La histeria que la “hoja de ruta” marcada por Ibarretxe ha desatado en la familia hispana no debería sorprendernos. El nacionalismo español es montaraz, agreste, con querencias a la “asonada”, al golpe de mano, para reconducir las aguas a su cauce. En el Estado español no hay más nación que España, el resto es… silencio.
Los vascos de 2007 vivimos en una situación esquizofrénica por muchas razones. Intentar aclarar cuales son los caminos, tortuosos, violentos y entrecruzados, que nos han conducido al estado actual requiere de un GPS muy preciso. Y ese GPS no puede ser exclusivamente “sincrónico”, es decir basado en un análisis de la situación actual, retrocediendo como mucho a la etapa de la llamada transición (1975-80), sino que debe abarcar en su conjunto la raíz de lo que se conoce como “problema vasco”. Debe incorporar un análisis del largo proceso que desde el siglo XII nos ha conducido al presente.
Si se reconoce que dicho problema es de índole “nacional”, será necesario definir cual es el sujeto de esa “nación”. Es claro que los problemas nacionales surgen cuando una nación es avasallada (conquistada, ocupada etc.) por otra. Normalmente esa relación asimétrica produce la destrucción de la organización propia de la nación sometida, provoca la sustitución, brusca o paulatina, de sus instituciones por las de la dominante. En esas condiciones, ¿se puede admitir como justo el marco “nacional” que define para la “nación dominada” su ocupante?, ¿se puede considerar como “democrática” la estructura jurídico política impuesta, sin el reconocimiento en situación de libertad, por el dominado?
Pienso que considerar como “democrático” el estatus de la dominación y los marcos administrativos determinados por ella es una concesión “no democrática”. Me explico: los derechos de una nación sometida que siempre han sido reivindicados y por los que permanentemente ha luchado, constituyen realmente la “democracia” y, además, no prescriben. Creo que el resto es imperialismo.
En nuestro caso el conflicto profundo procede de algo que los dirigentes de la actual CAV ocultan o pretenden ignorar. Los vascos sí hemos tenido un Estado independiente que fue el reino de Navarra. Cuando en el congreso de los Diputados de España se lo negaron a Ibarretxe al presentar su famoso “Plan”, éste calló, con lo que reconoció implícitamente uno de los supuestos de la nación dominante: afirmar que nunca hemos sido independientes ni existido con personalidad internacional propia ni, por consiguiente, hemos podido ser conquistados.
Precisamente si hoy en día se manifiesta en nuestro pueblo una conciencia nacional con capacidad suficiente para exigir el ejercicio de su poder a través del logro de un Estado propio, es porque éste ha existido durante muchos siglos y ha dejado sus huellas, que en el fondo son elementos constitutivos, a través de su propio modo de asociación y organización, que se ha concretado en las épocas moderna y contemporánea en su cultura jurídico-política propia o Sistema Foral, y permanentemente, en su lengua propia, el euskera.
Una nación dominada no puede sentar sus reivindicaciones exclusivamente en la “legalidad” impuesta y en “no molestar” a sus acólitos. Una nación dominada ha de contar con sus propias fuerzas y las debe organizar para llevar la confrontación al plano real, a la relación de fuerzas sociales. La resolución del conflicto en el nivel institucional es algo que será derivado del anterior. La perspectiva institucional, reitero impuesta, normalmente no es resolutiva, simplemente recoge los frutos de la confrontación en el primer nivel.
Todo lo anterior viene a cuento de un artículo escrito por Ramón Zallo (“Hoja de ruta… con GPS”) publicado por varios medios de comunicación de nuestro país. Con él estoy de acuerdo en algunas cuestiones: en la perspectiva de nuestra realidad postindustrial como sociedad del “conocimiento” y sus requerimientos a nivel internacional y en la exposición de las que el autor denomina como “vías agotadas”, resumidas en el “Pacto de Ajuria Enea”, la “vía Ardanza”, la “pista de Lizarra” o la “tregua con doble mesa” que son, en el fondo y según mi criterio, resultados de una vía estatutaria sometida al sistema unitario.
No estoy de acuerdo con otras. Por ejemplo, con la consideración de que el actual sistema político español corresponde a una “democracia de baja intensidad”. Por el contrario, creo que la perspectiva, reflejada en su Constitución de 1978, de que la soberanía reside en el “conjunto de la nación española” en la que forzosamente nos incluyen, junto con catalanes y gallegos; más bien la invalida como democrática; ni de “alta”, ni de “baja” intensidad.
Tampoco estoy de acuerdo en considerar que “nuestra nación” tiene sus mugas en el actual territorio de la CAV, ni que Ibarretxe sea el “lehendakari” de los vascos. Ibarretxe es el presidente de una Comunidad Autónoma del Reino de España que se rige por un sistema político impuesto y, por lo mismo, no democrático y que, además, no abarca al conjunto de los vascos. Lo que, aun relativizando su valor, no se lo niega en absoluto, sobre todo considerando la virulenta reacción de los paladines de las esencias hispanas ante su propuesta.
No creo que Zallo mencione la fuerza que una sociedad dominada, con conciencia y capacidad de movilización, es capaz de ejercer para lograr su emancipación. El problema fundamental consiste en que no es sólo Zallo quien lo olvida, sino que también lo hacen los partidos que hoy se presentan como las “únicas alternativas” para alcanzar una solución a nuestro conflicto.
Opino que nuestro GPS debe tener más precisión. El indicado por Zallo se aproxima al núcleo, pero pienso que no lo desvela con suficiente profundidad. El hecho nacional vasco no puede supeditarse a las estructuras jurídico-políticas impuestas por las potencias dominantes y su solución, sin olvidarlas, debe retomar el conflicto desde su raíz. A todos nos corresponde obrar en consecuencia.