En la pequeña redacción de la agencia estadounidense UPI en Beirut habían colgado en la década de los ochenta un cartel con la contundente frase, tantas veces citada, «Lo peor esta por llegar». Y en verdad que lo peor estaba por llegar en aquella caótica situación de la pequeña repíblica de los cedros, con el fenómeno de la denominada «libanización», como antes se había hablado de la «balcanización», para describir el sangriento desgarro de un estado, o de un país.
Pasaron los años y con la «guerra del terror» del presidente Bush junior, en todo el planeta, tras los atentados terroristas de «Al Qaida» contra los Estados Unidos, fueron ocupados y destruidos Afganistán e Iraq, cuyas consecuencias, como las de otra guerra muy anterior, la de 1967, de Israel y tres paises árabes, en el malhadado territorio troceado de Palestina, todavia son de una patente vigencia cotidiana.
La elección del presidente Obama, cuyo premio Nobel de
Esta región sigue constituyendo un centro de explosiones bélicas incesantes que nadie es capaz de controlar. La primera potencia mundial con su nuevo presidente ya ha fracasado en sus tentativas de apaciguar Afganistán y reanudar el mal llamado proceso de paz árabe-israelí. Al pirncipio de su mandato, Obama nombró dos flamantes enviados especiales para Afganistán y Oriente Medio que, tras varios viajes inútiles, han vuelto a sus cuarteles genrales de Washington.
Los actuales gobernantes de Israel ya han dejado bien sentado que la paz con los palestinos no se encuentra a la vuelta de la esquina y la han aplazado «ad calendas grecas»: Como, por otro lado, los dirigentes de Cisjordania y de Gaza no están dispuestros a darse el abrazo de Vergara.
El desprestigiado presidente Mahmud Abbas, al aceptar posponer el debate en
En Iraq, la anunciada evacuación gradual militar nortemericana no se hará sino en medio de catastróficas consecuencias para la población civil. En la paupérrima república del Yemen, aliada de los EE.UU., la guerra olvidada contra los rebelsdes chiís va agravando la debilidad del gobierno central, cuyas regiones del sur, antaño indpendientes, viven las frustraciones de su discriminación.
«Al Qaida», pese a toda la lucha emprendida por el presidente Saleh, constituye una poderosa amenaza en aquella sociedad arcaica y tribal. A los ochos años de la guerra del Afganistán, los «talibanes» no sólo desafían la maltrecha autoridad del presidente Karzai, cuya ecandalosa reelección todavía no ha sido confirmada debido a los fraudes cometidos que han puesto en entredicho a los miembros internacionales de la comisión del escrutinio, sino que, reforzados por los continuos errores de las fuerzas expedicionarias extranjeras, no cesan en su avance sobre una población exasperada por los bombardeos extranjeros, víctima inocente desde hace décadas.
El éxito de los «talibanes» y de sus aliados de «Al Qaida» ha hecho mella en los centricos establecimientos militares de la república del Paquistán cada vez más implicada en esta guerra que amplía el ámbito de violencia y de inseguridad del Oriente Mdio, sobre todo en el descoyuntado Iraq.
En la república libanesa, aun no hay acuerdo para la formación de un gobierno de unidad nacional, mientras que se va resquebrajando cada día la seguridad interior, siempre en precario equilibrio debido a las injerencias internacionales. Obama no puede cambiar las directrices fundamentales, los compromisos norteamericanos en la zona.
Más allá de todas las diferencias, de los casos específicos de Afganistán, Iraq o Palestina, hay un hecho que nos empeñamos en ignorar, por lo menos en reducir su importancia. Y es que la resistencia armada contra las tropas extranjeras de ocupación -recuérdese que la guerra del jihad global de «Al Qaida» comenzó en las décadas de los ocheinta y noveinta contra los soviéticos- acaba siempre con su retirada.