Aviso: soy poco indicado para hablar de encuestas de opinión. Las he mirado con tanta desconfianza que he llegado a aconsejar que si sospechamos que nos quieren controlar las intenciones, especialmente las políticas, mentimos en legítima defensa. (Un consejo un poco estúpido porque me temo que, de una manera u otra, ya es el que hace todo el mundo.) Pero sí: es feo aconsejar decir mentiras, y todavía más feo poner obstáculos al trabajo del propio gremio. Y, todavía más, teniendo en cuenta que las he hecho y las he utilizado. Ahora bien, precisamente porque es un tema que conozco bastante bien, y porque hay encuestas que me interesan mucho –y de otros tipos–, las miro con ojos interesados y a la vez escépticos. Por decirlo así, veo las encuestas con los mismos ojos que un cocinero experimentado miraría unos canelones en un restaurante poco acreditado…
Advertido el personal, paso al comentario. Esta semana acaba de salir la última encuesta de valoración del gobierno del Centro de Estudios de Opinión de
El caso es que los estudios de opinión, como se sabe, presuponen que todos tenemos alguna y que todas las opiniones valen igual. Pero la encuesta del CEO nos alerta de entrada de la falacia: las 1.400 opiniones que recoge el estudio las dan unos individuos que, en más de un 50 por ciento, no saben qué partidos están en el gobierno y que se equivocan o no recuerdan cuándo fueron las últimas elecciones catalanas en más de un 80 por ciento. Si se tratara, pues, de saber la verdad, nos habríamos equivocado de informantes. Ahora bien, si lo que queremos saber es qué piensan incluso los que no piensan –políticamente, quiero decir–, entonces vamos bien.
En las respuestas pesa la dimensión subjetiva. Lo demuestra, por ejemplo, que el 64 por ciento de catalanes encuestados cree que el principal problema es el paro, y sólo un 28,5 por ciento piensa que es la economía. Ahora bien, el paro es una consecuencia de la economía y no lo podemos desenganchar. Justo es decir que la culpa no es de quien responde, sino quizás de quien pregunta, que es el que los ha tratado cómo si fueran dos problemas diferentes, precisamente porque no quiere saber la verdad, sino lo que “preocupa” el ciudadano. Sobre lo de los problemas, ha llamado especialmente la atención que en el segundo lugar, pero sólo con un 29 por ciento de respuestas, haya aparecido la “insatisfacción política”. La gracia de una respuesta tan críptica –¿qué quiere decir que la política no satisface?– está en la manera de interpretarla. De entrada, me juego un guisante que si la encuesta hubiera propuesto “la incompetencia de los políticos”, la respuesta hubiera superado el 50 por ciento. En segundo lugar, el director del CEO, el amigo Gabriel Colomé, ha sugerido que puede tener que ver con los casos de corrupción. Nada en la encuesta permite afirmarlo, y por lo tanto –a pesar de que no digo que no sea cierto–, la idea es de cosecha propia. Intuitivamente, en cambio, a mí se me ocurriría ligarlo con aquella otra respuesta que afirma que un 55 por ciento de encuestados dice que “este gobierno no sabe resolver los problemas”, o de este otro 37 por ciento que cree que sí que sabe como hacerlo, pero que necesita tiempo.¿ Más tiempo? Que entonces no digan que no hay gente de buena fe.
Y dos consideraciones más. El hecho de que una opinión sea muy extendida no quiere decir que sea acertada. Por ejemplo, lo que parecemos menos dispuestos los catalanes a tolerar de un gobierno sería un recorte de las prestaciones sanitarias. Ved, sin embargo, cómo cambia la opinión de los norteamericanos, que saben que si opinan a favor de tener más prestaciones, las tendrán que pagar con más impuestos. Aquí, todos los expertos saben –no opinan– que el actual sistema de prestaciones es insostenible, pero nadie tiene el coraje de hacer lo que hace falta: aplicar un sistema de copago para que no se vaya a hacer puñetas el magnífico juguete de la sanidad pública catalana. Y, aun así, las amplias opiniones públicas políticamente consentidas pesan más que los conocimientos de los mejores expertos.
Y última. Dice la opinión pública, según el CEO, que lo que más nos desagrada del gobierno son sus desavenencias (he aquí otra respuesta que encuentro que liga con aquello de la insatisfacción, ¿no les parece?). Efectivamente, negar que el nivel de desavenencias de este gobierno tripartito supera el imaginable, sería ser políticamente ciego. Ahora bien, lo más curioso es que muchas de las desavenencias no son tales. Muchos analistas coinciden en pensar que quien exagera la desavenencia lo hace precisamente para hacerse notar. Me juego otro guisante a que en los gobiernos de CiU había tantas o más discordancias, pero que no llegaban a hacerse públicas, simplemente porque nadie en CiU habría sacado ningún partido. Mira por dónde: ¡desagrada lo que hacen para gustar!
No me lo ha preguntado ninguna encuesta, pero opino que uno de los principales problemas del país es que lo que es insatisfactorio es la opinión pública política. Quiero decir: pobre, desinformada, acrítica y poco responsable. Esto puede explicar que sea habitual uno de los hechos que encuentro más sorprendentes de las críticas que se hacen los políticos entre ellos. Si han detenido su atención, suelen reprochar al adversario que no haga o piense aquello que quieren hacer o dice que piensan ellos mismos. Es extraño. Es como si la casa Danone se anunciara lamentando profundamente que