Varias personas participan en una manifestación contra el Día de la Hispanidad, un 12 de octubre. Imagen archivo: Isabel Infantes/ Europa Press
Se viene la fiesta nacional y con ella el alud de tópicos sobre la conquista de América. A continuación, un manual básico para deconstruir la leyenda rosa. Y de paso replantearse qué celebramos y por qué.
A los indígenas los trataban muy bien, como si fueran españoles. No exactamente. Para empezar, en el siglo XVI a la gente de Ávila o Albacete no la reasentaban a la fuerza ni la obligaban a realizar trabajos forzados porque sí. Es cierto que se promulgaron leyes para proteger a los indios, que eran avanzadas para la época (especialmente las Leyes Nuevas de 1542). No obstante, si se promulgaron fue precisamente para acabar con medio siglo de abusos: entre 1493 y 1552 se calcula que entre 250.000 y medio millón de nativos fueron esclavizados en el área caribeña, la mayor parte a manos de españoles. Millones más sufrieron explotación laboral y malos tratos.
Por otro lado, las leyes se incumplieron con frecuencia y contemplaban múltiples excepciones. Un caso elocuente: la esclavitud nativa. El Consejo de Indias ordenó la servidumbre de al menos 15 grupos indígenas distintos en los 70 años posteriores a la promulgación de las leyes. La esclavitud siguió estando permitida para comunidades descritas como caníbales o que se oponían violentamente a la colonización (doctrina de Guerra Justa). Es más, se siguió practicando hasta el final de la soberanía española: en la segunda mitad del siglo XVIII, los españoles capturaban a comanches y otros indios rebeldes y usaban a los hombres como esclavos en minas y plantaciones de azúcar y a las mujeres y niñas como siervas domésticas.
Los españoles civilizaban, los ingleses exterminaban. Esto además de falso es racista. En primer lugar, los indígenas tenían sus propias culturas y no necesitaban que nadie viniese a civilizarlos (y menos una banda de aventureros y fanáticos religiosos). En segundo lugar, los nativos sucumbieron en masa tanto en territorios colonizados por ingleses como por españoles. La leyenda rosa suele mencionar los muchos indígenas que existen en la región andina o México, frente a los pocos de EEUU. Por algún motivo se olvida de los indígenas del Caribe español, quizá porque no quedó ni uno, así como de los cientos de millones de indios de la India que sobrevivieron a dos siglos de colonialismo británico. Además, atribuir a los ingleses el genocidio planificado de nativos es anacrónico. Este ocurrió fundamentalmente en época poscolonial –exactamente igual que en las excolonias españolas. En tercer lugar, los ingleses, al igual que los españoles, se esforzaron por «civilizar» a los nativos, creando escuelas y misiones. Las condiciones de vida en muchas de ellas -como en sus homólogas españolas- eran terroríficas.
No fue un genocidio. En el siglo XVI no había un plan sistemático para exterminar poblaciones indígenas. La mayor parte de muertes las provocaron las enfermedades del Viejo Mundo. Pero hay un par de cosas que conviene tener en cuenta. Una: el colapso demográfico fue muy real y acabó quizá con el 90% de la población nativa en América. Así que quizá no deberíamos estar celebrando un encuentro que produjo 130 millones de muertes horrorosas, de la misma manera que no celebramos la Peste Negra. Dos: muchas prácticas de los colonizadores exacerbaron la morbilidad y la mortalidad. Los españoles lo sabían e hicieron más bien poco por evitarlo. Un ejemplo: las reducciones. Los misioneros reasentaban población indígena para aculturarla y cristianizarla. Ello implicaba más epidemias y más letales, peor alimentación y trabajos más duros que minaban la salud de los nativos. Los misioneros sabían que la población se hundía en las reducciones y dejaron testimonio de ello. Pero las siguieron se siguieron creando reducciones hasta fines del siglo XVIII.
No eran colonias. Según el diccionario de la RAE, una colonia es un «territorio dominado y administrado por una potencia extranjera». Que los españoles llamaran a sus territorios virreinatos o, ya en el siglo XX, provincias no los hace menos colonias. Tampoco su estatus jurídico. La realidad es que América era territorio conquistado, administrado y explotado por extranjeros. Puedes llamar perro a un pino, pero el pino seguirá siendo un árbol. Pero es que además el término «colonias» se utilizó habitualmente en España entre los siglos XVIII y XX para referirse a los territorios de ultramar. Su rechazo obedece a razones estrictamente nacionalistas.
El hermoso mestizaje. En una época en que los matrimonios no surgían del amor y los implicados (especialmente las mujeres) tenían poca capacidad de decidir, ver en el mestizaje la libre unión entre indígenas y españoles resulta totalmente anacrónico. Y si tenemos en cuenta que el emparejamiento ocurría en un contexto de conquista y de brutal asimetría, la mayoría de las veces el hermoso mestizaje era más bien violencia sexual sin más. Un caso claro que precede a la conquista de América: el de las Canarias. La actual población canaria tiene un 33% de ADN mitocondrial indígena (transmitido por vía materna), pero solo un 7% de ascendencia cromosómica masculina nativa. La razón: los castellanos esclavizaron o mataron a los hombres y se casaron con/violaron a las indígenas.
No había racismo. Si por racismo entendemos el racismo biológico del XIX, no. Pero considerar que alguien es susceptible de ser secuestrado y forzado a trabajar hasta la muerte por el mero hecho de ser negro un poco racista sí que es. Tomarse la molestia de crear una tipología enrevesada de razas (zambo, lobo, tornatrás, chino, zambaiga, etcétera) también. E igualmente racista es que las elites fueran sistemáticamente de extracción europea y las capas más bajas de la pirámide social lo formaran en esencia indígenas y negros. Desde 1645, «ni negros ni mulatos, ni los que comúnmente se llaman chinos morenos, ni cualquiera género de esclavo o que lo haya sido» podía acceder a la educación superior en la Nueva España.
Se construyeron hospitales, escuelas y universidades. Sí, pero no para promover el estado de bienestar ni la igualdad de oportunidades. Escuelas y universidades se concibieron como herramientas de administración colonial. Además, aunque legalmente los indígenas podían realizar estudios superiores, pocos lo hicieron en la práctica –casi todos de origen aristocrático. Los que lo lograron tuvieron que luchar continuamente contra los prejuicios de las elites blancas. Por otro lado, la creación de instituciones educativas y sanitarias no es algo exclusivo de la colonización española: todas tienen correlatos en Nueva Inglaterra, por ejemplo: se fundaron hospitales públicos de Nueva York en 1736 y en Filadelfia en 1751. Y las grandes universidades de EEEUU se retrotraen al período de dominación inglesa: Harvard, Yale, Princeton, Pensilvania…
Criticar la conquista es presentista. Vayamos por partes. Uno: si es presentista criticarla, también es presentista alabarla. De hecho, lo es aún más, porque los criterios de alabanza son completamente anacrónicos. España fue a explotar las riquezas de las Indias y a convertir a su población. Todo lo demás son proyecciones desde el presente que tienen poco que ver con las intenciones y mentalidades de los actores históricos. Dos: en la época ya se criticaron los excesos de la conquista, desde Fray Bartolomé de las Casas a Michel de Montaigne. Tres: criticar la conquista es lícito en tanto que tiene efectos en el presente. Al contrario que la conquista romana o islámica, que no suponen marginación para ninguna sociedad actual en España, la expansión moderna europea sigue teniendo consecuencias en un sinfín de comunidades indígenas y afrodescendientes. La marginación y desposesión iniciada por la conquista europea continuó y se intensificó con los estados poscoloniales. Hasta hoy.
Concluyo. En algún momento deberíamos abrir un debate sereno sobre si tiene sentido identificarnos como país con una historia de conquista colonial que, como cualquier conquista colonial, se caracterizó por la explotación, la opresión y la violencia. Seguro que encontramos mejores efemérides que celebrar.