EL sábado 11 de julio del presente año tuvo lugar en la Catedral nueva de Vitoria un solemne funeral, presidido por los cuatro obispos de las diócesis vascas de Vitoria, Bilbao y San Sebastián, en memoria de los 14 sacerdotes (9 guipuzcoanos, 4 vizcaínos y uno navarro), ejecutados por los vencedores de la guerra fratricida que se inició el año 1936.
Pero no estaban todos. Entre los sacerdotes asesinados que se recordaron faltaba Santiago Lucus Aramendía. Como también faltaba un obispo entre los prelados que con su presencia quisieron enmendar el cobarde, por no decir cómplice, silencio de sus predecesores (excepción hecha del exiliado monseñor Mateo Múgica).
Santiago Lucus Aramendía había nacido en Pitillas el año 1898. Hizo la carrera sacerdotal y fue capellán castrense en la guerra de Marruecos. Hizo después la carrera de Derecho Civil y pronto se distinguió por sus ideas societarias y humanistas, lo que le ganó las antipatías de los curas vecinos.
Al estallar la Guerra Civil en 1936, no se sintió seguro al ver de lo que eran capaces las bandas criminales, como la de El Águila , que iban sembrando la muerte por los pueblos de la Ribera navarra. Se escondió por algún tiempo en casa del concejal pamplonés García Enciso y juntos intentaron la evasión hacia Bilbao, pero no pudieron pasar de Vitoria. Fueron detenidos y Santiago fue llevado al convento del Carmen, donde, junto con media docena de sacerdotes también detenidos, quedó encomendado a la custodia del prior del convento P. Amalio Echeverría (natural de Arlegi).
Durante el tiempo en que estuvo detenido en dicho convento celebraba diariamente la misa y frecuentaba la biblioteca de los Carmelitas para encontrar fundamentos en la doctrina de Santo Tomás para su tesis contra la pena de muerte.
Pero el día 3 de septiembre un grupo de requetés llegados de Pamplona recogieron del convento a Santiago después de presentar al prior el siguiente documento con membrete de la Dirección General de Seguridad y firmado por el delegado de Orden Público el 3 de septiembre de 1936, cuyo original conservado en el archivo de dicho convento dice así: «Ruego a Vd. se sirva entregar a los portadores de la presente, requetés de Pamplona, al detenido en ese convento don Santiago Lucus Aramendía, para ser trasladado a Pamplona a disposición del Excmo. Sr. Gobernador Civil de dicha provincia. Dios guarde a Vd. muchos años».
Al salir del convento preguntó Lucus al P. Amalio: «¿Cree usted que éstos me van a matar?». El prior le contestó: «Traen una orden de la Junta de Guerra Carlista de Pamplona y los considero católicos, y, como sacerdote, le tratarán bien». Diálogo testificado por uno de los sacerdotes detenidos, quien añade: «Era un hombre hecho y maduro; hablaba del fanatismo religioso que él había conocido en mucha gente; socialista pero moderado, más bien humanista; contrario a las manifestaciones de barbarie de aquellos días».
Fue conducido hacia Pamplona, pero no al gobernador; el mismo día fue fusilado por un escuadrón de requetés junto con el señor García Enciso en Undiano. Quisieron quitarles los zapatos antes de matarlos, alegando entre risas que era una lástima enterrarlos con unos zapatos tan buenos. Pero no lo consintieron y sólo lograron su propósito los asesinos después de darles muerte. Le dijeron al cura que se quitara la sotana, como si quitando la sotana dejara su condición de sacerdote, pero tampoco consintió.
Éstos y otros detalles del fusilamiento pudo contar a los familiares una persona que fue obligada a enterrar los cadáveres; lo mismo que señalar el lugar donde estaban enterrados.
Gracias a la tenacidad de los familiares, en especial de su hermana Micaela y de su cuñado, los restos de Santiago retornaron a su pueblo de Pitillas y entraron en el panteón familiar. Donde no entraron fue en la iglesia parroquial. El injusto silencio de la Iglesia oficial siguió envolviendo la memoria de este sabio sacerdote.
Son muchas las coincidencias que unen a Santiago Lucus con los 14 sacerdotes que fueron recordados en la Catedral de Vitoria: su origen biológico común (Lucus es apellido que proviene de la Baja Navarra), su condición de sacerdote, la identidad política de los asesinos, el olvido, por no decir la exclusión, por parte de las autoridades eclesiásticas. Por eso insisto: no estaban todos.