No entienden que no nos entiendan

Ha llegado a mis manos una cita de Upton Sinclair (1878-1968) que me parece definitiva para explicar las supuestas incomprensiones del nacionalismo español en relación a los sentimientos y realidades nacionales catalanas. Este escritor estadounidense, socialista y ganador de un premio Pulitzer en 1943, escribió: «Es difícil conseguir que un hombre entienda algo cuando su sueldo depende de no comprenderlo».

La cita es muy oportuna a la hora de insistir en la imposibilidad de encontrar el reconocimiento que Cataluña ha buscado en España. Efectivamente, España –entiéndase el Estado, sus instituciones, sus funcionarios, quienes viven y la buena gente que se fía de todo ello– no puede entender qué es y qué quiere Cataluña si su supervivencia, como proyecto nacional, depende de mantener viva esa incomprensión.

Es pesado tener que repetirlo pero ya debería ser una pista bastante evidente el hecho de que no estemos hablando de un período histórico determinado, ni de un sistema político particular, ni de unos partidos conservadores o progresistas, ni de unos personajes concretos. Y si alguien no se acaba de fiar de los sesgos que podrían tener las miradas contemporáneas, que lea ‘Por la concordia’ de Francesc Cambó, escrito hace cerca de un centenar de años, y verá cuál era la diagnosis entonces y cómo no nos hemos movido ni un milímetro.

Para hacerse cargo de la profundidad de esta incomprensión también podría recurrirse a la larga historia de encuentros entre intelectuales españoles y catalanes con los que se ha buscado el reconocimiento de una personalidad política diferenciada. Nada de nada. Basta con leer el libro de Albert Balcells ‘Cataluña ante España. Los diálogos entre intelectuales catalanes y castellanos (1888-1984)’ de Editorial Milenio. En el mejor de los casos, se ha encontrado cierto respeto por la lengua y la cultura, pero nada sobre el carácter nacional. Como siempre, se comienza con un ‘Escolta Espanya’ (Escucha españa), y se acaba con ‘Adéu, Espanya’ (Adiós, España).

También en los mejores años del autonomismo se hizo de todo por caer simpáticos, y se habló mucho de ir a hacer pedagogía a España. Con grandes exposiciones en el centro de Madrid y con trenes por provincias. La vocación profesoral y las dotes seductoras del president Jordi Pujol parecían ser una buena vía. Todo fue en vano. Otros, además, organizaron planes para ser visitados, como quien invita a realizar una expedición antropológica a un país “primitivo y salvaje”. Un tipo de expedición colombina pero al revés, suplicando ser descubiertos. Tampoco. En 1993 escribí el artículo ‘Pedagogía y política’ en El Punt explicando por qué era inútil -y más que inútil, ingenuo- confiar en la pedagogía. ¡Pero hacer pedagogía en contra del “pedagogismo” sí que es una ingenuidad!

Y es aquí donde es necesario volver a Upton Sinclair. Con la excepción de unos escasos y heroicos nombres, es inútil pedir que te entienda aquél cuya supervivencia –en este caso, política– depende de no entenderte. No es cuestión de artes pedagógicas, de evidencias científicas, de experiencia directa, de buena voluntad, de vínculos afectivos o de paciencia. La incomprensión es un asunto de supervivencia dentro de un proyecto nacional unitario donde si la diferencia cultural y lingüística ya es una amenaza, ¡imagínense qué es la reivindicación nacional!

Ahora bien: hasta aquí, todo parece bastante claro. Pero entonces, ¿por qué hay tantos catalanes que insisten en conseguir una comprensión que ya se ha visto que es imposible? Pues, lamentándolo profundamente porque tengo amigos, debo pensar que también es necesario aplicarles la sentencia de Upton Sinclair. Hay catalanes que no pueden entender por qué es inútil esperar la comprensión de España porque su sueldo –entiéndase intereses gremiales, supervivencia intelectual o confortabilidad ideológica– depende precisamente de no entenderlo. Viven –o sobreviven– de no entender, para no poner en riesgo todo un marco mental y material que se sostiene sobre la esperanza de que un día España nos entenderá.

No quisiera que estas reflexiones se interpretaran en un plano meramente subjetivo, como si se tratara de un problema individual de gente con mala voluntad. Detrás de esta incomprensión existe una poderosa estructura política que no sólo explica el autoengaño sino que lo hace necesario y, al mismo tiempo, lo hace invisible. Existen varios nombres para referirse a este mecanismo, y muy concretamente el de ‘violencia simbólica’ que es la violencia que se ejerce con la complicidad de la propia víctima. De modo que los aparatos de Estado no sólo encuentran la complicidad de los que ya les viene bien como está, sino que se hacen especialmente fuertes en la sumisión dócil de quienes sufren su dominio sin darse cuenta. Tiene razón Upton Sinclair: no se puede pedir que alguien entienda algo si vive de no entenderlo. Y por la misma razón, hay quienes no entienden que no nos entiendan.

Publicado el 6 de diciembre de 2021

Nº. 1956

EL TEMPS