontrar algún camino. En los hechos. La teoría a favor de la unilateralidad y la confrontación en defensa de las libertades está muy bien; se ha demostrado no sólo que es la acertada, sino que no hay ninguna otra. Pero el independentismo institucional se encuentra paralizado, sin planes, sin hoja de ruta, sin ninguna propuesta que hacer que la calle pueda entender.

A la pregunta sobre ‘ahora qué’, debemos responder, por tanto, a partir de la constatación de esta orfandad y sin miedo a saber qué significa. Yo no sé si este cierre de la vía del diálogo permitirá un cierto reencuentro entre las familias del independentismo político, visto que ya no hay alternativas diversas de futuro. Dudo mucho de ello, pero estaría muy contento si fuera así. Ahora, una cosa clara es que nos devuelve, como proyecto y como pueblo, al punto original del movimiento. El engaño de Zapatero con el estatuto es el engaño de Pedro Sánchez con la mesa de diálogo y el autoproclamado gobierno más progresista de la historia. Y ambos engaños conducen al mismo lugar: es necesaria la independencia. Con los años, en todo caso, la diferencia es que ya hemos aprendido que todo el problema no es España y que para ganar no debemos dejar en manos de los políticos el peso del proceso ni debemos confiarnos tanto de ellos. Y si partimos de ahí, y con toda la experiencia acumulada, no tengo duda alguna de que hay un gran camino por recorrer.

PS1. Precisamente, esta tarde el president Carles Puigdemont será el protagonista del debate en confinamiento que emitiremos en directo en VilaWeb, de seis a siete. Les recomiendo que no se lo pierdan, pero sepan que si no pueden seguirlo en directo después lo podrán ver ‘a la carta’.

PS2. Cuando anoche escribía en este editorial la palabra ‘caradura’ haciendo referencia a Pedro Sánchez no era consciente de que esta madrugada ya me había quedado muy corto en la definición. Horas antes de la votación de la prórroga del estado de alarma, el PSOE pactó con Bildu la abstención a cambio de derogar la reforma laboral. Y pidió a Bildu que callara. Si se sabía que había pactado con ellos, Ciudadanos, con quien había pactado los diez votos afirmativos, podría enfadarse y pasar a la abstención o al no. Si Ciudadanos pasaba al no, Sánchez perdía la votación. Y si Ciudadanos se pasaba a la abstención y al mismo tiempo Bildu y el BNG sumaban sus votos a la tendencia al no soberanista que ayer ya plasmaron CUP, Juntos por Cataluña, ERC, Compromis y Nueva Canaria Sánchez también perdía la votación. ¿Y qué hizo el caradura? Engañar a todo el mundo. Engañó a Ciudadanos ocultándole el pacto con Bildu y engañó a Bildu para que después de que éste le diera el voto. Esta misma madrugada, el PSOE ha hecho un comunicado unilateral diciendo que el pacto no vale y que no piensan cumplirlo, que no anularán la reforma laboral.

Es simplemente inaudito. Sánchez se ha negado a reconocer en menos de veinticuatro horas un pacto importantísimo que había firmado por escrito, que no era de palabra sino firmado, haciendo saltar de esta manera todos los límites imaginables no ya de la cortesía parlamentaria o el rigor político sino incluso de la decencia personal. Y, además, haciendo quedar en ridículo a todo el mundo. Porque los de Podemos se habían puesto muy contentos con el acuerdo con Bildu tanto por la derogación de la reforma laboral que Sánchez había pactado antes con ellos y que claramente no piensa cumplir sino porque así se podían dedicar a su deporte favorito que es desacreditar al independentismo catalán. Las alabanzas al pragmatismo y la capacidad de la izquierda abertzale que los dirigentes de los Comunes emitieron con entusiasmo en la tarde ahora se las tendrán que comer. No hay pacto ni hay reforma. Han quedado todos con el culo al aire. Sólo hay una maniobra sucia como nunca antes se había visto, con el solo y único objetivo de mantenerse en el poder a costa de lo que sea.

VILAWEB