Un año más, el último domingo de junio nos vamos a reunir en Noain como recuerdo de la Batalla de 1521, en la que Navarra perdió la última oportunidad bélica para el mantenimiento de la independencia de su territorio fundamental, tanto desde el punto de vista demográfico como de superficie y recursos.
Quienes asistimos desde hace muchos años a esta conmemoración estamos empeñados en extender a lo largo y ancho de nuestra sociedad el conocimiento de nuestra historia real y la valoración de nuestro patrimonio. En una palabra, en la recuperación de nuestras señas de identidad como soporte para la actuación social y política en Navarra, en Europa y en el mundo, en estos intrincados comienzos del siglo XXI. A quienes pretendemos todo esto, incluyendo, como elemento fundamental por supuesto, el euskera, se nos acusa a menudo de «nostálgicos» o «historicistas».
Es una forma muy antigua de descalificar al adversario. Se le «obliga» a decir lo que no dice, pero que al contrario sí le interesa que diga. Cuando desde Nabarralde se defiende el patrimonio de Navarra, no se trata de resucitar antiguallas pasadas de moda y con resabios rancios. Se trata de «poner en valor» una sociedad anulada, no sin resistencia, por siglos de conquistas y dominio; se trata de que sus actuales ciudadanos recuperen su autoestima y se encuentren en buenas condiciones para enfrentar un futuro difícil en un mundo muy complejo.
El patrimonio de un pueblo, de cualquier sociedad, es algo que viene del pasado, pero que sólo tiene sentido si mira hacia el porvenir. El patrimonio no se «conserva». Se puede ocultar y destruir, como lo hacen quienes hoy gobiernan en la CFN, pero para que sea tal, se debe mantener vivo, se debe recrear continuamente.
Una sociedad que quiere perdurar con su propia personalidad y como sujeto activo en nuestro mundo debe tener una referencia clara de su patrimonio histórico, pero, sobre todo, debe mirar al futuro. Debe enfrentar los retos que se plantean hoy en nuestro entorno social y geográfico próximo, pero en el más lejano también.
Los problemas que acucian a la sociedad de Vasconia a inicios del siglo XXI son de índole variada. Algunos son comunes al resto de sociedades europeas o humanas: precariedad de empleo, contaminación, transvase de poblaciones etc. Otros son específicos y agravan los anteriores. La «especificidad» que supone ser una nación sin Estado propio reconocido, amplifica de forma insospechada el alcance de los problemas comunes a otras sociedades, plantea otros nuevos y dificulta, más si cabe, su resolución democrática.
Una sociedad viva no «conserva» el patrimonio. Lo respeta, lo mantiene y lo recrea. Una sociedad viva, consciente de su existencia diferenciada y abierta al mundo, necesita de su propio Estado para poder ejercer como «sujeto político» y así defender sus propios intereses a la vez que mostrar su solidaridad con el resto de sociedades humanas.
Los dos estados, a los que sólo podemos «agradecer» conquistas, ocupaciones y aniquilaciones, tanto de la memoria histórica como de nuestra lengua y patrimonio material, no sólo no son garantía de la defensa auténtica de nuestros intereses en el mundo, sino de todo lo contrario: son garantía, acreditada tras siglos de dominio, de su negación y destrucción.
En el actual proceso de globalización, los estados están cambiando muchas de las funciones que habían ejercido tradicionalmente. Es evidente que la política monetaria, por ejemplo, está fuera del alcance de los estados de tipo medio; pero de todos, incluso de los más pequeños, dependen cuestiones tan importantes como las políticas lingüísticas, de educación, sanitarias, de gestión de prioridades de las inversiones, el poder tener voz propia, y posiblemente voto, en asuntos de tanta actualidad como pesca, agricultura y ganadería. En este sentido, ante la magnitud del problema que plantea en nuestra época, hay que resaltar su control sobre los flujos migratorios y las políticas de integración correspondientes.
La sociedades minoradas, como la navarra, provocan en su seno considerables dosis de autoodio. Este es el factor principal sobre el que se apoyan los mecanismos de la dominación. Por eso mismo es fundamental el cambio del paradigma del autoodio por el de la autoestima. La puesta en valor del patrimonio propio, lengua, historia, organización política etc. constituye una condición necesaria para lograr la emancipación. También es necesaria la ilusión colectiva para alcanzar tal objetivo. Pero, sobre todo y para culminar el proceso de recuperación del Estado, es necesaria una estrategia de convergencia de objetivos de todas las fuerzas sociales y políticas. Una estrategia que acumule al máximo posible las fuerzas nacionales Una estrategia que visualice de forma clara la coyuntura europea y mundial y busque aliados eficaces. Una estrategia, en fin, capaz de escalonar medios y fines de forma adecuada para hacer frente a los dos estados ocupantes.
Aparentemente ambos son fuertes y grandes. Pero también tienen los pies de barro. El Estado español tiene junto con el nuestro, los problemas catalán y gallego como claramente diferenciados, a los que siguen el andaluz y, posiblemente, el asturiano y otros. Puede entrar en crisis con relativa facilidad coordinando conflictos «externos» con «internos» propios. El francés es posiblemente más correoso, tanto por su más «eficaz» aniquilación de las naciones a las que históricamente ha sometido, como por la debilidad demográfica, con relación a su conjunto, de catalanes y navarros.
En política no basta con hacer valer consideraciones éticas. Podemos tener toda la razón y la justicia de nuestra parte; sin la capacidad de movilización y presión necesarias, no valen de nada. Hay que ilusionar a nuestra sociedad, pero no con palabras grandilocuentes y vacuas, sino con acciones en las que quede constancia de nuestros objetivos, fuerza y determinación y con las que se logren avances cuantificables.
En este sentido, Noain 2005 constituye un eslabón de la cadena que, sin duda, nos va a conducir a la libertad.