No hay Comunes, hay Colau

Una vez, al ser preguntada por un periodista sobre el PSC, Diana Garrigosa, mujer de Pasqual Maragall, respondió: «Ah, ¿pero existe?». Hoy día todo el mundo sabe que el PSC no sólo no existe, sino que sus siglas son un simple rótulo en la puerta del centro de recepción de órdenes madrileñas que el PSOE tiene en Cataluña. Con los llamados Comunes pasa más o menos lo mismo. Los Comunes tampoco existen. Existen los Colaus. Los Colaus sí existen.

Los Colaus, obviamente, no se saben imaginar sin Ada Colau. «Si tú te vas, ¿qué será de nosotros?», le dicen. «Piensa que las tablas de la ley que nos has hecho aprender de memoria, tales como que nosotros somos de izquierdas, o que debemos criminalizar a Juntos por Cataluña en cada frase que digamos, o que el independentismo es un demonio, o que nosotros no somos monárquicos (pero, Viva la Corona española, ¿eh?), o que nosotros no somos catalanes ni españoles sino ciudadanos del mundo (pero España es España, ¿eh?), se irán al traste sin ti. No nos puedes dejar tirados como una vulgar colilla al borde de una alcantarilla. ¿Qué sería de nosotros, los Colaus? »

Así es como los Colaus pidieron a su hada protectora que donde la noche de las elecciones había dicho blanco, ahora dijera negro. Y no sólo porque los Colaus sin Colau son como un ColaCao sin cacao, sino porque los independentistas, que son un cáncer para la humanidad, ponen en peligro el principio religioso de la unidad de España, y, por supuesto, hay cosas que no se pueden consentir.

¿Pero quienes son los Colaus? Los Colaus son los que en mayo de 2011, siguiendo las consignas de la Puerta del Sol de Madrid, ocuparon la plaza de Cataluña de Barcelona y abucheaban indignados a todo espontáneo que osaba expresarse en catalán; son los mismos que en julio de 2015 instalaron unos urinarios al aire libre delante del Born Centro Cultural, lugar de memoria histórica nacional catalana, y que en octubre de 2016 pusieron en ella dos estatuas franquistas.

¿Y quién es Ada Colau? Ada Colau es la historia de un intento de reafirmación personal por vía mediática. Es una persona que necesita una cámara delante en la misma medida que los antiguos reyes necesitaban un escribiente que dejara bien adornada constancia de su paso por este mundo. Y para conseguirlo, Colau, en la línea de José María Ruiz Mateos, ha recorrido incluso a los disfraces más esperpénticos. Ah, ¡las cámaras! Qué bonitas que son, todas alineadas ante ti esperando dirigirte al mundo. Qué lástima no haber hecho carrera en Hollywood como estrella de la Metro, ¿verdad? Katharine Hepburn, Joan Crawford, Ava Gardner, Ada Colau…

Pero Ada Colau es mucho más que eso. Ada Colau es también la historia de una mentira. O dicho de otro modo, una persona que se dedica a volver del derecho o del revés todo lo que dice según le conviene. En marzo de 2014, refiriéndose a sí misma, decía: «Participaré como una más, pero no creo en los fichajes individuales». Unos meses más tarde, en 2015, decía: «Nunca voy a mentir», negando que quisiera entrar en la política profesional. Y por si alguien no se lo creía lo remachó así: «Si yo quisiera hacer carrera política no me metería en este avispero». También dejó claro esto: «Yo no soy independentista, ni catalana ni española, y estoy para superar las fronteras». Pero las fronteras españolas no se tocan, ¿verdad? Y la unidad de España es sagrada, y el independentismo, como dice la Conferencia Episcopal Española, es un pecado. Amén.

Ha quedado claro que la mujer que no quería hacer carrera política ni formar parte de partido alguno hizo lo imposible para arrebatarle la alcaldía a Xavier Trias aprovechándose de las mentiras que las cloacas del Estado español cocinaron precisamente para colocar una dependentista como Colau al frente del ‘Cap i Casal’. Después vinieron varias acciones de nepotismo, como la colocación de las parejas de Colau y Gerardo Pisarello en cargos de confianza. En el primer caso, como responsable de relaciones políticas e institucionales del partido, y en el segundo, como asesora del área de Vivienda. Recordemos, por otra parte, que eran necesarios sólo cuatro votos para que Barcelona entrara a la AMI, entidad con más de setecientos ayuntamientos adheridos en defensa de la libertad de Cataluña, pero los Colaus, con su decisiva abstención, lo impidieron. Y en diciembre de 2015, Colau viajó a España y dijo que Madrid era la capital de los catalanes: «Algunos dicen que hay que llevar el Senado a la Sagrera. Yo creo que no. Creo que debemos llevar las instituciones catalanas físicamente a Madrid para gobernar desde allí. ¡Madrid es nuestra capital! ¡Dejaremos la sede de la plaza de Sant Jaume y todas las demás sedes que hay repartidas por la ciudad y nos trasladaremos a nuestra capital, Madrid!»

Con el permiso de los lectores, reproduzco aquí unas pocas líneas de un artículo que publiqué en El Món el 11 de mayo de 2015: «Digámoslo claro: el artefacto de Ada Colau es una operación nacionalista española disfrazada de falso progresismo cuyo discurso, además de hipócrita, si bien ornamentado con alguna gente de buena fe, es profundamente anticuado y reanimador de los esquemas de la vieja izquierda españolista, en el sentido de satanizar la conciencia nacional catalana presentándola como un movimiento de derechas, inmovilista y enemiga de los derechos sociales».

Pues bien, los Colaus son los grandes aliados de la ultraderecha más pútrida de Europa (Valls-Ciudadanos-PP) y de la derecha españolista (PSOE). Esta última, la del PSOE, es la derecha que tiene personas en el exilio, que tiene rehenes políticos, que descuelga los lazos amarillos que lo denuncian y que lleva a cabo políticas absolutamente racistas con los refugiados que piden asilo. De los partidos verdaderamente democráticos, como Esquerra y Junts per Catalunya, no quieren saber nada. Con Esquerra no les ha quedado más remedio que hacer un cierto papelón, pero sólo por fuerza. La operación de Estado consistía en impedir por todos los medios que el independentismo gobernara la capital del país, y eso es lo que ha pasado. Con los votos de la ultraderecha de Manuel Valls. Todo vale por una silla y… por la unidad de España.

¿Y qué pasará a partir de ahora? Pues que Ada Colau utilizará este mandato para forjarse un lugar en Madrid, «la capital de los catalanes». Ya hace tiempo que mira de soslayo las carteras de sus ministerios, pero necesita tiempo. Eso sí, en cuanto haya una coyuntura que lo permita, cogerá el puente aéreo o el Tav y seguirá la ruta de dos alpinistas conocidos como Rivera y Arrimadas. Pero mientras tanto, ¿qué? Mientras tanto lo negará, claro, como negó que quisiera hacer carrera política y como negó que quisiera entrar en un partido político.

EL MÓN