Se entiende como «paradigma» un modelo capaz de explicar de forma sencilla una realidad verificada tanto en el campo de las ciencias físicas y biológicas como sociales.
El modelo que construyeron Copérnico y Galileo en los siglos XVI y XVII, con el Sol en posición central y los planetas girando en su entorno, permitía explicar de forma mejor y más sencilla los hechos que observaban los astrónomos que las visiones que proponían a la Tierra como centro del universo. Eso es un paradigma en el campo de la astronomía.
El modelo de evolución de las especies mediante selección natural postulado por Darwin y Wallace en el siglo XIX, completado por las investigaciones de su contemporáneo Mendel, permitió generar en el siglo XX el paradigma que actualmente nos permite explicar y comprender la evolución de la vida en nuestro planeta de modo más adecuado y completo que las visiones creacionistas basadas en las narraciones bíblicas y en textos de otras religiones o en planteamientos evolucionistas menos elaborados, como eran los de Lamarck.
En la perspectiva de las ciencias sociales se adoptan modelos como son los conceptos de «revolución neolítica», «revolución industrial», «revolución científico-técnica», «sociedad del conocimiento» o «globalización» que permiten una explicación mejor de las etapas por las que ha pasado el desarrollo de la humanidad que unas simples perspectivas cronológicas que relatan exclusivamente historias de reyes, batallas y conquistas.
Para la comprensión de la realidad histórica de nuestro país se han construido fundamentalmente tres modelos. Estos tres paradigmas se pueden resumir como el «foral», el «bizkaitarra» y el «navarro».
El «paradigma foral» es el primero desde el punto de vista cronológico. Es el que presenta, por una parte, las primitivas relaciones entre el reino de Castilla y las Provincias como «pactadas» y, por otra, con el reino tras la conquista, como una «incorporación aequae principal», es decir de igual a igual, también «pactada». Desde la perspectiva de las Provincias Vascongadas un importante representante, ya en el siglo XVI, de esta visión es Esteban de Garibay. También lo es Manuel Larramendi en el XVIII, así como todo el pensamiento de la tradición carlista en los siglos XIX y XX.
El segundo, que surge tras las derrotas en las guerras carlistas, es el «paradigma bizkaitarra o aranista». Arana Goiri, consciente de los movimientos nacionalistas en la Europa de su época, no rechaza el modelo foral pero lo supera con una visión «nacional» que lo incluye. Arana, desde una perspectiva bizkaitarra y con escasa reflexión sobre la realidad navarra da, no obstante, un paso de gigante: los vascos no somos españoles ni franceses, somos sencillamente vascos y tenemos derecho a nuestra independencia, a nuestro Estado propio.
El tercero, intuido desde la etapa de la Primera Guerra Carlista, se reformula hoy en día con más precisión y es el que podemos denominar como «paradigma navarro». Ya Xaho, durante dicha guerra, percibió o intuyó, a través de su libro «Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos» (1865), la centralidad absoluta de Navarra en Vasconia.
Desde que Anacleto de Ortueta escribiera su obra, ya clásica, «Nabarra y la unidad política vasca» (1931) ha llovido mucho. Con la publicación de «La Navarra marítima» de Urzainqui y Olaizola (1998), se retomó con más fuerza y claridad la idea ya expresada por Ortueta. En el intervalo, casi 70 años de «travesía del desierto»: la guerra de 1936-39, la dictadura del general Franco y su régimen, para culminar con la «seudotransición» que no supo, o no quiso, dar carpetazo al fascismo vencedor de aquella guerra. Como un importante oasis en esta larga travesía se manifiesta la obra de Federico Krutwig (1962) quien con la mirada puesta en la «Gran Vasconia» constató su plena coincidencia con la máxima extensión del reino navarro.
Hasta el primer tercio del siglo XX, fue la parte de Navarra que conservaba su referencia nominal al Estado independiente de los vascos quien llevó la voz cantante en las reivindicaciones políticas de la Vasconia ibérica frente al Estado español. La «intelligentsia» hispana pronto se percató de la trascendencia política de la realidad y alcance de Navarra y, tras los episodios bélicos del siglo XIX y la famosa «Gamazada» de su final, decidió la necesidad de neutralizar las veleidades emancipadoras de Navarra. Para ello utilizó infinidad de medios: legales, paralegales e ilegales, pero todos ellos ilegítimos. Comenzó con Víctor Pradera, siguió con Raimundo García («Garcilaso»), de triste memoria, en los prolegómenos y consecución del «Glorioso Alzamiento» de 1936 y tuvo su consecuencia lógica en la política actual de Upn a la que, de inmediato, se sometió el PsoE. En todos ellos la «razón de Estado» (español, obviamente) se impuso con claridad. Sus intereses objetivos se manifestaron en la política diaria.
Todo ello fue añadido a que la actividad de estos personajes del primer tercio del siglo XX se desarrollaba sobre una sociedad con graves carencias y limitaciones, consecuencia del esfuerzo bélico del siglo anterior: muertes, exilio, emigración masiva, empobrecimiento y en un proceso profundo de postración y decadencia. En resumen, sobre una sociedad inerme.
La vitalidad de la sociedad que vive en el territorio de la actual «Alta Navarra» comenzó a renacer en los años 60 del pasado siglo y durante los últimos años de la vida del dictador Franco daba importantes signos de fortaleza e inconformismo. Tras su muerte, en cama, la maquinaria de integración puso sus motores al máximo de revoluciones. Se aprovechó también de los favores que sus «enemigos» les ofrecían en bandeja. Como ejemplo fundamental tenemos la famosa disposición «Transitoria Cuarta» de la Constitución española. El planteamiento de «incorporación de ‘Navarra’ a ‘Euskadi'» no se podía haber hecho de forma más torpe, suponiendo que lo hubieran redactado quienes pretendían la unificación e independencia de Vasconia.
La simple pretensión de «incorporar» la parte simbólica, política, territorial, histórica y, hasta muy poco tiempo atrás, demográficamente más importante del país, el «reino», al resto del país, hasta ese momento denominado como «las Provincias», resultaba un planteamiento, cuando menos, poco oportuno y con nulas posibilidades de prosperar en el territorio sudpirenáico denominado como Navarra. Todo ello, además bajo un nombre, Euzkadi, rechazado casi desde su invención por Arana Goiri, por personlidades como Arturo Campión. En este sentido conviene recordar sus artículos publicados en la Revista Internacional de Estudios Vascos en 1907.
Navarra ha sido la única organización política independiente y soberana de Vasconia, ha sido realmente el «Estado de los vascos». Euskal Herria es la denominación del país, como pueblo, en relación con su lengua y cultura, pero su nombre político es Navarra. Resulta muy triste que las más altas instancias de la parte occidental de nuestro país, conocido históricamente como «Vascongadas» y hoy como CAV, cuando desde España se les afirma que «los vascos nunca han tenido un Estado», callen. ¿No lo saben? ¿no quieren saberlo? ¿no les interesa?. La primera opción tiene fácil arreglo: accedan una visión más rigurosa de nuestra historia; la segunda y la tercera tienen más trascendencia y llevan a pensar, sin malicia, que la independencia del país, su acceso a sujeto político a nivel internacional, como Italia, Portugal u Holanda, no les interesa. Y eso, en mi opinión, es muy grave.
Los actuales regimenes políticos español y francés están basados, entre otros factores, en la conquista y ocupación de las naciones que hoy están dentro de sus fronteras: Occitania, Catalunya, Bretaña, Córcega, Vasconia… han sido conquistadas en diversos y complejos procesos históricos que no es el momento de evocar aquí. Únicamente recordaremos el último episodio de la conquista de la Navarra sudpirenáica por Castilla-España, cuyo 500 aniversario se conmemorará en 2012.
En resumen, Navarra es un paradigma capaz de explicar y permitirnos la comprensión de muchos hechos que son realidades actualmente. En este sentido se pueden aportar como consideraciones importantes:
1.- Sin la existencia del reino de Navarra es muy probable que el Sistema foral vasco, tal y como se presentaba a finales del siglo XVIII, no hubiera existido o lo hubiera hecho de forma diferente y empobrecida.
2.- La presencia del reino permitió el mantenimiento de una sociedad vasca viva y con un fuerte sentido de pertenencia, prevaleciendo sobre las fronteras impuestas por las monarquías española y francesa primero y los estados español y francés más tarde; sociedad y pueblo reconocidos en cualquier instancia internacional, tanto científica como cultural, social e incluso política.
3.- El euskera como lengua viva, también con gran probabilidad, no hubiera superado el tránsito a la modernidad sin la existencia del Estado navarro. Sirva como ejemplo la traducción del Nuevo Testamento al euskera encargado por la reina de Navarra Juana de Albret en 1571 a «Jean de Liçarrague de Briscous» (Ioannes Leizarraga).
4.- Parece difícil que sin la existencia histórica de Navarra, como entidad política independiente, Arana Goiri hubiera establecido su planteamiento político nacional con la radicalidad que lo hizo. Asímismo pienso también que es muy probable que sin Arana Goiri no se hubiera llegado a concretar el paradigma navarro con la profundidad que se realiza actualmente.
Navarra, además, opino que nos permite plantear la perspectiva próxima de la realidad de un Estado vasco como instrumento que constituya, por una parte, la vía democrática para la normalización política de nuestra sociedad y para que, por otra, nuestro pueblo acceda a ser sujeto político en Europa y en el mundo. Y que, de este modo, a través del desarrollo pleno de sus potencialidades, pueda colaborar a la construcción de un planeta justo,sostenible y solidario.