Nos dirán que ahora hay que esperar

«Esperar» es la palabra que más escuchan todas aquellas personas y colectividades sometidas que reivindican sus derechos en todo el mundo. Algunas esperan entre barrotes, otras lo hacen en el exilio y otras bajo el yugo de un poder opresor. » Esperar» es la palabra favorita del posibilismo, una actitud de vida conservadora, miedosa e inmovilista que afortunadamente ha tenido notables fracasos, de lo contrario aún no habríamos descubierto el fuego, porque ya se sabe que quema. Todos los derechos civiles conquistados hasta ahora por el ser humano, absolutamente todos, son una victoria de la osadía, son una victoria de la dignidad contra la tiranía. Y uno de los más fuertes escollos que esta osadía ha encontrado siempre no ha sido sólo la tiranía misma, sino las voces de la liga de la tranquilidad y los buenos alimentos convencidas de que las mejores revoluciones son las que se hacen desde el sofá.

No se debe confundir ‘osadía’ con ‘descerebramiento’, son cosas diferentes. Es bueno que mientras quedan caminos procedimentales inexplorados para alcanzar la libertad uno se adentre para ver si llevan a algún lugar o son simples callejones sin salida. Y, en este sentido, ya se ha visto y demostrado que España no tiene caminos, ni senderos, ni senderos que lleven a la libertad de Cataluña. Todos son un callejón sin salida .

Llegados aquí, la sociedad catalana dijo ‘basta’ y organizó un referéndum de independencia que, de un censo de cinco millones trescientas mil personas, tuvo más de tres millones de votos -770.000 requisados por el Estado- con una victoria abrumadora del SÍ. Era el 1 de octubre de 2017 y Cataluña fue el punto de mira de todo el planeta. Es ésta, por tanto, la fecha que debería ser el referente de todos los movimientos políticos catalanes posteriores, incluidas las actuales negociaciones con el PSOE. Y toda política de pájaro en mano, toda negociación para arañar alguna competencia que se vea bonita, como el aeropuerto del Prat o los puertos de Barcelona y Tarragona, nos retrotrae al reparto de caramelos de la época de Jordi Pujol. Digámoslo claro: Una vez has anunciado a bombo y platillo ante todos los medios de comunicación internacionales que rompes las cadenas y que no reconoces la autoridad opresora del Estado español, no puedes hacerte el desentendido y dedicarte a intentar convencer que tus cuatro migajas competenciales, por necesarias que sean, son más importantes que la libertad.

Estimados políticos negociadores, las multitudinarias manifestaciones, únicas en el mundo, y el referéndum del Uno de Octubre no los hicimos para reivindicar ningún puerto ni aeropuerto, sino para reivindicar la independencia del país. No pretendan envolver sus renuncias con el celofán de las competencias. Porque todas las competencias, de la primera a la última, están subordinadas a la madre de todas las competencias, que es la de la libertad de Cataluña. El resto es autonomismo, puro autonomismo.

Es obvio que la única solución democrática al conflicto entre Cataluña y España radica en el ejercicio del derecho de autodeterminación de la primera, tutelado por un mediador internacional, precedido de una amnistía inmediata de todos los presos políticos y el regreso en libertad del presidente Puigdemont y del resto de catalanes en el exilio. Y si el Estado se niega, hay que emplear todas las herramientas que otorgan los derechos humanos para hacer que se lo obligue la inestabilidad social, y de rebote la inestabilidad de la Unión Europea. Ningún político está obligado a ponerse al frente , si no quiere, pero tampoco ningún político tiene derecho a obstaculizar el Proceso en función de intereses electorales .

PSOE, PP, Vox y Ciudadanos, cada uno con sus tonalidades, constituyen un bloque homogéneo del ultranacionalismo español que convierte a España en una prisión para Cataluña. Y esto será siempre así, siempre, porque cualquier otra cosa sería contraria a su naturaleza, que es esencialmente tiránica. Por ello, manden unos o manden otros, ahora estos, ahora aquellos, Cataluña seguirá siendo una colonia, tratada como una colonia, sometida como una colonia y expoliada como una colonia. Ante esto, podemos hacer vieja política pujolista y decir que ‘ahora no toca*, podemos decir ‘Repúblicas’ para eludir el compromiso de la independencia y podemos fotografiarnos con ‘el Gobierno’ de turno para hablar de todo menos de nuestra libertad. Pero cada fotografía de grupo que nos hacemos es una nueva legitimación de su poder, de sus leyes absolutistas, de su violación de los derechos humanos y de su autoridad para perseguirnos, reprimirnos y hacernos todo el daño posible. No se puede repicar y ir en la procesión, queridos amigos.

Tenemos la obligación moral de desobedecer, porque sólo la desobediencia nos hará libres. Nunca la sumisión. Y la desobediencia empieza por no dejarse atrapar en el laberinto suicida de confundir la libertad inalienable de los presos políticos con los grados segundo y tercero del régimen penitenciario. Dicen que «se aparque la autodeterminación» y se quedan tan tranquilos. «How do you sleep at night?» , preguntaba John Lennon. La desobediencia, amigos, empieza por no «aparcar la autodeterminación» en beneficio de unas negociaciones sobre migajas que ayuden a investir Sánchez Pedro Sánchez. ¿Ahora,  a las renuncias, llamamos «aparcar»? Es que no nos habían dicho que los catalanes nos presentábamos a las elecciones españolas «para ser decisivos en Madrid»? Cómo es que ahora, que somos «tan» decisivos en Madrid, la decisión consiste en «aparcar» la independencia? Era para hacer esto, para lo que queríais nuestros votos? Para aparcar?

La desunión, los egos, los cálculos aritméticos y las rencillas de los partidos independentistas son los mejores aliados de España. Cuando disfrutas más fastidiando a tus compañeros de viaje que al opresor, tienes opresión por siglos. Y cuando, haciendo cálculos electorales, dedicas tus energías a investir el presidente de España en vez de cerrar filas contra el fascista intento de inhabilitar al presidente de Cataluña, democráticamente elegido, estás perpetuando el cautiverio de tu pueblo.

«Nos dirán que ahora hay que esperar» es una frase de la canción «Compañeros, no es eso», de Lluís Llach, integrada en su disco «Mi amigo el mar». Hace cuarenta años que fue escrita y, muy tristemente, todavía está vigente. Y un año antes, María del Mar Bonet cantaba: «Esperas, y esperas, y esperas, y quieres mañana, pero todavía es ayer». Pues sí, esperar, esperar, esperar… Pero esperar qué? Esperar a quién? A Godot? Podemos encontrar una respuesta en aquella vieja expresión de los padres y madres catalanes cuando su hijo les pide algo que no les gusta: ‘Te compraré un coche de color verde de espera forrado de pasatiempos’. Cambiar qué cosas, ahora nos informan que el 1 de octubre de 2017 no votábamos por la independencia de Cataluña, votábamos por el aeropuerto de Barcelona.

EL MON