NAVARRA ha estado sobre el tapete antes y durante el finiquitado proceso de paz en Euskadi. Antes, porque el Gobierno de UPN en aquel territorio histórico trató de abolir la disposición adicional cuarta de la Constitución sobre la posible incorporación de aquel Órgano Foral a Euskadi. Durante el proceso, porque los adversarios de éste consideraban que Navarra era la moneda de cambio o el precio político de la desaparición de ETA. Muerto el proceso, Batasuna quiere resucitarlo y vuelve a sacar a Navarra en su propuesta de un «nuevo marco político» para los territorios de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa.
No se puede decir que esta propuesta haya prendido, ni siquiera ha causado rasgones de vestiduras. ETA se engañó si soñó que su brutal y cruento atentado se quedaría en pura advertencia al Gobierno. Batasuna, o no midió tampoco las consecuencias del acto terrorista o trata de distraerse de sus problemas y aplicarse oxígeno. Sin embargo, tarde e inoportunamente remueve agua que viene de lejos.
Navarra debe ser siempre lo que quieran sus ciudadanos. siempre defenderé su derecho a decidir sobre sí misma. Personalmente, y como vasco, siento que cada vez se aleje más de lo que se considera Euskadi, Euskal-Herria o Pueblo vasco. Lo sucedido con Kosovo -de origen y alma de la nación y Estado de Serbia a un inevitable Estado independiente albanokosovar, porque el 95% de su población es de etnia albana y cultura albano-musulmana-, debe de hacernos pensar. A raíz de una reedición censurada de las obras del donostiarra Pio Baroja, residente en Navarra, Bera de Bidasoa, un colectivo de profesores de la UPV, acababa su denuncia, con la letrilla de una jota, compuesta por V. M. Arbeloa en los tiempos en que los socialistas navarros defendían el pacto autonómico. No recuerdo la letra los dos primeros versos, sí el sentido: «Quienes dudan si Navarra/es o no Euskal Herria,/pregúntenselo a sus nombres,/su historia y su geografía». «Pero sólo cultural, no políticamente», me dijo un compañero navarro.
No me remonto a esa larga historia secular ni a la conquista del Reyno por el rey católico, Fernando. No voy a descubrir nada nuevo. Recojo simples recuerdos. La situación político-jurídica de los territorios forales vascos sufrió sus más fuertes sacudidas por los atropellos de los reyes y la Revolución Francesa a partir del s. XVIII. Ello supuso el renacer del sentir nacional vasco. El jesuita guipuzcoano P. Manuel de Larramendi analiza, reflexiona y se desahoga en su obra Sobre los Fueros de Guipúzcoa. Escribe en los años 1756-7: «¿Qué razón hay para que la nación vascongada… no sea nación aparte, nación de por sí, nación exenta de las demás?… ¿Por qué tres provincias en España (y no hablo ya del reino de Navarra) han de estar dependientes de Castilla: Guipúzcoa, Álaba y Bizcaya; y otras tres dependientes de Francia: Labort, Zuberoa y Baja Navarra… El Señorío de Bizcaya, gime también bajo el yugo que le van poniendo como a nosotros. Solicitemos a unos y a otros y nos llamaremos las Provincias Unidas del Pirineo… De menos se levantaron las de Holanda… Y haremos una República toda de Bancongados» (ed. 1983, p. 58/9)».
El zuberotarra, historiador y lingüista, José-Augustin Chaho, en su «Voyage en Navarre» (1830-1835), interpreta la I Guerra Carlista como insurrección de los vascos por su independencia. Sin entrar en ese tema, muestra en repetidas ocasiones deseos y esperanzas semejantes a las del jesuita. Recojo un par de textos.
El país de los eúskaros, Euskal-Herria, … se vio restringido a las siete provincias que los vascos ocupan aún hoy en día en los Pirineos Occidentales»… «Los eúskaros no concebían en absoluto, aun prescindiendo de la perfecta identidad de origen, de lenguaje, de costumbres y de leyes, que la circunstancia de vivir al norte o al sur de una montaña fuese suficiente para escindir políticamente dos poblaciones que se tocan y se confunden en la intersección de los valles. Basados en este principio y en el derecho histórico, tal vez algún día los vascos tratarán de recobrar la unidad nacional de que gozaban antaño…». «Los gobiernos de Francia y de España siempre se han empeñado en fomentar las querellas de los montañeses; y con harta frecuencia el instinto guerrero de los vascos, unido a la impetuosidad de su carácter, les ha convertido en víctimas de esta odiosa política».
Los deseos de Larramendi y Chaho prendieron muy pronto en el corazón de algunos vascos. Y, por lo que sabemos, es Navarra la primera que se mueve para lograr la unión política de los vascos peninsulares. El 27.5.1838, en plena Guerra Carlista, el B.O. de Pamplona presenta su primer intento: Navarra y las hermanas Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, «formarán otras tantas repúblicas independientes federativas de la monarquía española, gobernándose cada una de ellas según sus fueros con las modificaciones que exijan las circunstancias».
Tras el «abrazo de Vergara» (1839), los representantes de las cuatro Diputaciones, que hasta entonces habían funcionado como «laurak-bat», debían entrevistarse con el Gobierno en Madrid. En el regateo político, los de Navarra consideran que sus hermanos están demasiado firmes. Ceden y pactan.
La «Ley paccionada» (1941) «es un mal – confiesa Arturo Campión- pero un mal menor, menor que la nivelación absoluta» con las demás provincias de España. En cierta autonomía administrativa de sello foral terminó lo que quedaba del Reyno de Navarra. Se diría que las adversidades y persecuciones despiertan un más fuerte espíritu vasquista, una mayor conciencia de la identidad vasca, a través de la lengua, la cultura y la historia. En 1879 se instaura la Fiesta Eúskara en Elizondo (Navarra) que pronto se transmite a los demás territorios históricos. Nace la Asociación Eúskara de Navarra, la Sociedad Euskal-Herria en Vizcaya, con sus correlatos en Álava y Guipúzcoa, etc., etc. Será de nuevo Navarra donde reaparece un proyecto político vasco. Se trata de la Constitución futura de Navarra: «Bases redactadas según el espíritu de los antiguos Fueros, acomodadas a las formas modernas, y aprobadas en Tudela, el 4 de marzo de 1883». Obra de Serafín Olave, esboza un texto estatutario para Navarra, «al que pueden incorporarse las tres provincias restantes, más La Rioja y la sexta Merindad» (la Baja Navarra, hoy francesa). Fueron años turbulentos y el intento no prosperó. Tampoco el mensaje de las tres Diputaciones vascas al conde de Romanones, en 1917. Su caída y la vuelta de los conservadores abortaron el proyecto.
Tiene que llegar la II República, 14.4.1931, para que resuciten los proyectos. Había surgido el movimiento y partido nacionalista vasco. Aquel mismo día, 14 de abril, el alcalde de Getxo, José Antonio Aguirre inicia el movimiento municipalista. El día 17, los alcaldes reunidos -prohibidas las Juntas Generales convocadas- declaran la República Vasca.
El 10 de mayo, los alcaldes navarros se unen al movimiento municipalista. El 27, en Pamplona, se nombra la Comisión Permanente de Alcaldes Vascos. El 31, se pide a la Sociedad de Estudios Vascos un proyecto de Estatuto, de acuerdo con las cuatro Diputaciones. En la Asamblea de Ayuntamientos en Estella, se aprueba el Estatuto de la S.EE.VV. que desde entonces se llamará el Estatuto de Estella. Días más tarde tiene lugar la Asamblea de Pamplona. En poco tiempo, ciertos caciques han suscitado un movimiento opositorio. Está probado que no pudieron votar todos los representantes de Ayuntamientos navarros que quisieron hacerlo; que otros cambiaron el mandato de sus respectivos municipios. Sólo así se logró que Navarra se descolgara del Estatuto unitario.
Álava, Guipúzcoa y Vizcaya llevaron adelante su proyecto con una nota adicional para Navarra. El Estatuto será realidad, sin dicha nota, en plena Guerra Civil, el 1 de octubre de 1937. Álava y Navarra estaban en manos de los militares sublevados.