Esta semana Juan Carlos Girauta ha hecho un par de declaraciones que me han recordado un papel que leí hace ya un tiempo, cuando escribía la tesis doctoral, sobre la relación entre los colectivos oprimidos y los colectivos opresores. Si fuera por mí evitaría citar una revista tan especializada como el ‘Journal of Counseling and Development’, dedicada a la psicología aplicada. Pero como una pulsión típica de los opresores es apropiarse del prestigio de la ciencia y la razón, aunque sea por un día utilizaré los recursos académicos para defender mi humanidad, y que Dios me perdone.
Como decía Bertrand Russell, y como explican los autores del ensayo que Girauta me recuerda con sus actitudes de profesor abusivo y halitósico, el poder es un vicio y a la vez una necesidad primaria. Si el poder corrompe, la falta de poder corrompe absolutamente. Empleado para bien o para mal, el poder da sentido y proyección a la existencia. Es tan importante que algunos psicólogos creen que los problemas físicos y mentales que no vienen de una enfermedad o de un defecto genético nacen de un desequilibrio en la relación de poder que el individuo mantiene con el status quo de su sociedad.
Como explican los investigadores, la opresión no se manifiesta siempre a través de una bayoneta o de una prohibición marginadora -que suelen ser el último recurso-. En el mundo globalizado la opresión se expresa a través de sobrentendidos y de actitudes que apartan a los colectivos oprimidos de las posiciones de poder o de reconocimiento. Una actitud típica de los opresores es tratar a los oprimidos de locos, de enfermos o de extremistas irracionales. Los discursos que hablan de traer trenes llenos de psiquiatras a Barcelona o de devolver el ‘seny’ a los catalanes, o de acabar con el adoctrinamiento nacionalista, sólo son la versión posmoderna de aquel “me tuteas o te mato” que Luys de Santamarina le soltó a Josep Pla en la postguerra.
Conste que, antes de ir a la universidad, este tipo de discursos ya me parecían autoinculpativos. La ciencia a menudo sólo sirve para explicar a los tontos aquello que se puede aprender a través de la introspección. El caso de Girauta, sin embargo, encaja cómicamente bien en el rol del opresor, tal como lo definen los autores del papel mencionado: ‘The power of Perceptions: Toward a Model of Cultural Opression and Liberation’. Como explican Mary H. Guindo, William B. Talley y Fred J. Hanna, en la medida en que los individuos de un colectivo se benefician del poder de manera ilícita pierden capacidad de empatizar y de analizar el mundo, y se vuelven retóricos e irascibles. Contra lo que dice la propaganda oficial, los colectivos oprimidos son más racionales y equilibrados que los colectivos opresores; de lo contrario no podrían sobrevivir.
Los individuos oprimidos tienen una perspicacia especial para comprender los problemas de los otros y para detectar las contradicciones de los grupos dominantes. El problema es que, en general, desconfían de lo que sienten y perciben. En primer lugar, desconfían porque cuanto más claramente se expresa su perspicacia más se encabrita el sistema que los subyuga y, en segundo lugar, porque todos los miembros de los colectivos reprimidos internalizan en mayor o menor medida la propaganda dominante y tienen la autoestima baja. Todo proceso de liberación pasa por la capacidad de los oprimidos de volver a confiar en las propias intuiciones y pensamientos, y seguirlos sin miedo, ambigüedad ni rabia.
Con respecto a los individuos de los colectivos opresores, también corren el riesgo de acabar tarados por sus propios abusos. Quienes ostenan un poder ilícito acentuan la retórica y reducen su empatía. Para protegerse de la mirada condenatoria de las víctimas, tienen que empobrecer su percepción del mundo. En esta relación entre opresores y oprimidos, los elementos más tóxicos son los individuos del colectivo oprimido que se pasan a los valores del grupo opresor o sacan provecho pasivo de la injusticia. Es normal que en un colectivo oprimido una parte de sus miembros niegue la situación de subyugación e incluso colabore con los opresores para legitimarla y disimularla buscando tres pies a los gatos. Los colaboracionistas en Cataluña no tenían un nombre especial en vano: botiflers.
Así como la autocrítica y la abnegación de los oprimidos puede derivar en ataques de sentimentalismo patético o de rabia destructiva, la necesidad de los opresores de defender su posición social sin remordimientos deriva en actitudes agresivas o ataques de victimismo y de falsa indignación. El proceso de envilecimiento de los oprimidos acaba atrapando siempre a los mismos opresores. Esta es la fase a la que asistimos ahora. Las patologías están a punto de desbordarse y Girauta es sólo un síntoma, el fruto del grano infectado de pus que siempre acaba generando el sistema de humillaciones que es España. Por eso, mientras Otegi sale de la prisión, Pedro Sánchez y Albert Rivera dan lecciones de democracia, DiL y ERC pronuncian discursos en el Congreso para menores de 18 años, mientras dicen que harán la independencia, y Rajoy y Pablo Iglesias pasan por ser los malos de la película.
EL NACIONAL.CAT