Nada es casual en esta compleja región del mundo, de ahí que los recientes acontecimientos que se han sucedido en torno a Irán se deben enmarcar dentro de esta lógica.
La detención de quince marinos británicos por operar en aguas iraníes, el silencio oficial de Washington, los movimientos y protagonismos dentro de la clase política y religiosa iraní, el desenlace de la crisis y el nuevo anuncio del presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, están relacionados entre sí.
La detención de los soldados británicos hay que situarla en una coyuntura muy determinada, con secuestros o detenciones de diplomáticos iraníes en Iraq, con sanciones impuestas al régimen de Teherán, y con maniobras estadounidenses en torno al Consejo de Seguridad de naciones Unidas para incrementar aún más la presión sobre Irán. De ello algunos analistas deducen que esas detenciones «más que un acto de desesperación, ha sido una maniobra calculada para mandar un mensaje directo a EEUU: combatir el fuego con más fuego».
Llama la atención en esos acontecimientos el supuesto silencio mantenido por EEUU, sin embargo el papel de Washington en esta nueva crisis se ha situado por detrás del escenario principal. Desde hace tiempo los neoconservadores planean el cambio de régimen en Irán y sus maniobras abarcan diferentes ámbitos de la realidad de aquel país. La presión sobre la representación diplomática iraní en Iraq es una muestra de ello, pero también las maniobras en torno a la producción petrolera de Irán. Durante meses EEUU ha desplegado presiones para atacar la capacidad financiera y energética de Teherán. En los primeros meses de este año, diplomáticos estadounidenses se han reunido y han presionado a compañías de la mayoría de países europeos, para que eviten mantener lazos comerciales con Irán, aunque de momento los resultados han sido muy pobres, ya que la mayoría d empresas siguen primando sus beneficios económicos por encima de los políticos. El propio embajador estadounidense en Madrid se habría reunido con ejecutivos de Repsol para «avisarles de la delicada situación en torno a inversiones en Irán.
Paralelamente a ello Washington busca también que la banca internacional se suma a su campaña contra el régimen de Teherán, al tiempo que desarróllale proyecto «Democracia en Irán» para buscar la desestabilización interna de aquel país, muy en la línea de la llamadas «revoluciones coloristas».
También llama la atención en todo este asunto que desde Occidente se resalte que «no se han pagado ningún precio» por la liberación de los quince soldados, que no se ha aplicado al política de quid pro quo. Entonces cómo entender la liberación del diplomático iraní retenido desde febrero por las tropas de ocupación, o el permiso para que los cinco diplomáticos del consulado iraní en Irbil (acusados de espías, en realidad habían sido invitados por el propio gobierno iraquí), secuestrados también por los ocupantes, sean visitados. En estos movimientos queda un fleco que ha pasado desapercibido en muchos medios, el secuestro, deserción o desaparición del general iraní Ali Reza Asgari en Turquía.
La política interna de Irán también se ha movido estos días. La pugna entre el presidente Ahmadinejad y el líder supremo, Ayatollah Ali Khamenei, sigue su curso. Este, preocupado por el ascenso del primero habría optado por apoyar a figuras como el ministro de exteriores, Manuchehr Mottaki o el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional, Ali Larijani. El silencio inicial del presidente iraní dio pie a especular sobre el futuro político del mismo, sin embargo, su aparición para anunciar el final de la crisis y su reciente anuncio en trono a la producción nuclear del país, le vuelven a situar en una posición reforzada ante su pueblo y los líderes políticos de Irán.
Dos mensajes destacan de estos movimientos. Por un lado, en clave externa, los dirigentes iraníes han demostrado a Occidente y a sus vecinos del Golfo que son capaces de enfrentarse militarmente a las potencias que le amenacen, y que si se acercan a ellos en actitud pacífica y con fines negociadores, Irán responderá en la misma actitud. Irán lleva tiempo señalando que ellos apuestan por una salida negociada al conflicto, pero que ésta debe realizarse sin condiciones previas y en una situación de igualdad.
Y en clave interna, el régimen ha logrado que la población se olvide de sus penurias diarias, una población que vive con una importante sensación de acoso externo, pero que a pesar de que no apoya al cien por cien a sus dirigentes, ha señalado en numerosas ocasiones que cualquier cambio político en el país deberá realizarse sin ingerencia externa.
Los mullahs son conscientes de que la mayor amenaza la tiene dentro de Irán. Así, las protestas del año pasado (con los conductores de autobuses de Teherán en huelga), o las de este mismo año, protagonizadas por las profesoras del país (cerca del 80% de trabajadores de enseñanza son mujeres) son buena muestra de que las cosas pueden ir cambiando, sobre todo porque estos movimientos, a diferencia del tantas veces alabado «movimiento reformista» no se enmarcan dentro de alguna de las corrientes del aparato de poder iraní, haciendo más difícil su control. Por todo ello no es de extrañar que utilicen las amenazas de Occidente para acabar con cualquier alternativa a su poder y busquen al mismo tiempo un cierre de filas en torno suyo.
* TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)