Obama y el sistema

El discurso de Obama sobre el estado de la Unión marca un punto de inflexión en su política de reforma y cambio tras un difícil primer año. Recordó que siempre dijo que sería difícil realizar sus proyectos porque chocan contra poderosos intereses condicionantes de la acción de gobierno. Y promete que va a pelear (término que repite en estos días) por sus propuestas. Se enfrenta a los banqueros y a Wall Street y prepara medidas que incluyen mayor regulación, impuestos especiales para recuperar el dinero prestado y una ley para volver a la separación entre bancos de depósito y bancos de inversión cuya anulación en los felices noventa fue una de las causas del desequilibrio en las cuentas bancarias. No abandona la reforma de la salud, pero desplaza el centro de su atención a la creación de empleo. Porque en Estados Unidos pasa algo así como en España: la economía va mejor pero la gente va peor.

La economía está creciendo al 5%, pero el paro aumenta: está por encima del 10% en el país con puntas de hasta el 15% en algunos estados y tasas más altas para jóvenes, hispanos y negros. Una vez estabilizadas, las empresas financieras han vuelto a lo de siempre. Algunas empresas como Goldman Sachs declaran altísimos beneficios. Los bancos han devuelto préstamos para poder pagar primas a sus ejecutivos. Pero han reducido el crédito limitándolo a lo más rentable y han dejado quebrar hipotecas de millones de personas. Sin crédito, las pymes están hundidas y desaparecen los empleos. Obama quiere recuperar los fondos prestados y crear con ellos bancos comunitarios que presten en su entorno local. Va a incentivar fiscalmente a las empresas que creen empleo. Y va a reactivar las inversiones en infraestructura mal gestionadas hasta ahora por los gobiernos locales y regionales.

Pero la dificultad para Obama, en la economía como en los otros grandes problemas heredados de Bush, es tener que remar contra la corriente de intereses enquistados en el conjunto del sistema. En la economía, Wall Street siempre ha dictado las políticas económicas sirviendo a sus intereses en primer lugar y aportando los expertos del Gobierno que luego vuelven a sus lucrativos puestos en la finanza tras haber servido a su comunidad. La Administración de Obama no es excepción en este sentido: Geithner sale de Wall Street, Summers es un neoliberal y los mandos intermedios son los mismos que instaló Rubin (Goldman Sachs) con Clinton. Por eso ha sorprendido el tono de Obama contra Wall Street. Parece haber perdido la paciencia. Pero está por ver cómo consigue mover en una nueva dirección una máquina ideológicamente contraria a sus valores. En la reforma de la salud Obama consiguió esta vez el apoyo de las asociaciones de médicos y del personal sanitario. Pero chocó con dos poderosos enemigos: las compañías de seguros, que tienen en el bolsillo a medio Congreso; y la resistencia ideológica de la mayoría de la población a la intromisión del Gobierno en su vida privada, influenciada por los eficaces medios de comunicación conservadores (Fox, Russ Limbaugh, las redes de radios locales), que consiguieron asimilar salud pública y el Gran Hermano. Mientras Obama se enredaba en los pasillos del Congreso y topaba con la casta senatorial, probablemente la más venal de la política por el poder que concentra, se organizó en la sociedad, en parte por internet, un movimiento de base que está derrotando a los demócratas en las urnas en cada elección parcial. Y como los parlamentarios demócratas tienen como prioridad asegurar su reelección, se posicionan según el viento de los sondeos, aguando reformas y haciendo cada vez más frágil el apoyo a las iniciativas presidenciales.

Algo por el estilo ocurre en la conducción de las guerras. Los generales no quieren retirarse sin haber ganado en los términos que ellos definan. Ya les malhumora que Obama se comprometa a salir definitivamente de Iraq en el 2010. Pero aún más que intente salir de Afganistán a finales del 2011, lo cual implica que no habrán controlado ese país sino simplemente forzado a los talibanes a una negociación y decapitado a Al Qaeda en el mejor de los casos. No hay insubordinación clara, pero sí filtraciones a los medios para poner obstáculos en la ciudadanía y en el Congreso a la política del presidente. Asimismo, la aspiración de Obama de una política no partidista ha chocado con la oposición frontal y destructiva de los republicanos, que decidieron rehacerse mediante una hostilidad sistemática. Y como les funciona van a seguir en ello, ahora, además, con mayor peso en el Senado. El bloqueo político no sólo es partidista, sino institucional. Cada ley, cada reforma, tiene que pasar por el laberinto de negociaciones en el Congreso, donde se emboscan los lobbies y se defiende el escaño propio haciendo pactos con quien sea. Todavía más tras la decisión del Tribunal Supremo de eliminar los límites a las contribuciones de las empresas a las campañas políticas. En fin, un Tribunal Supremo con mayoría conservadora se encarga del último cerrojo al cambio cuando sea necesario. Hay guerra abierta entre Obama y Alito, el influyente juez de extrema derecha en el Tribunal.

Por eso hay que hablar de sistema. No sólo sistema político, sino sistema de instituciones e intereses entreverados a lo largo de la historia para que todo quede atado y bien atado, llegue quien llegue al Gobierno. Y cuando surge un líder de la nada que los ciudadanos llevan en volandas a la presidencia se ponen en marcha todos los mecanismos que van limando su capacidad de iniciativa y aguando cualquier cambio, incluso cuando se trata de la cúspide del poder mundial. Por eso Obama ha vuelto a hablar de pelea y se va a meter en ella. Y por eso declaró recientemente que prefería ser un buen presidente con un solo mandato que un presidente mediocre con dos.

La cuestión es que si los políticos, los nuestros también, se aplicaran esa norma, nos quedaríamos sin políticos.

 

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua