Niall Ferguson: «Un error de cálculo puede llevar a una guerra por Taiwán»

El historiador, que publica ‘Desastre’ (Debate), cree que la crisis climática nos tiene que preocupar, pero que sería un error pensar que el riesgo más peligroso

Niall Ferguson (Glasgow, 1964), provocador y mediático, es uno de los historiadores más influyentes del momento en especial en ámbitos conservadores. En su último libro, Desastre: Historia y política de las catástrofes (Debate), reflexiona sobre las consecuencias de la pandemia y concluye que si la Covid se convirtió en una calamidad no fue por el virus en sí, sino por la gestión política. No obstante, en su opinión, las pandemias son solo uno más de la larga lista de riesgos que afronta la humanidad y en la que el cambio climático ni siquiera es el más urgente. Ferguson ve, en cambio, más acuciante el peligro de una guerra entre China y Estados Unidos, posiblemente por Taiwán.

-Usted afirma que no hay distinción entre los orígenes de las catástrofes naturales y las causadas por el hombre. Es una idea chocante.

-Esa idea no es del todo mía. Amartya Sen, el economista indio, dijo hace muchos años que las hambrunas no eran desastres naturales, sino que están causadas por una mala política, y yo añado que esto también es cierto en general con todas las catástrofes. Es decir, las catástrofes causan grandes niveles de mortalidad si se cometen errores políticos.

Lo ilustraré de dos formas. En primer lugar, en la pandemia de Covid 19, el mismo virus atacó a Taiwán, Corea, España y Estados Unidos, pero los resultados fueron totalmente diferentes en cada uno de estos países. En Taiwán o Corea del Sur no hubo tanta mortalidad, mientras que EE.UU. y España fue muy alta. La segunda es el caso de los volcanes, que cuando entran en erupción únicamente provocan una gran catástrofe humana si hay muchas casas o una ciudad en su falda, porque si se trata de una isla desierta no habrá ningún desastre humano.

También se puede comparar una pandemia y una guerra. Aunque creamos que son catástrofes diferentes, puesto que una se la considera provocada por el hombre y la otra no, en el fondo no son tan distintas.

-¿Lo verdaderamente catastrófico es la gestión del desastre y no el desastre en sí?

-Efectivamente. Había formas distintas de gestionar la pandemia de Covid: una buena, que era el aislamiento, las cuarentenas, los test y proteger a las poblaciones vulnerables, que fue la estrategia de algunos países, como Taiwán; y otra, que adoptaron parte de los países occidentales y que condujo a una serie de errores, el más importante de los cuales fue no actuar a tiempo. En enero, febrero y marzo había ya muchos en Londres y Washington que estaban pidiendo que se tomaran medidas y los políticos, funcionarios y expertos en salud pública sencillamente las retrasaron hasta que fue demasiado tarde.

Si todo el mundo hubiera tenido grandes tasas de mortalidad podríamos concluir que no se podía haber hecho mejor, pero hay países que no tuvieron esos niveles tan elevados. En cambio, la mayor parte de países, tanto de democracias como de regímenes totalitarios, lo hicieron mal.

-Es decir, que la buena actuación no depende de un régimen político u otro, no hay un patrón.

-No, no hay patrones sencillos. Al principio, se querían dar explicaciones geográficas, climáticas o incluso genéticas para explicar los diferentes resultados, pero ninguna funcionaba. Lo que había que haber hecho era entender cuáles eran las características específicas de esta enfermedad.

Para tomar las medidas adecuadas había que haber comprendido primero quiénes eran los súper propagadores y esto lo entendieron en Taiwán y en Corea del Sur, donde enseguida se hicieron pruebas y se rastreó a los contactos para saber cuáles sean esos súper propagadores. Estos países lo entendieron porque tenían la experiencia previa del SARS, y se dieron cuenta de que el coronavirus requería medidas muy distintas a la gripe. Pero nadie más lo hizo así.

-Ha dicho en alguna ocasión que si las personas con responsabilidad miraran más hacia lo que ha ocurrido en la historia, la gestión sería distinta. ¿Cómo hubiera sido la gestón de la Covid?

-La mayor parte de los funcionarios públicos no conocen la historia de las pandemias, hubo una especie de amnesia general. Nadie se acordó de la gripe asiática, por ejemplo, o las más recientes como la de MERS o SARS, y la respuesta, cuando llegó la Covid, no fue eficaz. Si hubieran conocido qué ocurrió en otras pandemias respiratorias hubieran sabido cómo podía propagarse la enfermedad.

Cuando empezó a extenderse el coronavirus, a principios de 2020, la mayor parte de los responsables públicos en Europa y en EE.UU. no lo tomaron en serio. En el Foro Económico Mundial de inicios del 2020, traté de decirle a la gente que dejara de hablar de cambio climático y se centrara en la pandemia, porque prácticamente nadie prestaba atención a la enfermedad. La administración Trump tardó muchísimo en tomar las medidas adecuadas e incluso entonces los cargos públicos decían que aquello era como una gripe normal. Había una especie de complacencia que solamente puede explicar la ignorancia.

-¿La mala gestión de las catástrofes es culpa de los máximos líderes políticos?

-Creo que sería demasiado fácil echar la culpa de esta enorme mortalidad a un presidente populista en el caso de EE.UU., Brasil y Reino Unido, y pese a sus errores, no creo que fueran la razón principal que explique la mortalidad.

Hay que comprender que el presidente de EE.UU., por ejemplo, no era el que tomaba las decisiones sobre si había que hacer pruebas diagnósticas o no, porque esto lo hacen los centros de control de enfermedades, los altos cargos sanitarios, políticos de nivel medio, también asesores científicos que desempeñan un papel muy importante. Es importante reconocer que aunque los líderes populistas cometieron muchísimos errores, quienes metieron realmente la pata fueron aquellos cuya labor y responsabilidad era prepararse para una pandemia. Además, Trump lleva sin ser presidente desde enero y en EE.UU. la pandemia no ha terminado. O sea, que la culpa no era suya por muy populista que fuera.

.Ha mencionado antes la gripe de Hong Kong. Es sorprendente que nadie se acuerde de epidemias que comparativamente tuvieron un impacto similar a la Covid, pero que, en cambio, la actual tenga una repercusión con pocos precedentes. ¿Por qué sucede esto?

-La respuesta es muy clara. La gripe de Hong Kong tuvo pocas consecuencias porque no se cerraron las escuelas y no hubo confinamiento. En cambio la Covid ha tenido unas repercusiones económicas enormes por los cierres y cuarentenas; por tanto, son las consecuencias económicas de la pandemia lo que realmente hace que tenga esa repercusión, unas consecuencias económicas que se parecen mucho a las de un conflicto como la Segunda Guerra Mundial, donde se produjo una gran caída del PIB.

Por otra parte, en otras pandemias no hubo consecuencias políticas, pero ahora sí: precisamente una de las razones por las que Trump no fue reelegido creo que fue la pandemia. Y en términos geopolíticos, la Covid ha tenido unas consecuencias enormes. Es como una segunda guerra fría, por así decirlo -ahora entre Estados Unidos y China- que en cierto modo se parece mucho a la primera.

Por todo ello creo que no se va a olvidar la Covid 19 como se ha olvidado, por ejemplo, la epidemia de gripe 1918-19. O como se ha olvidado el SIDA, que ha matado a diez veces más personas que la Covid, pero del que la gente ya no habla y que solo ha terminado en el mundo desarrollado, aunque en los países pobres sigue siendo una enfermedad que causa muchísimas muertes.

-La Covid ha tenido un gran impacto geopolítico. ¿Una guerra fría EE.UU.-China es la catástrofe a la que en el futuro más podemos temer?

-Sí, porque cualquier guerra fría puede convertirse una guerra caliente. Cuando empezó la guerra de fría, de repente se convirtió en una guerra caliente en Corea que casi pudo llegar a ser nuclear, tal como pretendía Douglas MacArthur. En la actualidad hay un gran peligro de escalada por Taiwán, y esa sería una guerra terriblemente mortífera, pero la gente ha olvidado qué es una guerra a gran escala porque solo estamos acostumbrados a pequeños conflictos bélicos. No me preocupa tanto una guerra fría en sí, sino que empiece a adquirir características de guerra convencional, y esto puede darse respecto a Corea o Taiwan, pero también en otros lugares del mundo como partes de América del Sur y del África subsahariana, entre otros.

-¿Qué tendría que ocurrir para que se pasara de una guerra fría a una guerra caliente?

-Un error de cálculo puede llevar a una guerra. Si el gobierno chino piensa que es mejor para el Partido Comunista que Taiwán esté bajo el régimen de Pekín y Estados Unidos no lucha por impedirlo el desenlace sería uno, pero si Estados Unidos piensa que tiene que evitarlo podemos llegar a una guerra. Cuando miro la relación entre estos dos países pienso que el error puede ser que una u otra parte calcule mal la predisposición que tiene el otro de entrar en una guerra de verdad.

Las dos guerras mundiales empezaron con un error de cálculo. Ocurrió en 1914, cuando el ejército alemán entró en Bélgica, y en 1939 cuando Hitler entró en Polonia. Evidentemente en el caso que nos ocupa hay muchas formas distintas de que las cosas escalen. Quizá no sea Taiwán, quizá sea el mar del Sur de China o por otras razones como el problema de Corea, que no ha desaparecido. Pero creo que quizá Taiwán sea lo más problemático y al menos es en lo que se está centrando más Estados Unidos.

En la Primera Guerra Fría hubo momentos muy difíciles, como la crisis de los misiles de Cuba, y en esta ocasión hay que evitar que Taiwán se convierta en una crisis similar.

-Ha aludido la Primera Guerra Mundial. En el libro dice que las catástrofes son imprevisibles, pero en cambio sí hay momentos como 1914 en que todo el mundo podía verla venir. ¿No es contradictorio?

-Sí, es una contradicción propia de la condición humana. Hay crisis que son como lo que yo llamo rinocerontes grises que vienen hacia nosotros por la llanura. La pandemia es uno de ellos, porque hubo mucha gente que la predijo a lo largo de los últimos 20 años pero a la hora de la verdad sorprendió a todo el mundo. Eso mismo ocurrió en 1914.

Pueden avisarnos durante años e incluso décadas de que algo puede ocurrir y los seres humanos no hacer nada porque no se lo creen realmente. Ha ocurrido con la pandemia y ocurre con el cambio climático: hay conferencias y reuniones internacionales sobre ello de forma constante, pero realmente no se hace nada y cuando los incendios descontrolados se han producido en California o en Grecia, se ha demostrado que el nivel de preparación era mínimo. Creo que eso es un problema cognitivo.

-Si es un problema cognitivo, por mucho que la humanidad progrese, la falta de previsión de las catástrofes es irresoluble.

-Es cierto, aunque aun así podemos hacer algo. Tenemos que ser capaces de dar una respuesta rápida cuando se produce un problema, cuando ocurre la catástrofe. En el caso de la Covid, había que haber actuado ya cuando el gobierno chino dijo que no había transmisión entre seres humanos. Tenemos que aprender de esta crisis que la velocidad de la respuesta inicial es fundamental, porque desafortunadamente nuestros gobiernos son lentos a la hora de actuar. Es un problema sistémico y de organización humana.

La burocracia está diseñada para funcionar lentamente y esperar a recabar la mayor cantidad posible de datos para pasar a la acción y esto es una forma errónea de gestionar un desastre. Justamente lo más eficaz fue, en cambio, agilizar los esfuerzos para crear una vacuna que, por cierto, no estaba en manos de los burócratas, sino de empresas farmacéuticas tecnológicamente muy potentes.

Necesitamos que la administración pública cambie de mentalidad independientemente del problema. Si hubiera un ciberataque, por ejemplo, contra España que causara la interrupción de internet y de las comunicaciones, ¿hasta qué punto está España preparada para afrontar una crisis de esa clase? Estoy seguro de que en EE.UU. hay un plan contra algo así pero no lo conoce nadie, y así nadie puede actuar.

-Cuando explica esto ante foros de personas que tienen poder de decisión, ¿se siente escuchado?

-No lo sé. Quizá me escuchen más la próxima vez. Llevo 20 años tratando de explicar a la gente que la historia tiene cosas que ofrecer a quienes toman decisiones. Después de la atentados de 2001, traté de contar a los neoconservadores los problemas de Afganistán e Irak. Antes de la crisis financiera de 2008, yo ya había explicado que iba a haberla porque había una regulación disfuncional y una capitalización inadecuada. Interpreté que la crisis iba a generar una especie de respuesta populista y creo que no lo hice mal. Es decir, que la historia aplicada es un instrumento fundamental para los que toman las decisiones.

-¿Hay riesgos más inmediatos que el cambio climático?

-En enero de 2020, el Foro Económico Mundial dijo que los diez principales riesgos mundiales estaban relacionados con el cambio climático y no creo que la pandemia apareciera entre ellos. Pienso que el cambio climático es uno de los que nos tiene que preocupar, pero sería un error pensar que es el más peligroso e ignorar a los demás.

Si nos imaginamos esos rinocerontes grises de los que hablábamos antes y que se acercan hacia nosotros, veremos que corremos un gran riesgo. Pero el cambio climático se mueve muy lentamente mientras que hay otros rinocerontes que lo hacen de forma más rápida y que también constituyen amenazas enormes, como un gran conflicto armado, un ataque cibernético que produzca una caída total de las comunicaciones u otra pandemia, e incluso los problemas que pueda generar la Covid a corto plazo.

¿Cuál es el problema? Pues que el cambio climático nos absorbe mucho, es un tema de conversación muy atractivo e interesante. Hay toda una narrativa ligada a esto, ligada al fin del mundo, que es inconscientemente muy atractiva. Creo que cometemos un error, porque el cambio climático no es necesariamente algo que vaya a provocar la muerte de muchísimas personas, aunque sí va a causar más migraciones en masa.

Y además ya tenemos soluciones tecnológicas para afrontar el problema, para reducir los gases de efecto invernadero. Estamos centrándonos en las energías renovables, pero hay que tener en cuenta que también dependen de una serie de variables, por ejemplo del viento o de otra serie de cosas. Es decir, estamos adoptando políticas que son a corto plazo y que no van a afectar a las reformas importantes que tenemos que adoptar más a largo plazo.

Y luego están las emisiones de CO2, que son muy importantes, pero son pocos los que reconocen que no se pueden reducir las emisiones y la pobreza al mismo tiempo. Tenemos que ser más honestos.

Vivo en California y una de las cosas que me preocupan es que se me queme la casa porque lleva sin llover tanto tiempo que los incendios son enormes, pero si nos centramos únicamente en este problema, vamos a sufrir de una enorme miopía, la misma que sufrimos a principios del 2020. Y cuanto más miopes seamos, mayores serán las consecuencias negativas de la siguiente catástrofe.

-Estos temas no invitan precisamente al optimismo. Si tuviera que dar un mensaje optimista ¿cuál sería?

-De hecho, soy optimista porque el final del mundo no es algo de lo que tengamos que preocuparnos. Va a ocurrir, evidentemente, pero falta mucho. La mayor parte de los problemas que tenemos se pueden resolver a través de medios tecnológicos y también administrativos, y en realidad hay problemas más fáciles que solucinar que los que había a mediados del siglo XX. Pensemos por ejemplo en los avances médicos y tecnológicos.

Tenemos también la capacidad de producir una energía o una mezcla de energías más verdes, ya existen alternativas, pero al mismo tiempo tenemos que ser pragmáticos.

Y luego está la educación. Hay que educar bien a las nuevas generaciones y esto no ocurre en muchísimos países, incluidas las capas más pobres de la sociedad en Estados Unidos. Creo que tenemos que mantener un debate racional y salir de la confusión ideológica, porque disponemos de los medios necesarios para contrarrestar todas estas crisis.

Mi libro es optimista y dice que el final del mundo está muy lejos, pero también defiende que tenemos que aprender de la historia para poder gestionar bien los problemas que tenemos ahora. Aprender de la historia es mucho más fácil que la física cuántica o la física nuclear y espero que los políticos puedan hacerlo.

LA VANGUARDIA