hay algo que aterroriza mucho más que tener enemigos crueles o poderosos. Y es tenerlos necios. Esa es la mayor tragedia que uno puede sufrir en el debate social, porque del mentecato nada se aprende y todo se devalúa. Para discutir hay que ponerse a su altura, y en ese nivel siempre te gana. Además, decía Ortega y Gasset, «el malvado descansa algunas veces, el necio jamás».
Sentí esa sensación de hastío al leer que Navarra Suma va a cambiar el programa educativo Conociendo Pamplona porque les molesta que se hable tanto de los vascones y de su idioma, y poniendo en duda que fuera la lengua utilizada desde hace siglos por sus habitantes. Otra vez, vuelta la burra al trigo.
Jamás, ni durante el franquismo, ningún alcalde se hubiera atrevido a poner en duda que Iruña era una ciudad vascona y el vascuence su lengua primigenia. Antes bien, algunos hacían bandera de ello desde su españolidad, precisamente para diferenciarse del separatismo vasco disgregador. Ahora sin embargo llevan décadas negando la mayor y obligándonos a todos a discutir majaderías. En su desvarío senil, Del Burgo ha llegado a escribir que «la huella del vascuence como forjador de la identidad navarra es inapreciable», lo cual es una memez, y más en él, que ha forjado su identidad precisamente en la persecución de la lengua.
Iruñea es «la Civitas vascona por antonomasia -decía Jimeno Jurío- Las gentes la llamarán Pompaelo, Pompeluna. Los vascones la conocerán con su nombre sustancial la Ciudad: Irunia, Iruña, Iruñea. Posiblemente los indígenas la llamaron así en reconocimiento de su capitalidad. Iruñea, la Ciudad, la cabeza de Vasconia». Vasca por los cuatro costados, en su toponimia medieval rebosa el euskera. Las hablas romances, como el occitano, gascón o navarro, apenas incidieron en ella.
Siendo presidente del Gobierno Miguel Sanz, declaró que en las escuelas de Navarra había que enseñar «la verdadera historia», no la de los vascos, «sino la de José María Lacarra». Ergo, el corellano jamás leyó nada del ilustre estellica para quien «el núcleo originario del reino lo forman gentes de estirpe vasca». Su capital, Iruñea, «vasca de lengua».
Estas afirmaciones se vienen repitiendo desde los primeros manuscritos hasta el Espasa Calpe. El cronista Moret, autor en el siglo XVII de nuestros Anales, fue irunseme, bautizado en la parroquia de San Saturnino a la que, según dijo, «llámanle los naturales en su lengua vascónica Jaun Done Saturdi». Según Moret, «précianse los navarros, como también sus finítimos los guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos, traer su origen de los primitivos y originarios españoles». El vascuence, «la lengua de los navarros». Estamos hablando de los Anales del Reino y no del Vasconia de Krutwig. Del padre Moret, y no de Sabino Arana.
Era 1645 cuando el vicario de San Cernin afirmaba que «la lengua bascónica es la lengua natural y materna de esta Ciudad de Pamplona y su Montaña, y la accidental y advenediza es la castellana». Y otro cura lo ratificaba: «de cien personas que confiesan, las noventa son en lengua bascongada». Eran los parroquianos quienes exigían curas bascongados, «porque muchas personas que en la dicha ciudad hay de ordinario no saben ni entienden otra lengua». En 1712, el doctor Joannes Etxeberri escribió Iruña eskualdunen hiri buruzagia. Pamplona, capital de los euskaldunas.
La castellanización fue avanzando inexorablemente, gracias al protervo trabajo de los Navarra Suma de entonces. En 1767, los leguleyos del Consejo Real, predecesores del actual Tribunal Superior de Justicia de Navarra, se alegraban del avance del castellano, gracias a los maestros que prohibían «hablar en bascuence» a los niños. Hoy día el TSJN no impone el castigo del anillo a los euskaldunes, pero están en ello.
Pese a todo, en 1784, ayer mismo, el bearnés Jaccques Faget de Baure escribía que «en Pamplona se habla español y euskara, la gente del pueblo usan indiferentemente las dos lenguas: la propia ciudad tiene dos nombres. En el idioma vasco se llama Irouna, buena ciudad, y en español, Pampelouna«.
En 1926 Joaquín Ilundain, alcalde derechista Pamplona, como Maya, escribió una guía de Pamplona, que podría servir de ejemplo al concejal Fernando Sesma: «Lo que hoy es provincia foral de Navarra fue, desde los orígenes de la historia de la península Ibérica, tierra de los vascos. Raza viril, fuerte y austera (?) los vascos del Pirineo constituyeron el Reino de Navarra».
Todo esto se repite machaconamente en nuestra bibliografía. Hasta llegada la Transición nadie osó llevar la contraria a una corriente historiográfica que unía a los navarros en lo más elemental: fueros, lengua y vasconidad. Algunos de Navarra Suma lo saben, pero dejan obrar a sus peones, quizás porque piensan que este saqueo a la casa común de nuestra personalidad les conviene para levantar un edificio de nueva planta, basado en los cimientos exclusivos de la españolidad y el facherío carpetovetónico.
Yo al menos necesito pensar que esa suma de necios, que de forma tosca y ridícula dinamita lo más nuestro, está dirigida por alguien taimado, pero inteligente, que sabe lo que se hace: desgastarnos hablando del pasado para no hablar del futuro. Y de paso, lograr el «Domuit Vascones» con el arma letal del aburrimiento.
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